JORGE MAGARIÑO* / Fotografía: FRANCISCO RAMOS
Algo para recordar: las cerca de cien mujeres cargando flores multicolores, acaso con menor luminosidad y colorido que los cerca de cien trajes espléndidos que ellas portan, garbosa y felizmente. Cuenta la leyenda que si vas a una vela, y observas detenidamente a las juchitecas asistentes, podrás darte cuenta de que ni uno sólo se repite.
Por similar geometría, viajan diversas combinaciones del amarillo, el rojo, el negro de los hilos, que a punta de pedal la costurera deja sobre la tela de algodón o piel de ángel, para dejar a punto la cadenilla que adorna el rítmico andar de las señoras, las muchachas.
Igual maravilla ocurre con el bordado o el tejido. Diferentes manos dibujan diferentes motivos florales, para que luego la paisana o el “muxe” deslicen ágiles los dedos y la aguja, arriba, abajo, arriba, abajo, y ¡zaz! la magia de las flores brota sobre el jardín del terciopelo: nítidas rosas, encendidas margaritas, claveles en su punto o azucenas que se desmayan de calor.
Ese paraíso camina deslumbrante sobre la calle Hidalgo, frente a la casa de los Musalem Santiago, golpeada por el terremoto y que se levanta de nuevo, poco a poco; se mueve a una cuadra del Palacio que sigue esperando la ventura de una mano gubernamental que lo reconstruya, mientras, ay, esas ruinas que veis, son la sombra de la casa de los pleitos, que dijera mi General Charis.
Esa lluvia de colores que danzan por la ruta de ésta que mientan la mejor regada de frutas de este dolorido pueblo de San Vicente Ferrer, que también está en lista de espera para regresar a su templo, que recibiera también el latigazo profundo de la tierra en el dos mil diecisiete.
Lluvia que supera con mucho los sesenta segundos de agua vertida media hora antes desde el cielo. Lluvia de un minuto, le dice un peatón al guardia del restorán cercano. Lluvia que baila, que sonríe antes de lanzar al aire caluroso de la tarde su carcajada infinita de entusiasmo, de orgullo, de enorme amor por la vida.
Algo para recordar: las miles y miles de personas que se apuestan por las aceras de esta calle, por la Cinco de Mayo, la Independencia o Zaragoza, la antigua calle de Colón, antes de subir al puente que permite el regreso de esta jolgoriosa procesión a su lugar de origen, al Cheguigo de Rey Baxa, de Macario Matus, de Saúl Martínez: Juana dicen, Juana digo, Juana traigo en la memoria.
En la esquina que forman la calle San Vicente y la avenida Roque Robles, tres esforzados músicos tocan el relato de este desfile de alegrías, cuya tonada, cierto, vino de muy lejos, pero fue enjoyada por la letra de otro chegueño ilustre: Pedro, hijo de aquel Rey, Baxa conocido. Una y otra vez, a puro saxofón, teclado y batería, nos recuerdan que la felicidad está muy cerca de mayo, o que mayo es precisamente el corazón de la felicidad juchiteca.
Por todo el recorrido, las manos se levantan para atrapar juguetes de plástico, escobas de palma, grandes y chicas, vasijas varias; o Lupe huiini’, que va mostrando la blancura de sus dientes, mientras reparte varas de corozo y se enjuga el abundante sudor con un paliacate rojo, paliacate de historia pisoteada por políticos y políticas de toda laya.
Algo para olvidar: las pancartas de lona impresa que anuncian la categoría del capitán o la capitana de este festejo; la inmensa cantidad de plástico que llena la bolsa llevada exprofeso para atrapar en el aire o en el suelo lo lanzado por jinetes o mujeres que viajan a bordo de enjaezados vehículos de vario tamaño; las bandas musicales que a lo largo del trayecto llevan en andas aires del norte, antes que los viejos sones o las marchas de antes.
Algo para recordar: el dolor de las familias que siguen sin techo, con las heridas dejadas por aquella media noche de larga y potente sacudida. La fuerza de esas mismas familias que se levantan para enarbolar su espíritu de guerreros y guerreras zapotecas, y gritar a los cuatro vientos su alegría de vivir, sus ganas de vivir, como si el corazón les fuera a reventar al día siguiente.
Juchitán, un sol que no morirá jamás.
*Jorge Magariño es poeta y narrador originario de Santa María Xadani, Istmo de Tehuantepec, autor de El animal en su reposo y Nombrando las cosas, entre otros poemarios.