Fotografía: EDUARDO GONZÁLEZ
La sombra se inclina sobre Monte Albán, tarde bermeja; agosto, con el aire frío de la tarde recuerdo libros, autores, biografías. Alguna música, nombres. Somos como las plantas, los sentidos despiertan con el aire, a determinada altura. A los mil quinientos cincuenta y cinco metros de altura sobre el nivel del mar el tehuano se encuentra memorioso, afortunado; lejos del calor donde crecí la infancia recuerdo voces, diálogos, silencios. Charles Mingus, músico, nació un 22 de abril de 1822 en Nogales, Arizona, en una base del ejército norteamericano; murió en 1979, en Cuernavaca, Morelos, México, su biografía lo ubica como director de Big-band, pianista de jazz; su música desata esta tarde la esquina de los recuerdos.
En el siglo pasado llegaron a Oaxaca célebres escritores extranjeros y nacionales. La gente que sufre busca una ciudad en el mundo para sobrellevar sus angustias. ¿Qué les cuento? Todo lo pueden encontrar por internet, los archivos se encuentran a los ojos de la tribu del Messenger, las hordas del WhatsApp, los distinguidos miembros del clan Instagram. La historia la contarán ustedes, que frecuentan las redes.
El lápiz marca textos rodó por la silla como si fuera el dado del cubilete, entre brincos llegó a la pata de la silla. Con su sonido compacto, de cera forrada por largas tiras de papel. Soy el emisario de la Señora, mi nombre es Pena; antes de caer al piso, el lápiz marca texto chocó contra un mazo de lápices, que se encontraban sobre el escritorio, junto a hojas blancas y encorvados separadores de libros; soy Pena, tengo algo que contar para entretener a los Señores.
Una mujer que murió de amor, esa historia me toca contar, por ese motivo comparezco ante ustedes. El lápiz marca texto rodó hasta chocar contra los lápices, como un dado que sale de la boca oscura del cubilete tras la cifra de la suerte, los números que aparecen como niño pobre que asoma bajo las puertas batientes de la cantina, con los ojos desorbitados. La mujer se llamaba Armida, los pescadores la encontraron una madrugada en el charco que se forma con la marejada sobre las piedras, rodeada de peces. en la rompiente de las olas. Aquella madrugada el viento fuerte que azota el puerto cesó, recuerdo su silencio que se levanta para que los insomnes escuchen el paso de los astros sobre sus desesperadas cabezas.
Llegué a enterarme del bullicio que armaron los pescadores por casualidad, no duermo. Sobrellevo el insomnio de la mejor manera que me es posible, subrayo.
En Oaxaca estuvo D. H. Lawrence, lo registra Ross Parmenter en su libro de crónicas Lawrence en Oaxaca; hasta acá Oaxaca llegó Malcom Lowry, el poeta Ernesto Lumbreras escribió un ensayo, ralató su búsqueda de aquella estancia del ebrio inglés por las tierras de los Valles Centrales -lo metieron preso, a Lowry, ahí escribió su poema En la cárcel de Oaxaca, que habla de la compasión, lo tradujo Jaime García Terrés.
A Oaxaca llegó Julio Cortázar, algo escribió sobre Monte Albán, las tribus digitales podrán mirar los archivos -Cortázar gigante, que escribió el comic de Fantomas y Octavio Paz.
El desvelo no se deja acompañar, llega cierto estilo literario que se forma en la retirada, las pocas fuerzas, los ojos errabundos; escribir en el desvelo resulta la estrategia perfecta para no enloquecer.
Con esta escritura busco no abrumar, no dejar sentado que el pasado fue mejor. Intento dejar la oración en acción presente, no fisgonear, no sentenciar. No ser ceremonioso; narrar será elidir.
Sólo pretendo dejar sobre el mueble el objeto de enorme valor, sin parecer temeroso, huraño, resentido. Desconfiado. La literatura es un acto de amor a los de tu clase, no hay lector ideal (eso es una obviedad), uno busca a los que conoce o imagina que existen en algún sitio de este amplio mundo. El viento frío baja de Monte Albán, imagino que esta fue la tarde que contempló Lowry, Salvador Elizondo, Pablo Neruda -hay archivos en la red, los pueden buscar, hay textos.
En Oaxaca estuvo García Márquez, la gente de la prensa lo buscó para entrevistarlo, él, viejo reportero, no dijo nada; quizá callar sea la más estruendosa de las declaraciones. A Oaxaca llegó Salman Rushdie, el autor de Los versos satánicos, dijo a los medios que llegó a testimoniar la migración, esa celebración de Los Fieles Difuntos; en Oaxaca estuvo Juan Goytisolo, venía de una guerra. El maestro Elizondo ganó en una ocasión el concurso de Los Juegos Florales, que en esos tiempos convocaba la Universidad. Lo condecoró la reina de la belleza, el maestro venía a Oaxaca de forma frecuente, se hizo novio de la reina de las flores.
La tarde crece sobre el encendido muro de los hospitales; hay miedo, desesperación, viudas, huérfanos. No tengo palabras. Charles Mingus murió en Cuernavaca, México, fue el autor de Moanin, bajo su firma creció cierta fusión de jazz y cumbia, fue adelantado para su tiempo. Sólo vine a decir algunos nombres, a mencionar a los muertos que nos acompañan, que miro cada tarde descender de Monte Albán, a la luz bermeja del verano; echo a rodar el lápiz marca texto luego de subrayar, temo que será tentar a mi suerte. Pena, ven acá, cuenta una historia, escucho que alguien dice a mi espalda. Acá estoy, el lápiz marca texto me lo manda y yo obedezco.