Incubada en un escenario de grave crisis económica, el alzamiento civil con poco apoyo militar en Venezuela fue un fracaso. La razón estaría en la falta de comprensión de Juan Guaidó de la estructura del régimen bolivariano o una audaz iniciativa que buscaba provocar alzamientos en cadena.
Guaidó encabezó un alzamiento político. Sin embargo, Venezuela es lo que podría considerarse un Estado pretoriano: los militares participan de una fusión de intereses y labores con los civiles. La reforma de régimen que realizó el comandante Hugo Chávez después del intento de golpe de Estado en su contra en el 2002 logró la reorganización del ejército en una Fuerza Armada Bolivariana y la articuló al Partido Socialista Unido de Venezuela, bajo el proyecto de Estado llamado “revolución bolivariana”.
La articulación orgánica de ejército y partido formó el Estado pretoriano porque los militares ya no defendían la soberanía nacional, sino que eran parte estructural del régimen. Por eso pocos militares siguieron el llamado de Guaidó. Mientras Guaidó no ofrezca un proyecto para desmontar desde la oposición la estructura pretoriana del Estado, sus posibilidades de derrocar a Nicolás Maduro serán escasas.
Los militares tuvieron tres articulaciones al Estado: con el partido, en el gobierno con un tercio de los ministerios y en los negocios derivados del presupuesto. Este modelo nada tiene que ver con el idealismo de la democracia ni con el reparto equitativo de posiciones. El alzamiento de Guaidó no configuró un golpe de Estado y se ahogó en un llamado a la insurrección civil en un país donde el promedio electoral del chavismo-madurismo ha logrado porcentajes electorales de 55%. A lo largo de quince años la oposición ha sido incapaz de debilitar la estructura de poder del Estado pretoriano.
El detonador del alzamiento civil de Guaidó esperaba una respuesta tipo Alemania democrática en noviembre de 1989 o las revoluciones árabes que construyeron una base social en las calles de millones de personas. Pero al final del primer día de alzamiento, no hubo suficiente pueblo en las calles y pocos militares de baja graduación apoyaron no más de cuatro horas a Guaidó. El movimiento fracasó el primer día a las 4.30 am comenzó el llamado y a las 7.30 de la noche Guaidó se retiró a dormir y convocó a la protesta el día siguiente.
La jugada inicial de Guaidó fue declararse presidente en funciones a partir de una fractura institucional del poder legislativo. Y su principal apoyo entonces no fue el pueblo sino el gobierno de Trump en los EE. UU. La Casa Blanca le hizo daño al movimiento de protesta en un continente con amargos recuerdos de apoyos estadunidenses a golpes de Estado. El papel de México de no sumarse a la protesta tuvo un efecto diplomático externo de no mostrar la unanimidad. Lo de menos fue la simpatía del presidente mexicano López Obrador a Maduro; lo importante radicó en que la política exterior de México no podía apoyar un golpe de Estado apadrinado por la Casa Blanca.
México ya había cometido un error. A finales de 1989 el gobierno de George Bush Sr. decidió la invasión de Panamá para arrestar al hombre fuerte y jefe del ejército Manuel Antonio Noriega por acusaciones de narcotráfico, pero con la paradoja de que Noriega había sido un activo de la CIA dado de alta nada menos que por George Bush Sr. cuando fue jefe de la CIA en el último año del presidente republicano Ford. México perdió su tradicional diplomacia progresista porque el presidente Carlos Salinas de Gortari había decidido sumarse a los intereses de Washington. En 1990 los EE. UU. iniciaron las negociaciones del tratado de comercio libre porque el México de Salinas de Gortari había demostrado ser más aliado de la Casa Blanca que de su viejo nacionalismo.
En el caso de Venezuela y el alzamiento de Guaidó, medio jugó a la diplomacia política. La percepción del canciller Marcelo Ebrard Casaubón dudó de la solidez de Guaidó y sus intereses y logro poner un punto de referencia autónoma de la Casa Blanca, Ebrard, por cierto, ayudó a la candidata demócrata Hillary Clinton en su campaña buscando el voto de los migrantes mexicanos residentes en los EE. UU. El cálculo de Ebrard fue audaz pero certero. Guaidó no tenía el apoyo de la cúpula militar y parece ser que apresuró su alzamiento ante el desgaste diario de su gelatinosa presidencia interina,
Lo que viene para Venezuela es una mayor polarización, en medio de una crisis peor que la de 2002 que provocó el golpe de Estado contra Hugo Chávez. Pero Maduro mantendrá su fuerza interna en tanto cuente con los apoyos de Moscú, China e Irán en un juego de poder de la anticúa guerra fría que el presidente Trump no entiende. El apoyo de Cuba ayudará simbólicamente a Maduro en los grupos progresistas y procubanos que había logrado la revolución bolivariana, aunque los presidentes aliados a Chávez y a Maduro hayan perdido las elecciones en sus partidos.
El alzamiento de Guaidó tampoco ofertó una alternativa al Estado pretoriano venezolano, por lo que su fracaso se evidenció en la falta de apoyo de altos mandos militares. Si no logra cooptar a esos mandos hoy controlados férreamente por el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, difícilmente podrá avanzar en la ruptura del régimen pretoriano bolivariano. Hasta ahora Venezuela ha resistido la pobreza, inflaciones inconmensurables, desplome de la producción y un éxodo de millones de personas hacia otros países, pero sin efecto en la correlación de fuerzas sociales.
Maduro carece del carisma de Chávez, pero tiene el control férreo de las relaciones con los militares. La ruptura de militares con el Estado civil será difícil en un régimen pretoriano porque la complicidad de los negocios tiene a todos los altos mandos metidos en las complicidades del poder. A Venezuela le quedan pocas opciones mientras no exista una oposición que destruya al Estado pretoriano antes de cualquier otro alzamiento. O una revolución armada popular que no se ve en el corto plazo.
@carlosramirezh