GERARDO DE LA TORRE*
Fui amigo de Felipe Cazals durante poco más de cuarenta años. Colaboré con él en cerca de 150 programas de televisión, un filme realizado con grandes dificultades (Kino), una historia que ganó el premio de guion inédito en el Festival Cinematográfico de La Habana en 1997 y nunca se filmó (Los niños de Morelia).
Hace unos veinticinco años, en una entrevista que realicé para la revista Memoria de Papel, hablando de los problemas del director de cine señaló Felipe que el director tiene que ver y saber de costos de producción, de laboratorios, costo de negativos y de la construcción, saber en fin de una cantidad infinita de cosas en las que usualmente un realizador no tendría por qué inmiscuirse. Y agregó textualmente: “Cada película es una nueva problemática… y lo importante del cine es precisamente allanar las dificultades que se cifran en los actores, en el vestuario, en el maquillaje, en los peinados, en la escenografía, en esa infinita cantidad de elementos que convierten precisamente al director en un poseído, un neurótico y un paranoico”.
A todas esas dificultades, en la primera década del siglo XXI añadió Felipe Cazals la de confeccionar sus propios guiones. No que la escritura de guiones le fuera ajena, sino que siempre había contado con colaboradores. Esta vez prescindió de ellos y demostró que poca falta le hacíamos.
He tenido siempre la impresión de que la fórmula de Felipe Cazals para escribir guiones es muy sencilla. Simplemente se sienta a escribir y pone en palabras la película que tiene en la cabeza. Dicho así, parecería que la composición de los guiones le ha resultado elemental, juego de niños. Pues no, para nada, nunca es fácil. Mucho antes del guion se hallan las ideas primigenias, los proyectos desnudos. La idea remota digamos de un filme sobre Digna Ochoa, o la idea de otro filme sobre la jodida vejez del caudillo que durante más de veinte años y once presidencias dominó la política nacional. O bien la idea de una película que retrate la miseria moral del porfiriato, o la de un filme sobre los villistas.
En todos estos casos, antes de la escritura de los guiones —que entiendo como un paso adelante en la gestación de los filmes— Felipe tuvo que comprometerse primero en abstrusas reflexiones sobre las posibilidades visuales de tales temas y en segundo término en largas indagaciones. Cuando menos las de tipo legal, policiaco y sociológico en el caso de Digna; de carácter histórico para los filmes relativos a Santa Anna y el villismo; históricas y lingüísticas para Las vueltas del citrillo. Imbricadas estas etapas de investigación con la pausada creación de personajes, adentrándose siempre en la complejidad y la contrariedad de esos impalpables seres, y en las relaciones y las interacciones entre ellos, lo cual de paso implica la creación de escenarios, incidentes y situaciones.
Recuerdo una anécdota. Hace muchos años, más de veinte, trabajábamos una historia para la televisión y dijo Felipe: “A este personaje hay que ponerle un vicio de carácter… Que sea poeta”.
En los guiones publicados por la UNAM en 2012 (Su alteza serenísima, Digna… hasta el último aliento, Las vueltas del citrillo, Chicogrande), Cazals exhibe una gran facilidad escritural para poner en palabras las escenas que ha imaginado. Esto es, cómo son los personajes, cómo se comportan, qué palabras dicen y cómo las dicen o las callan. Nos queda claro que, como escritor de cine, domina las estructuras narrativas, las situaciones dramáticas y el difícil empleo de las palabras en esos diálogos que a la vez comunican a los personajes entre sí y establecen puentes con los espectadores, y con la complicidad de las imágenes registran el gran entorno histórico, político y social.
Con memorable exactitud y malicia, señaló atinado Vicente Leñero, nuestro escritor de cine laboriosamente va trazando situaciones y personajes fantasmales en el papel, hasta que llega el momento de darles carne y contundencia en la pantalla. Y entonces lo hace con toda la sabiduría del ojo y la sensibilidad. Esta doble función exige del artista la capacidad para tener dos visiones: la del guionista que concibe la forma de armar y contar la historia, y la del cineasta que sabe emplazar la cámara en el sitio exacto para contemplar mejor, sin concesiones, los hechos que él mismo ha organizado. Esto es, Cazals sabe escribir exactamente lo que quiere ver y sabe ver —y hacernos ver— exactamente lo que constituye su propuesta.
En gran medida el cine de Cazals está empalmado con la historia. Es evidente en el cineasta la preocupación por apoyarse en la evocación del pasado para ofrecer un punto de vista crítico y agudo sobre el presente. Es un cine que, si se quiere de una manera anárquica, arbitraria, intuitiva, explora la conciencia de un país convulso. Es un punto de encuentro entre psicopatía e historia, entre las crisis privadas y los conflictos públicos, entre lo épico y lo trágico.
Con vigor y elevada pericia técnica, Cazals supo trasladar del papel a la pantalla, de la palabra escrita al gesto y la actitud, a esos personajes que desde el principio parecen deslizarse irremisiblemente a la tragedia.
Digna, Chicogrande, el soldado raso José Isabel (victimario primero, víctima después), y desde luego los muchachos de Canoa, los presidiarios apandados, las niñas esclavizadas por Las Poquianchis, los guerrilleros de Bajo la metralla. No hay palabras que puedan expresar las imágenes crispadas y rabiosas que filma Cazals con dolorosa objetividad. Imágenes que acometen y mortifican la sensibilidad y la conciencia. Porque Cazals no sólo filma lo que quiere ver, filma también lo que piensa y lo que siente. Y entre ese ver, pensar y sentir retrata con idéntica fidelidad a la canalla castrense de fines del porfiriato y a los villistas que con estoica dignidad aguardan el momento de ser colgados.
A contrapelo de Rosseau, el cine de Cazals parece decirnos que el ser humano es por naturaleza violento y cruel. En esencia, la criatura más siniestra sobre la faz de la tierra. Aun así, en medio del torrente de violencia, sadismo, sevicia e inhumanidad, en esas víctimas que no saben ser sino víctimas, en esos victimarios que a veces se convierten en víctimas y en las víctimas que sin dejar de serlo se convierten en victimarios, acaban abriéndose paso el orgullo y la dignidad.
Hace seis o siete años, en una conversación telefónica, a propósito de los achaques propios de nuestra edad, me dijo Felipe: “Esto de la vejez es una chinga”. Cierto, lo es, pero continuamos en la chinga con terquedad de combatientes. Y llega el momento ineludible en que la chinga también se acaba. Siempre perdemos la última batalla.
Adiós, Felipe Cazals.
*Texto tomado del muro de Facebook de Gerardo de la Torre, narrador y guionista oaxaqueño.