El determinismo intelectual del escritor peruano-español Mario Vargas Llosa sobre la amenaza democrática del populismo del ex priísta-ex perredista y hoy dirigente del partido Morena, Andrés Manuel López Obrador, podría preocupar a muchos dentro y fuera de México. Sin embargo, hay que partir de un hecho histórico: desde su independencia del reino de España en 1821 México ha encontrado en el populismo el medio para eludir revoluciones y la circunstancia para encaramar dictaduras personales.
Una síntesis apretada: Agustín de Iturbide consumó la independencia en 1821 y en el acta respectiva anunció la fundación del Imperio Mexicano, en 1822 se auto proclamó emperador y duró un año; en 1824 se promulgó la primera constitución mexicana, federal y republicana, y el país entró en una lucha por el poder presidencial; el liderazgo personal y populista del general Antonio López de Santa Anna duró de 1835 a 1855; de 1857 a 1872 funcionó el populismo personal de Benito Juárez; el dictador Porfirio Díaz controló el país de 1872 a 1911 basado en su liderazgo populista; y de 1917 a la fecha México ha oscilado entre el populismo priísta y el populismo panista; y ahora lleva ventaja en las encuestas el populismo ex priísta-lopezobradorista para el sexenio 2018-2024.
El populismo ha sido un sistema/régimen/Estado basado en el liderazgo personal, el apoyo entusiasta de las masas y las clases masificadas y la colaboración de las clases burguesas. El populismo mexicano actual se basa en el inciso a) de la fracción II del artículo 3 constitucional que define la democracia “no solamente como una estructura jurídica y régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo (cursivas de CR)”. Esta reforma fue introducida en la constitución en diciembre de 1946 por el presidente Miguel Alemán, quien, en enero de ese mismo año, como candidato presidencial, transformó el Partido de la Revolución Mexicana de Lázaro Cárdenas en Partido Revolucionario Institucional (PRI). Esta frase constitucional es la esencia del populismo mexicano actual.
El populismo ha sido, así, el eje ideológico del sistema/régimen/Estado priísta instaurado en febrero de 1917 con la Constitución redactada por los jefes que ganaron la revolución. Los pivotes del populismo son: el presidente de la república con facultades absolutistas sexenales, el PRI como el partido del Estado en funciones (David Easton dixit) de caja negra para la asignación autoritaria de beneficios y el control de las relaciones sociales y de producción y el Estado de bienestar como punto de legitimación social.
Los populismos han sido diversos:
–El populismo de los jefes revolucionarios Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles (1920-1936): liderazgo personal, poder absoluto centralizado y programas sociales a favor de obreros y campesinos.
–El populismo de Lázaro Cárdenas (1934-1940) basado en la estructura corporativa del partido del Estado y sus cuatro pilares organizados: obreros, campesinos, clases populares y militares. La propuesta genial de Cárdenas fue crear el modelo de representación presidencial del proletariado obrero y campesino, pero organizándolos como masa y no como clase.
–El populismo priísta 1946-1983 diseñado para crear políticas sociales que construyeran una base popular de los gobiernos. La tasa promedio del PIB en el periodo 1934-1983 fue de 6%.
–El populismo neoliberal 1983-2018, con un espacio de doce años (2000-2012) con presidentes surgidos del PAN. La estabilidad macroeconómica, que implicó controlar la inflación vía salarios bajos, PIB decreciente y recortes de gastos sociales, tuvo el equilibrio en políticas asistencialistas a los sectores más pobres. La política social general se centro en los marginados. El neoliberalismo de mercado capitalista globalizado atenuó protestas sociales con dinero regalado a los pobres. El régimen fue neoliberal en política económica, pero populista en lo social.
López Obrador se formó en el PRI y en el sector de políticos progresistas formados por la cultura política cardenista. En 1988 se salió del PRI y en 1989 se afilió al PRD, el partido neo cardenista fundado por Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del general Cárdenas. El PRD nació con el registro legal del Partido Comunista Mexicano, pero controlado por ex priístas. El modelo político del PRD fue, así, un neo cardenismo mixto: masas populares y priístas, con un programa no revolucionario sino orientado a más gasto asistencialista. El PRD, Morena y López Obrador no promueven el objetivo socialista proletario, sino que usan a las masas –como masa, no como clase– para apuntalar las bases sociales de sus organizaciones. Los cinco años que López Obrador gobernó la Ciudad de México fueron típicamente priístas.
El populismo de López Obrador no difiere del populismo revolucionario-priísta del siglo XX mexicano. Sus objetivos serían los antiguos: mayor tamaño del Estado, más intervención directa del Estado en la producción vía empresas estatales, salarios basados en criterios sociales, políticos y de lealtades electorales, obstáculos a actividades empresariales en obras públicas y el partido del presidente como partido del Estado. Ello implicaría regreso al nacionalismo económico y de comercio exterior, personalización presidencial de las decisiones productivas y demagogia personal del líder.
Los populismos mexicanos han llegado cuando los pobres y marginados son los más, los gobiernos institucionales perdieron liderazgo y las clases medias se hartaron de la corrupción y la ineficacia gubernamental. Y su duración mayor fue cuando funcionó en relación a los pobres y se acortó cuando se centró en personalismos de líderes.
@carlosramirezh