Los estrategas de la Cuarta Transformación debieran estar preocupados porque el impacto de la pandemia del COVID-19 en el sistema económico productivo sólo tiene dos opciones de corto plazo: la construcción de un nuevo modelo de desarrollo o la restauración del neoliberalismo porque es el único modelo que tiene los mecanismos estabilizadores.
El escenario está puesto con el registro de las expectativas del PIB para 2020: de -8% a -10%. Se trataría de una crisis inédita: la de 1977 fue de inflación-devaluación que se estabilizó con las Cartas de Intención con el FMI; la de 1983 y 1986 fue por desorden en finanzas públicas e inflación fuera de control, la de 1995 fue producto del alza de tasas de interés bancarias y el impacto demoledor en bienes muebles e inmuebles de deudores de la banca y la de 2009 fue resultado del crack en empresas especuladoras de los EE.UU.
Las únicas salidas de esas crisis estuvieron en las puertas que tenían el letrero de neoliberalismo. Y no fue muy complicado abrir esas rutas de salida porque los gobiernos de López Portillo, De la Madrid, Zedillo y Calderón se movían dentro del pensamiento neoliberal. Por lo tanto, fue cuestión de consolidar ajustes ortodoxos para enfriar las crisis y retomar el camino.
La crisis económica y productiva provocada por el COVID-19 trastoca el modelo de construcción de una 4T posneoliberal. El parón económico está rompiendo la estructura productiva media, pequeña y micro del sistema económico; los despidos y cierre de empresas tardarán cuando menos dos años en reactivarse; y el peor efecto estará en las cadenas productivas atadas a las exportaciones dentro del Tratado de Comercio Libre.
Si las crisis son oportunidades, entonces la del COVID-19 está presentando al gobierno de López Obrador la gran posibilidad positiva de construir otro modelo de desarrollo diferente al mixto de populismo-neoliberalismo 1934-2018. Sin embargo, su alianza estratégica con los grandes capitales monopólicos no abona nada en la expectativa del nuevo modelo de desarrollo requerido.
La plutocracia que apoya al presidente de la república en estos momentos de crisis carece de influencia en el sistema productivo: Carlos Slim es beneficiario de la privatización de empresas públicas que hizo Carlos Salinas y sobre todo de la ex paraestatal Telmex, Germán Larrea sólo explota minas, Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas Pliego especulan con las señales televisivas y Salinas Pliego es un abusivo abonero masivo y Alberto Bailleres es un comerciante de tiendas de lujo. En los hechos, ninguno de ellos influye en el modo de producción industrial o agropecuario, ni determina las relaciones sociales de producción.
Antes del impacto económico del coronavirus, México estaba fracasando en el aprovechamiento del Tratado en la configuración y fortalecimiento de empresas intermediarias: el componente nacional en la exportación vía el TCL había bajado de 45% en el 2001 a 37% en el 2018, lo que estaría avisando que México regresaba a la república maquiladora basada en la explotación de la mano de obra barata.
Los empresarios que casi viven en Palacio Nacional apoyando al presidente de la república forman parte del Club de los Ricos de la revista Forbes, pero sin incidencia en las relaciones sociales de producción. Esos empresarios son los responsables asociados al modelo de desarrollo que mantiene la estructura más desigual de distribución de la riqueza; 80% de mexicanos viviendo en condiciones de restricciones de todo tipo, en tanto que sólo el 20% de personas nada en el bienestar de su riqueza especulativa.
La crisis económica y productiva por el parón de actividades va a desarticular las precarias cadenas de producción, distribución y consumo y afectará a los ejes centrales del sistema productivo: empresarios y trabajadores. Los marxistas que pululan alrededor de la 4T lo saben con precisión. Y por el daño a cientos de miles de micro, pequeños y medianos empresarios, la reactivación será imposible en el corto plazo. Ahí es donde se localizan las expectativas pesimistas de PIB negativo cuando menos en tres años. En las crisis anteriores hubo una salida rápida con un año de PIB negativo porque los gobiernos buscaron proteger la planta productiva y mantener parte del empleo que generaba demanda.
Hoy no. Las empresas van a quebrar por falta de apoyo estatal, millones de trabajadores perderán sus empleos formales porque no existen mecanismos oficiales para mantener su demanda mínima y por ello la demanda efectiva que sostiene la relación producción-consumo estará rota por cuando menos dos años.
Este escenario plantea el dilema posterior al virus: o nuevo modelo de desarrollo o tardar tres años en restaurar el anterior para seguir igual que al cierre de 2019.
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Política para dummies: La política sabe que su viabilidad depende del sistema productivo porque ahí se definen las relaciones sociales.