Si escribes briago, no avanzas.
EUSEBIO RUVALCABA, Alcohol y creación,
Un tema fuera de debate
La frase colgada en la pantalla dice: ni menos de tres ni más de cinco. Se hacen públicos los buenos deseos por el año que comienza, salud, amor, dinero, como si los amigos fueran adivinos, prestidigitadores, clarividentes o dioses. La gente cree en la magia, sin remedio. En el final del año se busca anticipar, predecir, como si pudiéramos hacerlo. Adivinar nos hace modernos, algo que ya se hacía desde el hombre de las cavernas. Suenan los cohetes por el año nuevo, la perra Wislawa se oculta bajo la banca, demasiado estruendo para su sensible oído.
Esta fue la imagen del final de año: la perra oculta y la casa a oscuras.
Estallan los cohetes, esconderse será la mejor forma de alejarse de las felicitaciones, los buenos deseos por el tiempo que vendrá, los buenos deseos me dan sed.
Para defenderme del tiempo de la felicitación recurro a un gesto. Tomar la libreta, escribir. Una de las costumbres de los narradores era aquella de la transición de un año a otro, digamos en el lapso de una hora, escribiendo como la forma de expresar un deseo para el próximo año: el mantenerse en actividad. Así lo hacía Daniel Sada. Y aquí estoy. No es que no se quieran los buenos deseos, no es que repudie el sentimiento de los demás, anhelamos un futuro mejor, sólo que yo no entro en las redes de ocasión ni con mi familia. Tomar la libreta, escribir: ni menos de cinco. Al puro contacto, con el lápiz en la mano inicia el viaje, fluyen los sonidos y las palabras, el destino. Y aquí estoy, 31 de diciembre, solo en casa, con las luces apagadas, con la libreta abierta. Ni menos de tres ni más de cinco. Un tercer viaje sería que la frase me transporta al consumo del mezcal, ni menos de tres, de pronto estoy al mediodía del 31, ni más de cinco, falta mucho para la cena de Noche Vieja, entro a la trastienda de Doña Tina, allá por San Martín por la Secundaria, hay silencio y un frío de humedad, como si se tratara del espacio de la sociedad secreta, corre un frío entre las sillas y el brocal del pozo donde hombres con ojos de lagarto, entrecerrados, beben mezcal o velan la pequeña botella de cristal sobre la tapa del pozo o al pozo, el agua limpia. Son los hombres humillados. La botella ilumina sus rostros. Ni más de cinco. Tomar la libreta, escribir: pongamos que en los deseos de moderación impera la triada que se multiplica como el Demonio: tres por cinco serían quince mezcales. Una no es ninguna. Quince formarían una borrachera respetable, de esas de hasta cuántas cuadras quieres el viaje antes del olvido o la laguna profunda o el golpe de conejo que te derrumbe sobre la banqueta. Quince, cifra mágica, esperanzadora. Salivo de gusto y deseo. Ni muy tierna ni muy madura. La multiplicación rompe el recato, entre tres y cinco. Quince. Sería la fiesta, con descalabrados y lágrimas, una botella de litro contiene veintiún caballitos de una onza de mezcal. Suenan los cohetes, falta poco para la medianoche. En el fondo permanece el pensamiento alcohólico, la desmesura. Abejas vuelan frente a la puerta de la compulsión. ¿A quién se le ocurre permanecer solo en la Noche Vieja? A nadie. Vuelvo a leer, ni menos de tres ni más de cinco, podrían ser tres por cinco, cuatro por cinco, cinco por cinco. Sería más de un litro de mezcal para mi solito. Ya, si las cifras no son para hacer mayordomía. ¿Hay mayordomías de uno solo? Si, las hay, se han visto casos. Hay testimonio. La cifra del buen deseo en el cerebro nunca decrece. Aumenta, ¿si juntamos tus buenos deseos con mi buen deseo? Se armaría la parranda de días. Días y noches en celebración por el año nuevo. La suma dura más allá del maratón Guadalupe-Reyes. El tiempo iniciaría, como debe ser, el arrepentimiento y las lágrimas. Si se trata de la ingesta alcohólica las cifras se olvidan, olvidamos los números de la prudencia. Llaman a misa, ¿alguien escucha?
Un mezcal, la cifra de la clarividencia, la ambrosía. Un mezcal aplana el camino del desgraciado. Y diciembre termina repleto de pesares, descalabros. Cinco copas para quien domina el consumo alcohólico será nivel de la prudencia, casi un exceso. Una cultura superior indica la multiplicación del pan y el vino. La mano manda, el impulso del brazo gobierno al que bebe. El gobierno de la mano será el gobierno del alma. La borrachera se rige por el mundo de los sentidos, no del pensamiento. Pongamos a un borracho frente a una dama. ¿Ustedes pueden citar el caso de un borracho con juicio? El vino de la verdad, decía el latino. Puro impulso ciego. Ni menos de tres ni más de cinco, la notación exponencial. Números que funcionan para justificar la tardanza al regreso a casa, “sólo fueron tres”. Aunque el tufo del alcohol te traicione, “ya sabes, el alcohol será como la sangre, siempre escandaloso”.
Las cifras funcionan para mantener la paz en el hogar. La cifra proporciona el argumento, tres cerditos peleaban contra el lobo feroz.
Corre el lápiz sobre la hoja, pareciera entusiasmarse con el tema. En Noche Vieja no hay nada mejor que sumar soledades y páginas, lo que se vaya a coser que se vaya remojando. Si, la forma de recibir el año de Daniel Sada será lo indicado. Aunque las ideas para la escritura llegan con la lectura hay equívocos, confusiones, se le otorga un carácter divino al hecho de escribir, aporrear la máquina. Nos guiamos por los sonidos, no por el pensamiento. En la hora del falto de ideas no hay nada mejor que mantener cerca el libro de las biografías de los escritores. La lectura provoca el desencadenamiento de las emociones, ahí está el principio de toda escritura. Ni menos de tres ni más de cinco, la trampa. Leer nos hace originales porque utilizamos nuestra la imaginación para ordenar el mensaje. La escritura nace de las palabras ya escritas. Interpretar los signos de la escritura, leer, será una forma de anticipar el futuro, convertirnos en dioses.
___ Calma, Wislawa, no temas.
La perra sigue metida bajo la banca, arrecia el estallido de los cohetes. Diez para las doce, ya es media noche. ¿Dónde estaba? Ah, si, el texto. El texto inicia cuando leo, cuando relaciono mis experiencias previas con las letras. Ni menos de tres ni más de cinco. El lápiz avanza bien sobre la hoja y me encuentra el año nuevo metido en la escritura. Resisto. La lectura ayuda en la hora amarga, el fin de año. Sería bueno escuchar a Charles Mingus, acompañar la libreta con música. Los sonidos del exterior procuran la escritura, benditos cohetes. Bendito Mingus. Bendita Wislawa y su temor. Ni menos de cinco. Hay que leer protegidos por una música que nos recuerde mover las manos, los pies. Hay que escribir. El sentimiento primero se queda fuera del texto, el impulso que te llevó a la lectura, que te hizo escribir. El gran vacío. El sentimiento forma el vacío porque te conduce al pasado, te referencia. El cerebro trabaja por reducción simple. Y se aferra a todo asunto que lo puede volver al pasado, la música, las letreas, el lápiz, la libreta. El baile. En la Noche Vieja tiendes que mover los pies, bailar porque así lo viste en la infancia. Escribo. Hay un claro deseo de volver a la infancia en esta noche que recibe al año nuevo.
Revuelan las abejas frente a las puertas de la compulsión.
El empujón, el primer empujón que te hace ir al mueble y sacar la libreta fue el estallido de los cohetes del festejo. En toda cohetería hay una vuelta a la infancia, un ser nacional que nos puebla y regresa. Territorio y gusto, lenguaje. Deseo. En realidad, nunca salimos del pueblo, aunque nos hayan parido en la ciudad. Los sonidos migran de un alma a otra. Nos gusta escuchar el estallido de los cohetes, aunque no sepamos el origen de ese gusto. Miro la perra bajo la banca y me siento en la mesa de la cocina a escribir. Hay que escribir, se termina el año. En este momento hay miles de ojos que escudriñan el cielo en espera de encontrar la cifra, el número que les diga su futuro. Ni menos de tres de ni más de cinco. La gente quiere saber su suerte. Ni menos de tres ni más de cinco, salivo. Escribo y se me hace agua la boca, imagino del mezcal, su silvestre aroma, abeja y flor, la claridad frente a mis ojos, tarde bermeja, mis labios sobre al claro silencio. Sé mi futuro. Ni menos de tres.
Imagino las calles pobladas por desesperados hambrientos de alcohol, que buscan alcanzar su alegría, empinar el codo.
Los números no indican los buenos deseos -prudencia y moderación, salud-, abren la puerta de la compulsión.
Ni menos de tres ni más de cinco. Las cifras cabalgan de noche, buscan renovar las alianzas, sumar. Todo parte de la unidad, la unidad no puede reducirse. El que escribe imagina una mesa repleta de copas o una jarra de inagotable mezcal frente a su copa. Mezcal se llama mezcal, la copa está hecha del cristal de las veladoras, en el fondo lleva la cruz de la desesperanza.
Con los cohetes la perra tiene cara de perro regañado, huraño. Con cada estallido se hunde más bajo la banca. Hay gente insensible, más al finalizar el año. Al final o al principio del año hay gente sin entraña que detona los cohetes.