Sobre la calle larga que nace al pie del monte, dos afiladores se encuentran; uno, camisa blanca empuja una sola rueda con dispositivo donde carga el esmeril, desciende; el otro, camisa manga larga de mezclilla azul, sube en una bicicleta que en la parrilla trasera carga su piedra de afilar.
Los afiladores emiten su llamado con tonos repetidos de la flauta (el sonido de la adolescencia), la música llama a los clientes en el mediodía de calores en que se levanta el canto de las chicharras, como un rasgueo largo. La gente cierra puertas y ventanas a piedra y lodo para proteger sus pocas cosas del calor y la delincuencia. Bajo el cielo de calores la gente cierra su casa a la claridad.
En la calle Presidente Juárez los afiladores llaman con insistencia. Uno sube (Clan de la Tortilla Grande), el otro baja por la misma calle (Clan de la Tortilla Dura). El estiaje azota con maldad San Martín, la calle reverbera mientras estacionado zumba el motor del camión cisterna junto a la banqueta, vende agua; desde la parte más alta de la calle se puede ver al fondo del valle la iglesia de Santo Domingo, que mantiene en lo alto de su cúpula la bandera vaticana, blanco y amarillo; bajo el monte, el río de aguas negras corre lento; arde el puente Valerio, con los barandales pintados de amarillo. El afilador en su bicicleta sube la cuesta, desde temprano empezó su trabajo, antes que apretara el calor. El afilador de a pie empujó la rueda a buena hora, pasó a visitar clientes que una vez por semana requieren sus servicios. Los dos se encuentran por la Escuela Secundaria 106.
Las casas en la colonia Margarita Maza se distribuyen por el oficio de sus moradores, junto a la escuela viven las mujeres que trabajan en la cooperativa escolar, los hombres que se dedican a la carpintería; más allá, mendigos, roba carros, policías, albañiles. Todos afilan puntualmente cuchillos, navajas; el machete.
En el mediodía paró el escándalo de las chicharras, los dos afiladores se encontraron en el cruce de las calles Presidente Juárez y Plan de Ayala, uno subía, otro bajaba. Los vecinos, al escuchar el silencio, se asomaron para ver qué pasaba, el silencio hace que la gente ponga su atención en la desgracia.
En la banqueta estaban sentados los dos afiladores, sudorosos bebían su Coca. Uno, el de camisa blanca, miraba la bicicleta con dispositivo para la piedra de afilar; el otro, camisa de mezclilla, miraba la rueda recargada en el árbol de huizache; se diría que los dos eran enemigos.
¿Qué país es este que sólo ofrece el oficio de afilador a sus hombres?
___ Duro el calor.
___ Duro.
Luego volvieron las chicharras a su canto grande, que ocupó cielo y tierra.
En la esquina un hombre viejo que esperaba el urbano miró con descaro el culo a una joven, pasaba por las tortillas del almuerzo. La gente se arma de diversos motivos para salir a la calle y enfrentar la desgracia del calor. En la esquina, una mujer flaca esperaba clientes en la estética, peluquera, mascaba chicle; de la tienda del pastor salió un perro. En la banqueta los afiladores guardaron silencio, en la calle, en horas del trabajo, lo mejor era quedarse callado.
Los afiladores bebieron su refresco en silencio, ésa fue la experiencia que dejó el caminar las calles, los hombres sabían callar en las horas de sol, para no desperdiciar sus energías.
Ya de regreso, en la sombra fresca de su cuarto, al momento de contar el dinero de su trabajo, el afilador también guardó silencio frente a su mujer.
___ ¿Cómo te fue?
La música que llama a los clientes, los tonos agudos, largos, ocupa el espacio de las palabras; confía su vida a la música.
Atento escucha la canción del metal. La música guía sus manos, el canto de la piedra indica el afilado perfecto. En los ojos colorados de la chispa, la lumbre, está el sonido de la sangre. Sus pulmones reconocen por el olor el filo cierto; el canto medido en la yema de sus dedos, lo confirma. Sus pocas palabras saben todas las historias, los metales tienen la lengua que nunca muere, que el afilador desentraña con gusto y cariño. En su trabajo, su mano que empuña el metal fue la mano del padre que sacrificó la res para celebrar la fiesta de quince años de su hija; por un momento, también, su mano fue la mano del parricida.
El acero sabe del hambre, la necesidad, persecución (todas las historias que corren por esta tierra).
El afilador será su confidente. Junto a la piedra de afilar su tiempo será el tiempo de todos los hombres: antes del acero fundido corrió tras el enemigo en la guerra florida, fue peón alzado en la revolución, estuvo al servicio de Felipe Ángeles.
___ ¿Cómo te fue? –pregunta la mujer.
Sobre la calle Presidente Juárez los afiladores se marchan, uno al Sur, otro al Norte; empujan la música sobre la calle roja de calores mientras vuelve, una y otra vez, renegado, el canto de las chicharras.