JOSUÉ SALVADOR VÁSQUEZ ARELLANES
El Menú
Once Upon a Time in Hollywood
⋆ ⋆ ⋆ ⋆ ⋆ Deje todo y corra a verla
⋆ ⋆ ⋆ ⋆ No se la pierda
⋆ ⋆ ⋆ Vale la pena
⋆ ⋆ Puede verla
⋆ No se moleste
∗Evítela como la plaga
l Plato Fuerte
⋆ ⋆ ⋆ 1/2 Vale la pena
En mayo de este año todo mundo comentaba sobre los seis minutos de aplausos que recibió Había una vez en… Hollywood en el Festival de Cannes (el record lo tiene El Laberinto del Fauno de Guillermo del Toro con 22 minutos), que fue el mayor premio de la cinta pues a comparación con hace 25 años cuando Tiempos Violentos se alzó con la Palama de Oro, en esta ocasión la novena y al parecer penúltima película del director, sólo se llevó eso, aplausos y una excelente publicidad que sólo vertió mayor combustible a la ardiente expectativa de sus fans y del público cinéfilo y cinéfago.
Había una vez en… Hollywood por fin llegó a salas comerciales y no parece convertirse en clásico instantáneo (como suelen decir) ni en la mejor película de Tarantino, sin embrago, mientras más pasan los días de haberla visto por primera vez, uno le puede ir agarrando el gusto y quizá una segunda revisión termine por hacer que el filme nos encante más de lo que pensamos, pues a diferencia del ritmo violento que vimos en Tiempos Violentos, Kill Bill, Django sin cadenas o Bastardos Sin Gloria, esta novena cinta obedece más a un tono sobrio (y quizá sabio después de tantos años) cercano más a Los 8 Más Odiados y en cierta medida a Perros de Reserva.
Había una vez en… Hollywood centra su atención no sólo en los diálogos (tan extensos como ágiles o parsimoniosos según sea la escena), sino en la atmósfera que se recrea de un Hollywood de 1969 gracias a la música, los lugares, la ropa, las películas, los programas de radio y televisión, los posters, los vehículos y demás objetos (obsérvese la grabadora de cinta magnética que usa Rick Dalton (Leonardo Di Caprio) para memorizar sus diálogos), todo un mundo recreado y dibujado a partir de referencias claras y exactas así como por recuerdos emanados de la memoria de Tarantino, quien no sólo recrea la ciudad de su infancia (el mismo Tarantino declaró que esta película era como su Roma) sino que trata de verter todo aquello que marcó la era de los 60, incluyendo por supuesto aquello que literal también la mató.
Durante las dos horas y media del metraje, Rick Dalton y Cliff Booth (Brad Pitt) son nuestros guías en este mundo recreado y que está a punto de colapsar, de ahí quizá la relevancia que tiene el uso de la cronología que por momentos se vuelve muy puntual en la película, donde conocemos el ocaso actoral de Rick Dalton y su miedo a no ser recordado como una estrella de cine, así como la sobria prudencia (no siempre) de Cliff Booth para tomar la vida como viene, sin preocuparse del todo por una posteridad que de entrada ya le está negada, pues él no es un actor, sólo un doble de escenas; (“No todo el mundo necesita un doble”).
Marvin Shwarz (Al Pacino) le hace ver a Dalton cómo es que la industria se comienza a deshacer de sus estrellas al irlos relegando cada vez en sus papales, hasta volverlos sólo villanos y a veces hasta irreconocibles de rostro, lo que propiciará que veamos el paso de Dalton de ser protagonista de una serie western (La Recompensa, cada vez más lejos del gusto del respetable) y sólo como invitado en la serie FBI, para después protagonizar en Italia una cuarteta de spaghetti western (pretextos suficientes para que Tarantino genere su propio material de archivo con una fina pulcritud), lo que le darán cierta perspectiva de su futuro a Dalton así como una bella esposa napolitana; no sin antes tener una revelación existencial de lo que significa el oficio de actuar a través de Trudi Fraser/Mirabella Lancer (Julia Butters), quien en sólo una conversación le demuestra que ser actor o actriz significa compromiso, tener control sobre tu situación, disponer todo para trabajar al cien y en caso de querer ser un poco mejor, ser mejor; algo que en la veterana y quizá olvidadiza vida actoral de Rick Dalton, le permite tener un momento de redención (en la escena del ‘secuestro’) que se consuma cuando Mirabella le susurra su respeto y admiración, demostrándonos la madera actoral ya no sólo de Rick Dalton, sino del mismo Leonardo Di Caprio a quien no se le veía tan versátil desde El lobo de Wall Street, y que refuerza este juego doble entre realidad y ficción al que le apuesta Tarantino.
Por su parte Cliff Booth nos demuestra el lado B de vivir como doble en la Ciudad de los Sueños, donde el ser la sombra de alguien lo convierten en una persona con cierto margen de libertad al librarlo de una carga como la que le preocupa a Rick Dalton, y que en vez de buscar el sueño dorado sabe afrontar muy bien la forma y el lugar en donde vive. Booth toma la vida con cierta filosofía y en vez de acomplejarse por su situación, no sólo se convierte en un diestro empleado y fiel compañero, sino en un amigo (“más que un hermano y menos que una esposa”) capaz de sacar la casta justo en el momento que se requiera, ya sea para arreglar una antena de televisión, hacer que un hippie de la comuna Manson cambie la llanta del auto de su jefe, o en su defecto, demostrarle a Bruce Lee (Mike Moh) que no es sólo un simple doble de acción, pues aunque Booth suele solucionar todo con su siempre radiante sonrisa, también lo sabe hacer a golpes si es necesario.
De manera esporádica y aleatoria vemos pequeñas escenas que nos develan parte del día a día de la siempre alegre Sharon Tate (Margot Robbie), un eje invisible de la historia pero siempre presente y relevante quizá no para el desarrollo de la trama (si es que hay una), sino para el final. Mucho se ha dicho del tiempo de aparición o el número de diálogos del personaje que interpreta Margot Robbie, lo cual puede ser una discusión válida pero también con intenciones de polemizar; el hecho es que la aparición de Tate sin importar el tiempo o número de parlamentos, son los suficientes y los necesarios para el universo de la película, pues se convierte más que en un personaje en un símbolo generacional; sí, un tanto idealizado (pero qué idea no lo es) pero sobre todo vivo, haciendo manifiesto no sólo una forma de pensar de la época, sino precisamente en eso, en una forma de vivir; algo dialéctico puesto que a Sharon Tate la recordamos más por un evento de muerte que por todo lo que hizo en vida, así que no es de extrañarse que Tarantino le devuelva parte de lo que en esencia la hicieron y nos hace memorables ante los demás: nuestros momentos de vida más que nuestro momento de muerte.
El factor histórico dentro de la película lo vemos no sólo con Tate sino con diversos guiños a la época, pero de manera más clara con las escenas que involucran a la familia de Charles Manson, factor determinante para llevar a la película a un clímax final muy estilo Tarantino, quien usando su famosa veta revisionista (final alternativo), logra darle un giro de tuercas a un evento histórico, convirtiéndolo en una catarsis a nivel de imaginario colectivo donde por un momento, ese fatídico 9 de agosto de 1969, el día en que el sueño hippie murió, no necesariamente fuera el final de todo.
Quizá como el mismo Rick Dalton, Tarantino busca y encuentra en Había una vez en… Hollywood la forma más digna de afrontar su anunciado ocaso, haciendo de su inconfundible estilo algo más pausado y quizá reflexivo en donde pueda compartir parte de la redención de sus personajes: ya sea en la vitalidad y profesionalismo con el que retrata a Trudi Fraser/Mirabella Lancer y a Sharon Tate, quienes aún en el papel más mínimo demuestran entrega y gusto por lo que hacen; en la posibilidad de tener el coraje de detectar y pelear contra los “Manson” que amenazan cada lugar y época, y que a veces sin notarlo se ocultan entre nosotros (escuelas, supermercados, iglesias…); o hacer de su legado fílmico una especie de Cliff Booth, películas que al igual que un buen amigo a veces carismático y otras tanto rudo, siempre estará ahí de manera incondicional, acompañándonos en este duro y violeto viaje llamado vida.
*Cinefágo: El que tiene el hábito de comer y devorar cine. #SeValeLaGula