A propósito del homenaje que le brinca Hacedores de Palabras 2019 –celebrado del 27 de mayo al 1 de junio- al poeta Guillermo Fernández, transcribo algunas de sus traducciones de la obra de poetas italianos, publicadas en la colección Poemas y Ensayos de la UNAM.
Giuseppe Ungaretti, Ensayos Literarios
Perdura un estado de divorcio entre el arte y la crítica. El arte se vuelve cada vez más opaco para el crítico. El artista mismo, al verse en la necesidad de juzgarse, es incapaz de mostrar su obra del lado de la luz.
La crítica no debería tener otra tarea –muy humilde y muy alta, muy difícil y delicada- que ésta: sencillamente la de aprender y enseñar a leer.
¿Está viva o muerta la poesía contemporánea? Entrevista con G.B Angioletti
¿La poesía, según usted…?
¿Según yo? Me simpatizan las preguntas hechas de este modo. No pretende enseñarle nada a nadie. Hay tantos profesores en este mundo… Mire, para mí, hay dos clases de problemas: los problemas del oficio y los problemas de la inspiración. No son problemas que viven o pueden vivir separados, sino problemas distintos. Cuando Foscolo, en su poesía, tiene en cuenta exclusivamente el ritmo, o, mejor dicho, cuando subordina la sonoridad a la nitidez rítmica, y casi considera un vicio toda simetría silábica: asonancias, aliteraciones, rimas, etcétera, no hay duda de que lo incita la necesidad de hallar una forma adecuada para el contenido de su poesía; pero es improbable que los problemas formales hayan sido para él un especial motivo de meditación. Para Leopardi –igual que para Tasso y Virgilio-, sonoridad y número tienen la misma importancia, y ello demuestra –la edición Moroncini es un buen testimonio- que los problemas formales tienen un carácter perentorio para la eficacia de una poesía.
Eugenio Montale, Sobre la poesía
¿Es aún posible la poesía?
He escrito poemas, y por éstos he sido premiado; pero también he sido bibliotecario, traductor, crítico literario y musical, incluso desocupado por mi reconocida insuficiencia de fe en un régimen que me era imposible amar. Hace pocos días vino a buscarme una periodista extranjera y me preguntó: ¿Cómo ha podido ejercer tantas actividades diferentes? ¿Tantas horas a la poesía, tantas a la traducción, tantas a su trabajo de empleado y tantas a la vida? Intenté explicarle que no es posible planificar una vida como si se tratara de un proyecto industrial. En el mundo hay un espacio muy grande para lo inútil, y uno de los peligros de nuestro tiempo es la mercantilización de lo inútil. A la cual somos tan sensibles todos, particularmente los jóvenes.
Sea como fuere, estoy aquí porque he escrito poemas, un producto absolutamente inútil pero casi nunca nocivo, y éste es uno de sus títulos nobiliarios. Pero no el único, puesto que la poesía es una producción o una enfermedad totalmente endémica e incurable.
Benedetto Croce, Poesía y no poesía
LEOPARDI
El espíritu doloroso del poeta italiano Giacomo Leopardi muy pronto fue agregado a la pléyade de otros espíritus desgarrados y desconocidos, que desde fines del siglo XVIII habían venido surgiendo por doquier y cantaban al género humano, perdido ya en un universo sin Dios, su fúnebre canto desesperado. Para entender su rápida fama y gloria de poeta, parece imposible no tener en cuenta ese surco de dolor y de nobleza que él lleva impreso en la frente, de esa marca que reconocen los corazones fraternos. Al contenido sentimental de su poesía se debió, especialmente, que Leopardi pudiera superar sin esfuerzo los obstáculos que, a un escritor de educación clásica, de lenguaje clásico y docto, de clásicas hechuras, debían oponérsele en aquellos tiempos de fervoroso romanticismo literario, ante el predomino de una literatura tendiente a la popularización, al desenfreno, a la facilonería verbosa. Y por ese contenido sentimental y pesimista consiguió notoriedad y estimación europeas, cuando por un duro prejuicio aún se creía que en la provinciana Italia ya no podía nacer algo de valor universal.
BAUDELAIRE
Charles Baudelaire fue uno de los que sintieron vivamente cuánto hay de fatuo en la doctrina de la bondad natural, de la perfectibilidad humana o del llamado “progreso”, como fue ideado en el siglo XVIII y revestido con los colores románticos de la ideología liberal del siglo siguiente. Se burlaba de los librepensadores, de los humanitarios que deseaban abolir la pena de muerte y el infierno mediante la amistad hacia el género humano, o la guerra por medio de una suscripción popular de un franco per capita; se reía de los fanáticos persuadidos de que las máquinas por “comerse al diablo” y de todo lo que, en fin, llamaba él la sottise moderna. Contra tal necedad enarbolaba la doctrina del “pecado original”, haciendo valer la evidencia de la observación cotidiana de que “el hombre siempre se halla en un estado salvaje”. El “progreso” le parecía una creencia comodina y perezosa, propia del individuo que espera más de los otros que de sí mismo, una “creencia de belgas”; y sobre los belgas se puso a escribir un libro –del cual se conservan apuntes y fragmentos- que hubiera sido una sátira deliciosa.
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Hará cosa de veinte años que conocí a Guillermo Fernández, el poeta, el traductor, en un Encuentro de Poetas del Mundo Latino que se celebró en la Verde Antequera. Bebimos algunos tragos en La Casa del Mezcal, junto al poeta Juan Bañuelos; hablaron, hablamos, de Cesare Pavese. Aquella tarde salimos ebrios, recorrimos las calles de Oaxaca como viejos camaradas que se reencuentran con poemas y anécdotas. Pagué su visita, en Toluca, participé en su taller literario. Luego pasó todo, violencia y muerte, crimen, el signo de este tiempo matapoetas, el otro día lo recordé en Hacedores con el poeta cubano Waldo Leyva. Aquí lo recuerdo ahora, con la transcripción de sus traducciones que, una tarde, generosamente, al son de mezcales con cedrón, compartió en esta ciudad de provincias.