VÍCTOR CATA*
Nannu’ xiñee qué ridxebe’ guendaguti la?
Ti cadi naasia’ zate’,
Laani nga ti gueta ni zado’no guiranu
Sabes por qué no le temo a la muerte,
porque no sólo es para mí,
es una tortilla que comeremos todos.
Tzompantli, hilera de cabezas o bandera de cráneos. La imagen impresiona: cuerpos muertos, cabezas arrancadas, calaveras perforadas en los parietales, dientes quebrados, cuencos vacíos, y la sangre, la sangre a borbotones. Eso es lo evidente del Tzompantli, pero detrás de ella hay una metáfora, una sutileza: es el culto a la vida.
El tzompantli es una ofrenda al sol para que no detenga su marcha y no muera el mundo: come mis restos, sol del altiplano, dijo Octavio Paz extasiado, mientras que Gibrán Jalil nos revela que el secreto de la muerte está en el corazón de la vida.
Para los mesoamericanos, la cabeza, el corazón y la sangre eran muy valiosas, les pertenecían a los dioses. Jorge Luis Borges, en su Historia de la eternidad reporta que los islandeses, pueblo de combates, también los apreciaban, a la cabeza la llamaban Peñasco de los hombros; al corazón, dura bellota del pensamiento, mientras que la sangre era la cerveza de los cuervos.
El Tzompantli de Víctor Cha’ca’ es una mirada sensitiva ante un fenómeno natural ¡ay! El terremoto, bidó’ xu el dios que camina dando tumbos y le arranca alaridos a la tierra. Es una interpretación que no sólo vuelve tangible el dolor a través del arte, sino que lo purifica y lo embellece, le da un matiz muy particular, tal como hacían con los sacrificados, que los pintaban con estuco para resaltar lo rojo de la vida.
El Tzompantli de Víctor Cha’ca’, revela su estremecimiento ante su ciudad caída y mirar que no sólo los cuerpos tienen un esqueleto, sino también las casas. Recordar que las casas de los zapotecos son animales divinos, y ver que en el lenguaje de las nubes hay una sintaxis que lo muestra: el techo de morillos es la cabeza del jaguar ique beedxe’; la viga que atraviesa la casa es un zopilote; mientras que el palo que cubre el techo, es el palo del lagarto yaga be’ñe’.
El Tzompantli de Víctor Cha’ca’ es una piedra de sol que nos habla de los ciclos eternos del existir. En el mito de la creación del quinto sol, el ser humano existe gracias a los huesos traídos de la región oscura. Asimismo, de entre los escombros de las casas centenarias brotó la vida; del corazón caído del chicozapote, el tepehuaje y el granadillo surgió no un nuevo ser sino cuarenta nuevas obras.
El Tzompantli de Víctor Cha’ca’ es un libro labrado que documenta el fin y el nacimiento de un ciclo: calavera que nos mira desde una estaca torneada.
En este Tzompantli miramos no el temor a la muerte, pues está ha sido representada en estas tierras desde el Clásico, la cabeza de Soyaltepec es una muestra, una hermosa representación en barro de los gemelos vida-muerte.
¿Entonces a qué se teme? Se teme al silencio porque anuncia desgracias. Los zapotecos del Istmo no lo soportan, lo conjuran con la palabra, la risa y el arte, en este caso con un tzompantli.
*Texto a propósito del proyecto escultórico del artista juchiteco Víctor Cha’Ca’, que en breve estará expuesto en la galería Los Cien de la ciudad de Oaxaca, del narrador y poeta zapoteco Victor Cata, Licenciado en Historia y maestro en Lingüística Indoamericana por el CIESAS. Colaborador en La Jornada. Becario del FONCA en el programa de Escritores en Lenguas Indígenas (2005-2006). Becario del SNCA (2012-2014). Medalla Andrés Henestrosa 2015.