___ ¿Cómo se llama usted?
___ ¿Yo?
Georges Simenon
EL HOMBRE QUE MIRABA PASAR LOS TRENES
Los adultos ordenamos a niñas y niños, jóvenes, que lean, les decimos que la lectura los ayudará en la escuela y en la vida misma; pero niñas, niños y jóvenes jamás nos ven leer.
Ninguno de los lectores recuerda la forma en que aprendió a leer, suponemos, casi divinamente, que aprendemos a leer leyendo –como un milagro-; nadie recuerda el sistema pedagógico que hizo posible nos iniciáramos en el primer grado de la primaria con alguna habilidad lectora.
Esta es la crónica de la charla taller Promoción del Libro y la Lectura en Comunidad, impartido el 11 y 12 de abril con las educadoras de la zona escolar 024, a cargo de la profesora María Inés Pin López.
Algunos amigos, ufanos, se precian de haber aprendido a leer en casa, con su madre o algún familiar cercano; otros, los más, dicen que, a una avanzada edad en la infancia, en la escuela, descubrieron los secretos de unir signos para hacer palabras.
Leer resultó una demanda puntual de maestros, comunicadores, intelectuales, padres de familia y gobierno. Pero, ¿por qué no se promueve la lectura entre pares, de niños a niños, de adolescentes a sus iguales, de jóvenes a gente de su misma edad? Los adultos desconfiamos de la infancia, le negamos algún crédito sobre las cosas importantes, aquellas que la gente adulta considera “elevadas”.
Una tarde de marzo me ubicó la profesora Pin, hizo una pregunta: ¿Usted promueve la lectura?
La poesía permite ocupar el espacio de la representación, el sitio de la palabra que detentan gobierno, policía, autoridad. El mundo era así y no era mal visto hasta el final del siglo anterior, los adultos sabían lo que decían. Llegó el nuevo milenio, la revolución tecnológica de la comunicación, los adultos dejaron de tener la palabra. Habló la imagen, la cultura de lo visual y habló el crimen, las balas, las palabras de la violencia –nunca más que ahora una foto dije más que mil palabras-, la sangre.
___ Si –respondí-, comparto lecturas.
Acostumbro compartir lecturas, acudo a una invitación, una lectura de poemas, me ponen frente al micrófono, me escucho y veo rostros, el efecto de mis palabras en los otros; pasado un rato me nace compartir el micrófono, invitar a los asistentes que pasen a leer y sientan la misma experiencia de escuchar su voz y ver el efecto que causan sus palabras en rostros de conocidos y desconocidos.
Pero, ante la invitación a tomar el micrófono ocurre que la gente se niega, amigos y desconocidos se llenan de pretextos, argumentos para no dar el paso al frente. En alguna ocasión una mujer joven dijo, “no traigo mis lentes de lectura”; otro, joven, universitario, no se dio por aludido. Cuando nos invitan a leer hacemos como que la virgen nos habla, no escuchamos
En la visita a la ciudad de Oaxaca de la poeta Kira Galván, en Galería Larimar (Juárez 500, Centro), Dulce, su propietaria, me pidió que pasara a leer un texto de la poeta invitada.
___ Sí, paso a leer –dije.
Aquella noche leyó también la poeta Araceli Mancilla.
Abrir el espacio de la representación, el micrófono, resulta un reto. Ante la invitación pueden ocurrir dos cosas: que se revele un excelente lector -como en el caso de Araceli- o que te decepcione la lectura de alguien que pensabas era inteligente. Existe un juicio sobre el que lee.
Ante una invitación a leer los adultos tiemblan.
Leer en público es cada día más común. Los jóvenes poetas acostumbran hacer lecturas a micrófono abierto o maratones de lectura. Organizan lecturas por cualquier pretexto: por una apuesta de un lote de libros, como un ring de poesía, como una reta de futbol; por un encuentro entre editoriales independientes, en el after, para conmemorar el aniversario luctuoso de un autor conocido.
La gente lee, pero leer no es lo común. Lo común será que a quien invitas a pasar al frente resulte tímido, tartamudo, de vista cansada o con dificultades motoras.
Me pregunto por qué los diputados –locales y federales- no organizan lecturas en colectivo si, como lo hemos visto en cada ocasión, leer para ellos resulta su pata de palo.
No sólo los políticos muestran una carencia en la práctica lectora, también los profesores. No cuentan con el hábito de leer. Y, nadie puede compartir aquello que no tiene.
Tomé la invitación de la profesora Pin y acordamos que acudiría a San Juan Bautista Tuxtepec, a la comunidad rural de Camelia Roja, al Jardín de niños María Josefa Ortiz de Domínguez, a reunirme con educadoras y educadores de 12 planteles para intervenir el libro La Casa de Jaguar, frente a los pequeños alumnos.
Aquel día pasaron a leer los adultos a los niños. Los niños observaron que los adultos leen. Y que al leer cuentan historias, se divierten. Llegaron de distintas comunidades: Paso Canoa, Zacate Colorado, Santa Úrsula, Camelia Roja, Camarón Salsipuedes, El Porvenir, Rancho Nuevo Jonotal, Piedra Quemada, La Candelaria, La Esperanza, El Rubí, Martha Luz.
Nunca antes se habían reunido tantos niños a escuchar la lectura; nunca antes, también, se habían reunido tantas educadoras y madres de familia a leer para los niños.