ARACELI MANCILLA *
Rocío González escribe desde muy joven. A pesar de conocernos bien, de ser amigas y yo su ferviente admiradora, no tengo mucha noticia de sus años tempranos como escritora en los talleres que compartió con otros creadores y artistas juchitecos; imagino que fueron en la emblemática Casa de la Cultura de Juchitán, y seguramente también en alguno de la Ciudad de México.
Me hubiera encantado que ella nos contara de aquella época. Lamento en el alma que no haya podido estar hoy con nosotros. Pero es una extraordinaria conversadora y puedo imaginar muy bien lo que serían su risa, su agudeza y sentido del humor de haber podido estar aquí para hablarnos, entre muchas cosas más, de aquellos inicios.
Lo que sé es que para ella la escritura siempre ha sido un ejercicio de inteligencia, reflexión y profundo gozo. Esto, aplicado a su poesía, nos hace que hoy podamos festejar 35 años de una obra densa, depurada, rica en su vertiente lingüística, y rica también en una imaginación muy personal que hace aportaciones importantes a la literatura mexicana y a las nuevas generaciones de poetas en Oaxaca.
Agradezco mucho a Guadalupe Ángela la organización de esta celebración, que me ha llevado a revisar toda la obra de Rocío que tengo a la mano. No cuento con todos sus libros, pero casi. Sería imposible en esta oportunidad abarcar todos los aspectos sobresalientes de su obra, pero esta pequeña charla con ustedes quisiera invitar a disfrutar aún más su poesía, para los que ya la han leído, y a los que no, a que lo hagan.
Quiero empezar con Paraíso de fisuras, el primer libro que aparece en la antología personal de la poeta, publicada en 2004 por el Instituto Oaxaqueño de las Culturas bajo el título de Pasiones tristes. Paraíso de fisuras es un poemario publicado en 1992, y en él comparte créditos con Natalia Toledo, su gran amiga, paisana y colega poeta.
En Paraíso de fisuras aparece ya en los versos de Rocío el aliento del poema extenso, y su gusto por buscar palabras que reten al lenguaje ordinario. La búsqueda de un léxico vasto, suntuoso, que dé con lo que quiere decir, le es necesaria para abordar el tema de la vida en Juchitán, de su paisaje, donde el mar es una constante que atraviesa, en general, la obra de la poeta.
Aparecen aquí también tres de los temas recurrentes en su obra: la memoria de infancia, el erotismo y el duelo por la muerte. Y un rasgo distintivo de la poesía de Rocío, que empieza a vislumbrarse también en estos versos, es que nunca nos llevará a una sentimentalidad llana y evidente. Por el contrario, el erotismo, en sus poemas, es atravesado por reflexiones existenciales, y la pasión física es, a la vez que acontecimiento sensual, el centro de hallazgos y cuestionamientos del lenguaje sobre la vida.
Ángeles en vilo es una pequeña plaquette ilustrada por el artista Nicéforo Urbieta, publicada en 1993. En ella el erotismo y el amor son el eje central, y el ejercicio de la pintura, como acto artístico, es equiparado por Rocío al trabajo del verso, con el cual delinea paisajes y situaciones. En este pequeño libro la poesía de Rocío, sensual, llena de naturaleza, comienza a desafiar a su lector con ese temperamento, cada vez más acusado en la poeta, que se resiste a mencionar un placer amable, y en cambio disecciona las distintas facetas de lo amoroso en lo mucho que tienen de desconcertantes y de pérdida. Aquí también se menciona la trágica fuga de la voz poética, de los territorios de la infancia y primera juventud, hacia nuevos horizontes.
Las ocho casas es el libro con el que Rocío gana, en 1998, el premio literario Benemérito de América, que otorga la UABJO. Es un libro destacable en la bibliografía de la escritora por su solución y alcances. En las ocho casas Rocío rinde homenaje a los recuerdos del lugar donde creció, explora en él los interiores del ámbito familiar, y hace un repaso minucioso, más allá de los espacios físicos, de las estancias perceptivas que atraviesa, donde aparecen los padres y los hermanos, al lado de un sin fin de elementos que construyen, en conjunto, una intrincada red de relaciones puestas al servicio de la poesía; no para establecer moralejas filiales, sino para sembrar inquietudes; perturbaciones muy finas, pero rotundas, sobre aquello que se vive al lado de los seres más cercanos; aquello que contiene, en dosis iguales, intensa dicha y honda pena, y nos deja marcas imborrables.
Es también este libro un homenaje, en especial, a la memoria de su hermano Amadeo, quien falleció en su joven madurez, y con quien compartió la poeta la pasión por la literatura. Las palabras de Amadeo presiden, a manera de epígrafe, cada uno de los apartados del libro, y son, para la escritora, el punto de partida, la premisa de la poética que desarrollará enseguida en el poemario.
Lunacero es un libro con el cual Rocío ganó, en 2001, el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa. Aparece publicado al lado del segmento Como si fuera la primera vez, en 2006. En este libro hay un cambio significativo en la poesía de la autora. Si bien sus temas siguen siendo la pérdida, la reflexión incisiva y a veces desolada sobre sí y los otros; un mundo de signos, inéditos en su poesía anterior, aparecen.
A partir de este libro Rocío se va alejando de una poesía expresamente comunicativa y ahonda con plena conciencia en una poética del lenguaje, donde se le siente segura, en dominio pleno de sus herramientas verbales, donde se advierte un ritmo elegante, erudito, del verso, pero sin caer en el artificio. Sus versos fluyen de lo abierto a lo abierto en un juego deleitoso; conducen al lector hacia su música y su desgarramiento con un belleza resonante, hiriente, incluso.
Azar que danza, libro publicado en 2006 en una hermosa edición de editorial Aldus, continúa, en forma todavía más acentuada, esta indagación de la poeta en los territorios del lenguaje. No es casualidad que esto ocurra al tiempo que la escritora ha desarrollado una detallada investigación sobre el tema, publicada en 2008 en el ensayo titulado El lenguaje como resistencia.
En este libro se nos conduce de la mano de filósofos y pensadores de lo que se llama la posmodernidad, hacia los territorios que configuran el lenguaje literario y artístico, como un terreno de absoluta libertad, donde el sentido de la existencia, que parece perdido en nuestros días, encuentra un espacio de invención y vinculación, interna y externa, amplio y poderoso; donde el lenguaje que expresa el “extremo ardor “ del instinto y del misterio de la vida es el lenguaje poético.
La poesía de Rocío González se podría ubicar, a partir del libro Lunacero, en la línea de la poesía inventiva Latinoamericana, de la que nos habla ella misma en su ensayo. Se trata de una poesía también llamada del neobarroco, que en lugar de poner elementos en comparación, como hace la metáfora, establece relaciones análogas entre ellos, como puede hacerlo la figura retórica de la metonimia.
Ahí encuentra el creador que se adscribe a este tipo de poética, un terreno fértil para desarrollar discursos, como dice Rocío, no necesariamente racionales, o filosóficos, sino de un juego que inaugura nuevas realidades y propicia la apertura de los sentidos, de las pulsiones y del pensamiento, y abre infinitos mundos, todavía sin atributos, para la poesía.
En Azar que danza Rocío González hace una afirmación que podría aplicarse a toda su escritura: “pasión por lo tremendo, recomenzar en la caída sin tregua”, nos dice en un verso de la página 37. Suceden en este libro acontecimientos del lenguaje, entradas en mundos hechos de continuidades silábicas, de rupturas fonéticas, de repeticiones y juegos sintácticos que transmiten avidez existencial.
Aquí, como en sus demás libros, la poesía de Rocío parece estar invocando una pérdida, llámese infancia, familia, lugar, amor, lenguaje, lo otro, que su escritura resuelve algunas veces con ironía, y otras con un franco humor negro, o de ballena, como ella lo dice.
Por último comentaré un libro que ha sido definido por el poeta y ensayista Ernesto Lumbreras como sobresaliente en nuestra lírica: Neurología 211, publicado en 2013. La observación que hace Lumbreras sobre este maravilloso y estrujante relato no puede ser más atinada. Se trata de un recorrido dilatado y a la vez vertiginoso sobre una situación límite: la aparición de un tumor cerebral, llamado astrocitoma, en el personaje que da voz al poema, que es la misma poeta.
Pero este personaje, como sucede en toda la obra de Rocío, es ella y es otro. Es así la otredad, lo otro, lo que aparece por conjuro del azar, ante lo inesperado y terrible; es lo otro en que se ha convertido la voz de la autora el que lleva al hueco creado por el tumor extirpado.
La voz de la poeta es entonces la de sus visiones y apariciones, la de sus ecos, en un encuentro feroz con la lucidez, como dice Lumbreras; implacable en su fluir dentro de una realidad ineludible, que la poesía de Rocío trastoca, y transmuta en sinfonía del dolor y de la inteligencia sin estridencias.
En este punto, la conciencia poética de Rocío González ha alcanzado una cima que es un honor reconocer y agradecer el día de hoy.
*Texto leído por Araceli Mancilla Zayas, poeta y amiga de la homenajeada, el sábado 23 de febrero en la Biblioteca Henestrosa.