JOSUÉ SALVADOR VÁSQUEZ ARELLANES
Título original: Manbiki kazokuaka
Año: 2018
Duración: 121 min.
País: Japón
Dirección: Hirokazu Koreeda
Todos merecemos Hirokazu Koreeda en nuestras vidas, y es algo que OaxacaCine entendió desde sus primeros años al proyectar en 2014 la entrañable película De tal padre tal hijo, y así sucesivamente en 2016 Nuestra pequeña hermana, Tras la tormenta en 2017, El tercer asesinato en mayo de este año, y Un asunto de familia, también en 2018 en medio de su VII Aniversario, y que en palabras del crítico Roger Koza, es el mejor Koreeda que hemos visto.
Queda claro entonces que la familia es el tema que rodea siempre el cine de Hirokazu Koreeda, sólo que en Un asunto de Familia el salto que da es cuántico al replantear cuáles pueden ser los lazos de unión entre sus miembros, si los consanguíneos o los afectivos, si los de supervivencia al margen del sistema tal y como vemos en la primera escena del filme, o los de un concepto ortodoxamente moral de familia que parece cada vez más caduco o poco funcional ante la decadente vida familiar actual.
Los Shibata, aunque amontonados y precarios, parecen llevar con aceptación y sin complejo la vida familiar que tienen, compartiendo no sólo el espacio (¿familiar?), alimento y productos hurtados, sino la experiencia como tal de convivir todos juntos donde los roles son claros: Osamu el ‘padre’ que a veces es trabajador de construcción y quien instruye a su ‘hijo’ Shota en el arte del robo por ser lo único genuino que le puede enseñar y quizá compartir con él; Nobuyo la ‘madre’ que trabaja planchado ropa y que administra los recursos alimentarios del botín; Aki la ‘hermana’ de Nobuyo quien trabaja mostrando cronométricamente parte de su cuerpo a extraños y quien tiene un lazo afectivo con Hatsue, la ‘abuela’, quien al parecer no tuvo más opción que albergar a todos en su casa pero de quien sabremos después no sólo vive del dinero de su pensión.
Y aunque de muros estrechos, lo Shibata son de una humanidad amplia, pues compartirán con Juri, una pequeña niña casi abandonada a la intemperie, no sólo el pan y la sal en forma de croquetas y bolitas de gluten, también un techo y la iniciación a una vida de truhanería familiar que quizá peque de cínica, pero que al menos resuelve el día a día de 5, y ahora 6, bocas que alimentar, ante un sistema capitalista y burocrático que ignora los límites y complejidades de gente que de no apoyarse mutuamente, viviría en la soledad física y emocional.
¿Pero qué tan al margen se puede vivir de la sociedad? Pese a su poca convencional forma de vivir, los Shibata no sólo pondrán a prueba sus entrañables lazos de unión “familiar” creados alrededor de la sobrevivencia, sino al mismo tiempo retarán a un Estado que cegado en su miopía oficinesca y su afán de preservar el “verdadero núcleo familiar”, tomará el control institucional creyendo que es peor abandonar un cadáver que abandonar a alguien (vivo).
Con una narrativa astuta y calculada, bajo un ritmo dramático y humorístico, Koreeda nos plantea tres disrupciones en la vida de los Shibata: el reporte de Juri como desaparecida, las consecuencias del inesperado “agradecimiento” de la abuela Hatsue, y el acto de Shota (producto de sus cuestionamientos) para salvar a su ‘hermana’ Juri, pero que era el único camino que encontró para resolver su conciencia y que revelará al mismo tiempo la real naturaleza de los lazos que unen a esta familia.
Una historia con la idea que escoger a la familia evita tener falsas expectativas, donde tardar más en disfrutar el momento es ver una luz en medio de la oscuridad, ya sea en unos tradicionales fuegos artificiales, una incestuosa playa, o una paternal nevada. No hay nada que destruya los lazos de sangre, ni nada tan antinatural como decir “a partir de hoy no soy tu papá”, sólo hay actos que demuestran que lo que verdaderamente une a una familia no es el apellido, sino las cicatrices que compartimos los unos con los otros.
*Cinefágo: El que tiene el hábito de comer y devorar cine.
@JosueCinéfago