“No se puede competir con la vida. Sólo recrearla”. ADIEU AGNÈS
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Todos lo saben | Dumbo | Luchando con mi familia
⋆ ⋆ ⋆ ⋆ ⋆ Deje todo y corra a verla
⋆ ⋆ ⋆ ⋆ No se la pierda
⋆ ⋆ ⋆ Vale la pena
⋆ ⋆ Puede verla
⋆ No se moleste
•Evítela como la plaga
El Entremés
⋆ ⋆ ⋆ Vale la pena
En 2017 El Cliente del director iraní Asghar Farhadi, quien no pudo acudir a la ceremonia por políticas migratorias de EU, ganó el Oscar a Mejor Película Extranjera. En mayo de 2018 Cannes estrenó su más actual producción con una recepción un tanto dividida, Todos lo Saben, que llegó a sala comercial a nivel nacional este fin de semana y que tiene como protagonistas y productores a Penélope Cruz y Javier Bardem, en mancuerna con Ricardo Darín en este thriller familiar que pese a no estar a nivel oscariable, dota de una tensión desgastante para sus personajes y que el espectador comparte mediante una narrativa por momentos oscilatoria, pero con una catarsis (o anticarsis) que se va dosificando hasta el punto final.
Como quien acude a la boda de un familiar que vive lejos, Farhadi nos deja claro en un inicio no sólo la dinámica familiar ulterior, sino la sensación comunitaria que se vive alrededor del pueblo en el que se desarrolla la acción, que no harán más que confirmar el titulo mismo de la película en la que hay secretos familiares que por más que se guarden con recelo, resulta que todos lo saben.
El anticlímax será la forma en que Farhadi apuntalará el ritmo de esta historia sostenido hasta el final, pues mientras en el inicio en medio de la celebración de una boda ocurre un secuestro, en el final aún resuelto ya el secuestro, habrá todavía una verdad más que serán como esquirlas de un engaño, no mortales pero sí dañinas. Así, la espiral de verdades surgidas a partir de un engaño creará un torbellino de confesiones acaloradas y lastimeras al orgullo y el sentimiento que irán envolviendo poco a poco tanto a los integrantes de la familia de Laura (Penélope Cruz), como a las de su amigo y viejo amor Paco (Javier Bardem).
Todos lo saben no necesariamente se vuelven un thriller oscuro o sangriento, sino más bien contenido, prolongado y por momentos detectivesco gracias a un dron y al personaje de un expolicía que en su afán de apoyo también atizaba las sospechas que se tienen los unos a los otros. El querer saber la resolución del conflicto es lo que mantienen expectante al espectador y en alerta constante a los personajes, aunado al misterio que genera una atmósfera que se torna inquieta basada en algunas sombras o escenas en medio de la oscuridad y/o en la lluvia, y una tensión alimentada de viejos temas sobre tierras, una finca, un antiguo amor y dinero.
Cuestiones sobre el perdón, confesiones, dudas o el rol que se juega dentro de una estirpe de mejores ayeres, aunado a responsabilidades de índole moral que se vuelven dilemas éticos, generará un desequilibrio que doblegará poco a poco a dos matrimonios, pero sobre todo cimbran los cimientos de dos familias de las cuales sólo una quedará de pie, apenas trastocada pero con marañas emocionales que la hacen sentir derruida, y otra que aunque derrumbada, parece mantener al menos una calma emocional, pues como sabemos, los árboles cuando mueren, “mueren” de pie.
El Plato Fuerte
⋆ No se moleste
Pues resulta que El Pingüino (Danny DeVito, Batman Regresa, 1992) tenía un circo itinerante en franca decadencia hasta que encontró en Dumbo y sus orejas, el nuevo show estelar que le devolverían la gloria, si es que algunas vez la conocieron, al circo de los hermanos Medici; pero no contaba que la ambición de Bruce Wayne (Michael Keaton, idem) buscarían apoderarse del paquidermo bebé de “ojos grandes” para, como buen millonario o visionario, sobreexplotarlo en ciudad Gótica ahora llamada Dreamland (Sueñolandia ¿?) y dejar fuera de la jugada a los protectores del elefante volador.
Resulta que en las líneas anteriores hay más de Burton que en todo el remake live action de Dumbo (2019). El estilo góticamente característico del imaginativo director está tan diluido que toda la plasticidad y oscuridad en el diseño de arte, vestuario y personajes que son el sello personal de sus producciones, terminaron cediendo a un producto de manufactura genérica que da lo mismo saber por quién está dirigida. El personaje de V.A. Vandevere (Michael Keaton) en Dumbo, es la representación misma de Disney: el empresario que no le importa acaparar y sobreexplotar un producto con tal de llenarse los bolsillos y que vende muy bien bajo el aura de la nostalgia, pues sabe que “recordar es vivir, y todos queremos vivir más”.
Tim Burton nos ha dado tanto en sus películas que podemos pasar por alto Dumbo, al final de cuentas se apega a su regla de tener un “protagonista” inadaptado. Lo que sí no podemos dejar pasar es el poco ingenio con que se recrea un clásico animado, que bajo el ala de la corrección política (en esta versión la secuencia de los trabajadores de color que montan el circo en la noche bajo la lluvia esta suprimida), y en el afán de sobreproteger a la audiencia de controversias, termina arriesgando muy poco consiguiendo un tono muy suave y sino es que hasta letárgico. No lo digo yo, lo dice una amiga madre de familia que llevó a su hija la cual se aburrió, aunque también me han comentado sobre niños que lloran. Y no es que tampoco se tenga que ser “incorrecto” o irreverente para ser original o propositivo, pero hay casos como el de Christopher Robin: Un recuerdo inolvidable(2018) o (me comenta Miguel Ángeles) Mowgli: Relatos del libro de la selva, original de Netflix, que saben darle vuelta a la historia original y proponer una película que amalgama bien nostalgia, entretenimiento y producción.
El encanto de Dumbo 1941 radica en ser una fábula de inicio a fin, donde el centro dramático se centraba todo el tiempo en los animales como la representación de sentimientos y actitudes humanas que nos revelan alguna condición de nuestra naturaleza social, algo que Dumbo 2019 deja de lado para volverse antroprocentrista y hacer de los animales sólo un ornamento y guiños para un melodrama de medio calibre, que pretende hablar de la aceptación de la diversidad como fundamento de la familia consanguínea o de afinidad.
La ola de remakes Disney en live action apenas inicia: Aladín, El Rey León, La Dama y el Vagabundo, Mulán, Pinocho, Lilo y Stich, El Jorobado, Blancanieves, Príncipe Encantador, Peter Pan, Tin (Campanita), Cruella de Vil y La Sirenita, así que agarre su salvavidas o su tabla y asegure su billetera, pues es algo inevitable que dicta la oferta-demanda y de la cual como espectadores debemos aprender a salir a flote.
El Postre
⋆ ⋆ ⋆ Vale la pena
Prejuiciado por la sobreexposición que tuvo La Roca al protagonizar tres películas en 2018, este Cinéfago pensó que Luchando con mi familia sería la primera de otras tres cintas que tiene en agenda Dwayne Johnson este año, y que aunado al tema de la WWE apuntaba a ser otro artífice para seguir explotando la figura del californiano de 1.96 m. de estatura; pero así como los libros no se deben juzgar por su portada, uno entiende después de ver la cinta que la verdadera protagonista es Florende Pugh (Lady Macbeth, 2018) y The Rock sólo es un acompañamiento, tal y como lo devela la imagen del poster.
Resulta que Luchando con mi familia narra la historia de la luchadora profesional Saraya “Paige” Bevis, y el camino que tuvo que recorrer desde su natal Norwich, Ingalterra, hasta Florida, EU para convertirse en la campeona más joven de Divas de la WWE. Aunque la película al inicio es de chiste físico y de burlas sexualizadas, poco a poco va cediendo a la trama de la misma historia para exponernos la singular vida de la familia Bevis, dedicada en cuerpo y alma a practicar y organizar modestos espectáculos de lucha libre en su pequeña localidad donde “Paige” y su hermano Zak “Zodiac” son las estrellas locales, pero que más allá de un unos cuantos vítores y libras esterlinas no pasan.
Después de haber planteado que los Bevis no es una familia convencional, la trama avanza al verdadero conflicto, donde el sueño de los hermanos pierde lo idílico y se convierte en una pesadilla para Zak y en toda una faena emocional y física para “Peige”, quien llega a dudar por la culpa que siente de haber sido elegida ella y no su hermano, si ese es su propio sueño o el que le dijeron que debería tener, pues pareciera que sus padres la apoyan por su posible fama y contrato millonario. Acomplejada no sólo por lo difícil de la prueba, “Peige” siente que su estilo no encaja en comparación con el de las otras chicas, Jeri-Lynn, Kirsten y Courtney, a quienes juzga de manera errónea de ser sólo caras y cuerpos bonitos pero que parecen entender mucho mejor lo que un espectáculo como el de la lucha libre profesional requiere: saber ganarse al público no sólo con una confrontación bien coreografiada, sino con un estilo propio de ser y hacerse notar encima del cuadrilátero.
El momento más tenso es cuando Zak confronta a “Peige” sobre el sueño robado, y literal la tunde sin remordimiento sobre las cuerdas, sin embrago esto reacomodará las perspectivas de ambos: Zak entendiendo el modesto pero significativo papel que tiene en su comunidad, y “Paige” que todo sueño lleva consigo un serio y constante sacrificio, canalizado y acompañado en este caso del personaje Hutch Morgan como inclemente coutch, que a su vez termina develando el lado B de la lucha libre profesional: aquellos patiños que entienden que su función es ser el trampolín para estrellas del cuadrilátero (como Dwayne Johnson) a costa incluso de su propia carrera y vida personal.
No es que en Luchando con mi familia se descubra el hilo negro de la comedia dramática familiar, pero logra acercar al espectador sea fanático o no de la WWE, una historia con corazón no sólo por ser verídica, sino porque no niega la naturaleza del espectáculo del que surge y porque apela al valor de la familia como apoyo nuclear en la lucha de cualquier sueño, pero también al temple individual que se necesita para ello.
*Cinefágo: El que tiene el hábito de comer y devorar cine.
#NosVemosEnElCine