JOSÉ SALVADOR VÁSQUEZ ARELLANES
El entremés
Hace unos meses, desde noviembre del año pasado, ya se rastreaba a La la land: Una historia de amor como una de películas favoritas para éste 2017, y desde entonces la película no ha ido más que despertando el interés de entusiastas y escépticos.
Otro elemento que tiene a favor La la land es su director: el joven Damien Chazelle quien en 2014 nos hizo emocionarnos a punto del sufrimiento con Wiplash: Música & Obsesión; por lo que el tema de la música no le es para nada ajeno.
“La la land según el diccionario Merriam Webster designa un eufórico estado mental de ensoñación alejado de las más duras realidades de la vida”[1].
Así mismo, “es una manera de nombrar a la ciudad de Los Ángeles”[2], la ciudad de los sueños, donde la magia del cine se hace realidad. Pero ante todo, La la land “es un musical puro y duro”, lo que desata un dilema interno entre quienes no somos adeptos a este género pero sabemos que será la película del año.
El plato fuerte
Más allá del valor subjetivo pero respetable que pueda haber en la expresión ‘como que los musicales no son lo mío’, lo que tenemos ante nosotros es una completa fiesta de colores, de ritmos y coreografías (¿a quién no le gusta ver algo bien ejecutado?), los cuales se enlazan en una historia de amor donde Mia (Emma Stone) y Sebastian (Ryan Gosling) no tendrán una típica relación ni mucho menos un final convencional.
Iniciaremos en invierno, la estación del año que nos prepara siempre para lo que vendrá: quien sobrevive a invierno, sobrevive al resto del año. Pero pese a ser época de navidad, una avenida con tráfico en pleno calor del día, serán el marco en que nuestros dos personajes se conocerán. Así mismo nos enteraremos de los sueños de cada uno y de lo difícil que se les presenta el poder realizarlos.
Ritmos y tomas ingeniosas alimentadas de un buen gusto en el cuidado de los colores, la ambientación y el vestuario, serán un festín para la pupila del espectador; siendo por otro lado la música un elemento primordial que marcará el ritmo y la intensidad de la historia. No se preocupe, no es necesario ser melómano para apreciar el elemento melódico tanto del jazz clásico con del new jazz; además de lo divertida que resulta la escena cuando escuchamos Take On Me e I ran.
“El jazz no hay que oírlo, hay que verlo, es nuevo cada vez. Y (sin embargo) está muriendo”; le dirá Sebastian a Mia ante esta tristeza de ver cómo una época muere para dar cabida a la época de los sonidos tecnos, de cómo el mercado pide tocar jingles de navidad o de cómo la nueva música para masas es exitosa y se distribuye vía YouTube. El jazz es cosa del futuro, le dirá un pragmático Keith a un Sebastian soñador defensor de una época perdida.
Los pequeños guiños a esa época son casi evidentes, pero no por eso menos disfrutables: Sebastian en un auto de modelo clásico, quien usa aún cintas magnetofónicas para escuchar música, o discos de vinilo para practicar sus piezas de piano, así como zapatos de charol para vestir; a quien le gustan las películas clásicas en 35 milímetros (de esas que se queman con facilidad) proyectadas en salas semivacías, y quien colecciona fotografías impresas en blanco y negro de los músicos clásicos del jazz.
La época en la que se desarrolla la historia es actual, la misma en la que es tan común distraernos con un teléfono celular o una ensalada, por lo que esta película podrá ser descrita no como una collage, reapropiación o remake de todos aquellos musicales que marcaron una época de oro del género en el siglo pasado, sí, ese siglo que nosotros vimos fenecer y que ahora la nuevas generaciones no comprenden; sino como un homenaje a ese cine clásico que dieron vida y consagraron al género del musical.
El nuevo musical del nuevo siglo, eso vendría a significar La la land para esta nueva generación contemporánea denominada “Z”. Los que somos millennials aún conocimos el género del musical con Moulin Rouge (2001) o Nine (2009); y los más avezados con películas como Bailando bajo la lluvia (1954), Vaselina (1978) u otros clásicos. Pero seamos honestos, ni yo ni la “Generación Z” (quizá usted sí) vamos a tener o el interés o el tiempo de ver todos los musicales a los que La la land hace referencia[3], por lo que en este nuevo siglo, La la land viene a ser el nuevo punto de referencia en el género de cine musical, refrescándolo y poniendo la vara alta ante las desechables producciones que contaminan nuestro medio ambiente cinematográfico actual.
El postre
Hay quienes argumentan que si a La la land se le quita todo elemento de producción, coreografía y vestuario, lo que nos queda es una trillada historia de amor. Tal vez, quién sabe, sólo viéndola usted podría decidir. De lo que sí estoy seguro es que todos y todas hemos tenido una historia de (des)amor digna de contar, y por más sencilla que sea, cada que la hemos contado lo tratamos de hacer lo mejor posible, resaltando y contrastando los mejores y peores momentos. Lo único que hacen inolvidables a las historias de amor son la forma en que se dan, la forma en que se cuentan, y la de Mia y Sebastian quizá sea como cualquier otra, pero está bien contada porque es una amor que divierte, enamora, que hace sufrir, que hace pensar si lo que estamos viviendo es el sueño de nuestra vida, o una simple y llana realidad.
Baile y amor, una combinación que Damien Chazelle sabrá expresar por ejemplo en la escena de la “Bobina de Tesla”, donde pese lo real maravilloso de la escena, sabemos que flotar es una forma de describir el amor, porque el amor es así, suave, ligero y estelar, ¿o acaso ya lo olvidó? Además de que es una historia redonda, donde nuestros protagonistas acaban en donde comenzaron, en un invierno. Pero este invierno será distinto, y pese a no ser tan cálido como el del inicio, se sabrá agradecido.
Disfrute de La la land antes de que se siga intoxicando. Todo mundo comenzará a hablar más y más de ella y usted llegará con demasiada información que no le permitirán disfrutarla. Vaya con el afán de descubrir la historia, de no saber de qué más va y en qué acabará. Y si la recomienda, no cuente demasiado.
Todos tenemos sueños, pero no todos los recordamos. Y el estar en los sueños de alguien más es un privilegio y una responsabilidad, pero también es el último estrecho entre la realidad y lo que piensa el otro sobre nuestra persona. El punto es saber en qué sueño queremos estar, si en el nuestro, en el de alguien más, o en un mismo sueño con alguien más.
Y sobre todo, saber de qué materia están armados los sueños: de amor, de ilusión, pero también de realidad, de decepción; algo que La la land no lo pierde de vista. Al final la vida es un escenario, y nuestra única responsabilidad es que seamos actores de nuestra vida, de lo que decimos, de lo actuamos, de lo que amamos. Porque “la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.
*Cinéfago: El que tiene el hábito de comer y devorar cine. #SeValeLaGula
[1]Bonfil, Carlos. (2017, ENE 22). La La Land: una historia de amor. Recuperado de http://www.jornada.unam.mx/2017/01/22/espectaculos/a06a1esp
[2] ídem
[3] Las señoritas de Rochefort (1967), Vaselina (1978), Amor sin barreras (1961), Dulce caridad (1969), Cantando bajo la lluvia (1952), Juegos de placer (1997), Pies de seda (1937), Brindis al amor (1953), Moulin Rouge! | Amor en rojo (2001), Una cara con ángel (1957), Un americano en París (1951), El globo rojo (1956), Los paraguas de Cherburgo (1964), Un día en Nueva York n (1949), La Melodía de Broadway (1929). Preciado, Sara (2017 ENE 22) La La Land – Movie References. Recuperado de: https://vimeo.com/200550228