En la infancia renegamos de la lectura; de adultos, también. En la infancia y la adolescencia elegimos el espacio donde pasar las horas, el sitio donde desarrollamos la imaginación. En casa de mis padres, en Tehuantepec, barrio Santa María, frente a la carretera, elegí la ventana como el espacio de mi infancia.
La gente que nos ama, en la infancia, en la vejez, pide que nos acerquemos a un autor, un libro que abra nuestro pensamiento hacia otras formas de mirar la vida, que derrotemos al incivil que nos habita y logremos al fin compartirnos; para mí que el espacio que elegimos en la infancia, aquel sitio de la niñez, sigue presente a lo largo de los años en nuestra forma de pensar.
Corren días difíciles, bien mirado en todos los tiempos de la vida humana corren días difíciles, la naturaleza humana es tan frágil -las palabras, los cuidados que nos otorgan los padres confirman este saber de la fragilidad. Con el paso de los años descubrimos que un libro es la puerta de ruta para lograr nuestros sueños; un libro trae saberes en la escuela, con un libro llega cierto conocimiento de los amores, ¿cómo hacer para que niños, niñas y jóvenes se acerquen a la lectura?
21 de julio, 2021, tarde. En su Breve Historia de la Lingüística R. H. Robins, dice: “Durante la mayor parte de nuestra vida aceptamos nuestro uso y entendimiento de nuestra lengua materna sin ser conscientes de ello, sin comentarlo ni cuestionarlo. Los recuerdos de la temprana infancia y la experiencia de educar niños pequeños nos hace tal vez ponderar ocasionalmente la complejidad de la capacidad lingüística de toda persona normal; el aprendizaje de una o más lenguas extranjeras después de dominar la lengua primera o materna nos revela simplemente cuántos factores intervienen en la facultad humana de la comunicación a través del lenguaje”.
Expresamos pensamientos y deseos, anhelos con palabras; el lenguaje escrito nada tiene que ver con nuestra vida cotidiana, nadie dice vacuo o aeródromo, pero resulta que la lengua vive de “préstamos” entre tradiciones escritas y orales que arman la voz popular que utilizamos.
Agradezco a los libros y a los autores la generosidad que me brindan para que yo sepa cada día más de mi propio lenguaje; al leer sus obras me otorgan nuevas palabras que yo integro a ese grupito de palabras primeras con las que salí una tarde de Tehuantepec. Con ellas, el nuevo acervo, en el presente logro expresar mi entorno, a la gente que amo, aquello que siento o requiero, lo que me incomoda.
Si no fuera capaz de expresarme con el lenguaje sería como un árbol, mudo y solo, lleno de sentimientos.
El lenguaje facilita en nuestro desarrollo las características humanas necesarias para la convivencia de individuos en sociedad como son la compasión y la empatía, nos vuelve solidarios con las víctimas y nos lleva a poner resistencia a toda forma de la injusticia.
Sabiendo de las bondades del lenguaje que ya conocemos, de la importancia de incrementar el montoncito de palabras con las que salimos de la casa materna, que la casa de las palabras está en el libro, ¿por qué los padres se niegan a compartir la lectura con sus hijos?
Pertenezco a la generación de los 60’s del siglo pasado, soy hijo de una mujer analfabeta, indígena, que enfrentó la viudez con amoroso trabajo para sacar adelante a sus cinco hijos; soy lector, estoy agradecido con los días de la infancia. Los saberes no están en los libros, están en la interpretación que llegamos a tener de nuestro entorno; tuve la fortuna de crecer con el ejemplo de lo sencillo como modo de vida; con la lectura supe que a partir de la forma sencilla uno se acerca a cierta forma de la felicidad.
El amor a los libros me lo enseñó una mujer analfabeta, mi madre.
¿Qué hace falta en casa para que un niño se convierta en lector? ¿Qué cuente con padres sabios? No, que cuente con su espacio propio, un apartado rincón, una ventana, el patio sembrado de piedras; que no esté vigilado ni castigado, los castigos generan la competencia entre hermanos que, a su vez, hace a los seres amargos, limitados, rencorosos. Los niños aprenden nuevos conocimientos porque el aprender está en la naturaleza humana; la misma naturaleza humana que se funda en el sitio próximo -el lugar que elegimos.
La tarde del sábado entra una ligera brisa por la ventana, estoy en paz con las palabras, las que traje desde la infancia y las que integro con lecturas, como lo estuve en la lejana infancia, allá, en barrio Santa María. El timbre de la campana del nevero suena, entra por la ventana, me devuelve la pregunta: ¿Por qué los padres no comparten con sus hijos la lectura? Las palabras están en todas partes, para mí que son como el viento que entra por la ventana; Poe dice que en el viento está el Paraíso.