Cualquiera que sea el resultado de las elecciones presidenciales hoy domingo 1 de julio, la única certeza radica en que se va a cerrar un ciclo político y se abrirá un nuevo ciclo… que será el mismo. Gane quien gane las elecciones, las perspectivas mexicanas seguirán siendo las mismas.
Primero, los candidatos: el puntero es Andrés Manuel López Obrador, un militante del PRI de 1970 a 1988, luego militante y dirigente del PRD que nació del ADN del PRI y finalmente creó su propio partido similar al PRI. Su propuesta es populista a la mexicana, aunque quisiera ser a la venezolana por aquello de la revolución bolivariana. Su populismo asistencialista no rompe con el PRI, sino que aprovecha sus experiencias, como ha ocurrido en el gobierno de DF-Ciudad de México desde 1997.
Ricardo Anaya Cortés es candidato del derechista PAN aliado con el progresista-populista PRD, muy lejos del compromiso histórico italiano de los setenta. El eje de Anaya fue el cambio de régimen y el gobierno de coalición, y nada qué ver con alguna nueva propuesta de modelo económico neoliberal. Los dos sexenios del PAN en la presidencia 2000-2012 fueron típicamente priístas, sobre todo de mantenimiento del modelo económico globalizador y de mercado; si acaso, ahora algunos programas asistencialistas perredistas.
El candidato del PRI es no-priísta que había sido miembro del gabinete presidencial del gobierno panista de Felipe Calderón 2006-2012 y luego tuvo dos cargos de ese nivel en el gobierno priísta de Enrique Peña Nieto. José Antonio Meade Kuribreña es un burócrata de la economía, su modelo es el de mercado neoliberal y globalizador, aunque le tocó administrar la eficiencia de algunos programas asistencialistas cuando fue secretario de Desarrollo Social. Por cierto, esa dependencia del gabinete presidencial la creó el presidente Salinas de Gortari tomando como referente –sólo equidistancia, no reproducción– el Ministerio de Desarrollo Social del populista Juan Domingo Perón en Argentina. Más que modificar la estructura de la desigualdad, esta dependencia sólo ejerce programas de dinero regalado que no modifican la escala social de clases.
Los tres coinciden en un aspecto central: no modificar el modelo económico estabilizador de mercado y sí regresar la atención a la desigualdad social, muy al estilo de Gatopardo cuando el príncipe Salina reclama a su sobrino que se vaya con los revolucionarios republicanos y éste le responde más o menos: para que las cosas sigan igual es necesario que cambien.
En realidad, la diferencia entre los candidatos no es de modelo económico sino de élite política: cada formación de las tres en competencia llegaría al poder para desplazar a los otros; el del PRI buscará mantener a la élite de Peña Nieto y del PRI neoliberal que tiene el control del gobierno desde 1983, el PAN y su aliado PRD tratará de colocar a una nueva burocracia y López Obrador ha construido una base elitista no sólo con sus radicales sino que les ha sumado a ex militantes del PRI, del PAN y del PRD, es decir, son los mismos.
La estructura de la desigualdad mexicana requiere de un rediseño integral de sistema político/régimen de gobierno/Estado constitucional y de modelo de desarrollo/política económica/bienestar social. Tres datos aquí ya referidos merecen recuperarse: la tasa promedio anual del PIB en el largo periodo neoliberal 1983-2018 será de 2.2% y debería ser de 6%, el 78% de los mexicanos padece de una a cinco carencias sociales y sólo el 22% vive sin problemas y el salario mínimo mensual es de 108 euros.
Esta desigualdad social creciente por culpa del modelo neoliberal estabilizador y de mercado potenció las posibilidades electorales de López Obrador y llevó a la alianza del PAN con el populista PRD, pero de ninguna manera conmovió al PRI y a su candidato porque los dos en ningún momento pusieron el problema social en el eje de su campaña electoral y por ello le dejaron los votos del resentimiento social a López Obrador.
La posibilidad de que cualquiera de los tres gane la elección del domingo no radica en el reconocimiento de que el modelo populista mexicano había quedado destruido en 1982 y que el modelo neoliberal de mercado globalizado carecía de viabilidad social, sino en el hecho de que cada candidato a buscado su voto útil ofreciendo atenuar un poco la pobreza con programas asistencialistas de dinero regalado.
A pesar de que López Obrador despierta temores, su populismo tratará de no romper con el equilibrio macroeconómico. Y no por la rigidez del neoliberalismo, sino porque carece de una alternativa económica.
De ahí la tesis de que México regresará al movimiento pendular que le dio viabilidad en el largo periodo 1936-1982: a un gobierno progresista de seis años, debía de sucederle un gobierno estabilizador otros seis años y regresar de nuevo el péndulo. En 1982 arribó al poder el presidente Miguel de la Madrid y su grupo neoliberal comandado por Salinas de Gortari y el péndulo quedó enganchado en el conservadurismo seis sexenios, 36 años, de De la Madrid a Peña Nieto.
López Obrador y Anaya Cortés liberarían el péndulo para el lado progresista como una forma de estabilidad social mínima, en tanto que el candidato priísta Meade Kuribreña lo dejaría enganchado en el lado neoliberal. Ahí se podría tener una razón por la que Meade Kuribreña y el PRI van en tercer lugar en las encuestas: los marginados del bienestar no quieren otros seis años de neoliberalismo de mercado.
De ahí que el populismo mexicano que viene sólo ha preocupado a las élites porque la nueva clase dirigente buscaría quedarse varios sexenios en el poder, como ocurre en el gobierno local de Ciudad de México. Lo que está en juego es la ley del péndulo de la clase dirigente.
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