Pero el agua recorre los cristales…
José Emilio Pacheco, Don de Heráclito
UNO
El médico me enseñó un frasco con capacidad más o menos para un litro; el frasco de cristal con tapa de rosca, el médico jugaba a abrir y cerrar la tapa, veía a mi mujer, sus piernas, en el líquido flotan partículas oscuras, al fondo una ennegrecida porción de lo que pensé era un riñón de pollo, hervido -ya saben ustedes, en la cantina atienden con botana de tacos de huevo revuelto con menudencias de pollo, higaditos-, más o menos como de un cuarto de puño. El médico me dijo, “esto es tu vesícula, tardamos horas en lavar con detergente tus intestinos”. Yo me quedé pensando en la espuma blanca -el aire detenido dentro de la esfera transparente-; las pompas de jabón, mi madre decía no tires jabón, cuida el dinero que se va como agua y jabón. Estaba en la cama del hospital, era lunes, había salvado la vida, en la mañana cando desperté mi mujer me dijo que el médico había dicho como pronóstico: “si aguanta hasta el jueves, la libró”, esperaban lo peor, había pasado una peritonitis, observé la habitación limpia, la cama estaba cubierta por sábanas azules, había un televisor encendido, sin volumen, daban las noticias, reconocí la habitación como el espacio aséptico de los sueños.
En mi costado sentía el vacío del tamaño de un puño completo, más o menos ¿Cómo pueden estallar los tejidos del cuerpo y seguir con vida el paciente? Cuando ingresé al hospital aquejado por fuertes dolores en el lado derecho del estómago una enfermera me puso vaselina en la región abdominal y pegó a mi piel el extremo de una extensión blanca, miró por una pequeña pantalla.
___ Tranquilo, qué bueno que ya está con nosotros –dijo.
Hay milagros que se guardan en frascos de cristal. Pensé que el hombre que me hablaba no era un médico sino un brujo.
Padecí hambre e insomnio durante tres noches, tenía prohibido beber líquidos, me mantenían unido a dos sondas, recostado, con la vista fija en el techo; un tubo de plástico salía de mi estómago, justo bajo el esternón y otro perforaba la uretra, al despertar al cuarto día recordaba un sueño: una energía entró a mi cuerpo, recorrió mis tejidos, los órganos, sentí como cuando pequeño imaginaba que desde mi cerebro recorrían mis pensamientos las venas, de punta a punta de mi cuerpo, de los pies a la cabeza. Desperté con la certeza de que sobreviviría a la peritonitis.
La enfermera acomodó almohadas en mi espalda, ya estaba recuperado, pude oler su uniforme blanco, olía a jabón en polvo. Dije “gracias”, hasta mí subió el olor de su axila transpirada.
___Ya no probaré botanas en la cantina –dije.
El médico se retiró, dejó el frasco de cristal en el mueble, yo me dije y ahora dónde pongo el frasco que contiene mi carne -lo miré a contra luz, las partículas flotaban, ebrias-, a los tres días me dieron de alta.
DOS
Mete tu mano en la sal para que cante la noche. La mujer del grillo está caliente, canta. Puedes hacer el aire con las manos puestas en oración, canta. De noche viene el cigarro, señor San Pedro, que todo lo cura. Tabaco con sal, el gran sanador. Ya viene la madrugada con su canto de gallos. Ya está el rocío sobre la flor. Canta, para sanar tu cuerpo. Relumbra la sal. Para que se haga la luz del día levanta tu canto. Para que sanes, para que vivas, fuma. Señor San Pedro, alumbra este canto. El aire cargado con humo sana. Deja que trabaje el aire que crece entre las manos. El cuerpo enfermo, consumido canta. De tanto dolor la gente canta. Pide ayuda a la noche, como la hembra del grillo. Canta, ya viene la luna con su largo collar de hojas. Pide tu sanación a la noche. La noche que mea en los campos hace el rocío, que junta la flor con el surco. Nunca te asomes de madrugada al patio. El mal abraza a quien lo mira, por la mirada entran los encantos. No mires, canta. Para que se haga la luz en el cerro. Para que se dé la milpa. Para que aplaudas en la vela, canta. El canto alumbra más que el día. Señor San Pedro, tabaco con sal. Señor San Pedro, producto de nuestras manos. Sal viva del estero para sacar el pescado del mar. Para curar dolor de hueso, para que alumbre la primeriza. Para que salga lo que se pudre, para que se vaya la envidia al culo del perro, al chiquero de los marranos. Sobre los ojos del tlacuache. Para que siga al zopilote, que se vaya al muladar. Para que busque su espacio en el pito del murciélago, que duerme boca abajo. Canta, para que la noche deje su pureza en tu cuerpo. Cuerpo ruin, cuerpo cobarde. Canta, para llamar a las estrellas, una de ellas me dijo tu nombre. Para que llegue Juárez con su carroza de caballos negros. Canta, para que baje Dios y los angelitos. Canta la lumbre en el fogón. Canta la brasa, está caliente. Quiere coger, quiere que la soples. Quiere coger contigo, darte su fuerza de lumbre. Canta, ya vienen los grillos. Los chivos y su manada buscan la cueva del Diablo, allá quieren llevarte, no los mires. Canta, la noche coge con el árbol. Escucha como agita sus ramas. Canta para que se vaya la enfermedad montada en el pelo de las sombras. Canta para que tu mal se meta en el sobaco de quien te envidia, del que te odia, del que quiere tu mal, del que nunca te quiso, del que te roba, del que no te ama, te traiciona. Canta para aplaudir, tu dolor merece aplausos. Canta, patio de las flores. Canta, pozo de agua. Con tu pelo repleto de estrellas. Canta para entibiar tu pecho, para alejar el frío. La grilla canta cuando está caliente. Canta para que se vaya el mal montado en las cejas de la pulga.
TRES
___ ¡Resucitó, resucitó!
En casa me esperaban los amigos, habían llegado con viandas y bebidas; manitas de puerco en vinagre, papas fritas, cueritos, cerdo relleno con papas, al horno; cerveza, ron y mezcal. En mitad de la fiesta de bienvenida mis amigos pidieron que mostrara los restos de la vesícula extraída.
___ Me da un poco de vergüenza –dije y levanté el frasco.