Para Ignacio Ortiz Cruz,
hermano mixteco que una madrugada de la infancia
en su Refugio de Morelos
despertó en su petate para escuchar los susurros
que aparecieron en su casa para contar
las historias del porvenir
En el preciso momento en que la Chamana tomó en sus manos el señor San Pedro, tabaco con sal, cigarro puro, una gota de rocío cayó de la punta de la hoja a la piedra; avanza la niebla en las montañas, que se abren como cuenco del alba. En el rastrojo hay un gusano que alimenta la merma. Canten conmigo: La mierda es la suerte/la mierda es el dinero/Oh, si, juguemos todos con/ la mierda.
Se escribe desde la crítica, no habrá de llegar lo nuevo por caminos nuevos; lo nuevo llega con la repetición, canten conmigo.
El antepenúltimo recuerdo que tengo de Tuxtepec es este: la luz en un congal, la oscuridad que permite respirar los cuerpos, yo estoy bailando con una chica mientras un amigo bebe cerveza acodado en la barra, embargado de la tristeza por una separación amorosa. Ella dice, “que venga, puedo con los dos”. El amigo triste llega hasta nosotros, lo invitamos a bailar. Ella pregunta con inocencia y maldad, “¿Qué chiche prefieres, la izquierda o la derecha?” Ella ríe, solidaria con los tristes, generosa ofrece sus senos a los dos ebrios.
La madrugada avanza con ojos de sueño; los políticos de izquierda, muy modernos, suben al Twitter citas de Milan Kundera, más les valdría citar a José Vasconcelos, que desarmó a los ejércitos de Villa y Zapata.
En las letras soy personal subalterno de la marina mercante, la Capitanía de Puerto me extendió pasavante que acredita mi capacidad para desempeñar un cargo a bordo de esta embarcación. Antes de zarpar, por disposición presidencial, tuve que leer las cláusulas y artículos de la Ley de Navegación y Comercio Marítimos, la nave cuenta con despacho donde se detalla la carga y medida de bodega y eslora de nuestra embarcación.
Corren tiempos de agosto, lluvia con viento: llegó la hora de remover a los agregados culturales de nuestras embajadas, en política hay un afán por mantener en el conjunto cierto equilibro, cierto cuerpo que contiene la forma del gobierno; cada pequeña pieza que se remueve causará el desastre, surgirá el agujero que forman las piezas derribadas -quizá cada pieza represente una algarabía de ciertas mafias, grupúsculos, habrá que tener cuidado con los estornudos.
En la calle, una tarde, el señor del violín acompañó el sepelio del niño que murió por la pandemia; otra tarde, será jueves, el señor del violín acompañó camino del cementerio al abuelo del niño muerto.
Músicos y cantantes fueron excluidos del pueblo por la iglesia, eran mala imagen; traían fiesta en la piel. Su propia fiesta (el gobierno busca hacernos bailar al son de su ritmo, sus arengas y proclamas) Algo de los indios mexicanos viajó al Mississippi, así lo demuestran los documentos que registran las primeras danzas africanas en Congo Square, hoy conocido como Louis Armstrong Park.
La luna sale del pescuezo de los perros, corren tiempos de pandemia y muerte, mal gobierno, militares que reniegan del uniforme, peores curas. María Sabina, Benito Juárez, Porfirio Díaz son las tres deidades que cuidan en oración a nuestra gente, que acude empobrecida al templo de Los hermanos Espiritualistas.
El ojo en el centro del triángulo te mira, el triángulo detenido en la escala del templo que te cuida te está mirando. Las almas se mantienen en oración, piden piedad para sus flores
Suena el canto del hombre para dar cuerpo a la tristeza, alma a la desgracia. El indio saca el sonido del morral, de la vaina de su machete; canta el huaracho (hay una Constelación Huaracho) mientras el animal de monte entona canciones a la señora luna. El canto del indio trae la historia de los caminos; los necesitados se mantienen en movimiento, encuentran en el viaje las razones de la existencia del canto.
Sin caminos no habrá canciones. El poeta Jerome Rothemberg llegó a México en el verano de 1979 para negociar publicación y traducción al inglés de Vida, el documental de María Sabina: Mujer Espíritu, de Nicolás Echeverría. María Sabina, la mujer del huipil con pájaros y flores que comía Niños Santos, fumó cigarro puro con sal, señor San Pedro.
El gobierno lo sabe, sobre el camino están los cantos, las historias, el sentimiento que acompaña la soledad del pueblo; por eso abandona su palacio, deja la piedra y sale a tragar exquisitas rebanadas de polvo.
Canten conmigo, entre todos encontraremos las letras de Oaxaca -lo dijo el judío renegado Roth, “sólo le doy vuelta a las frases”. Lo nuevo llega por Cristóbal Colón, ADO, Tres Estrellas del Valle. Salgamos todos a los caminos, para no dejar que el gobierno nos robe el canto.
La música con saltos en el aire llama a las cosas perdidas. La llave despierta, inesperadamente desata su furia de cobre sobre el prójimo, entiende que otra ocupa su lugar en el llavero. La música llama al Dios de la Guerra, que juega en la calle Rayuela con los perros; despierta a los muertos que prestan oído al viento que se unta a las piedras del camino; los ofendidos que mantienen bajo su lengua la diminuta piedra, los marginados, que llevan en el pecho todas las canciones cantan conmigo:
Soy foco rojo que presencia el crimen de la noche
soy el brillo en los ojos del muerto
soy un muerto que anda en el cielo
como papalote sin piola.
Se escribe desde la crítica literaria -no habrá otra forma de encontrar lo nuevo- que canta canciones que ruedan, desde hace tanto tiempo, por los caminos.