Agradezco a Ernesto Lumbreras la oportunidad que me brinda para hacer algunos comentarios sobre su Oro líquido en cuenco de Obsidiana, Oaxaca en la obra de Malcom Lowry en esta nuestra Biblioteca Pública Central.
¿Habrán visto ustedes que la naturaleza árida semeja el mar? El nacimiento de la cordillera, las ondulaciones, su distancia infinita y la esperanza que hace nacer en quien mira el paisaje insondable, los verdes cactos. Si el barco en su navegación infinita genera en el navegante la posibilidad del respiro, un silencio frente al caos; el tren para quien atraviesa el campo semidesértico inspira el cambio, la posibilidad de una vida mejor luego de atravesar una tierra imposible contraria a toda naturaleza de la vida humana.
Será necesario el arribo del navegante para cantar a esta Oaxaca insana y fantasmal, injusta, llena con un movimiento estático y fugaz donde también mora entre nosotros la compasión.
¿Y qué silencio que se forma frente al abismo de las aguas, el precipicio, qué música? La cárcel municipal es el sitio donde hacen descansar sus pestañas los rostros de piedra. Es de esperarse que un joven autor retome las experiencias drásticas que ha pasado en sus pocos años de vida. Ser grumete en una travesía es dar un paso adelante para ser alguien en la vida, ganarse un nombre. Del mar queda marcado en el hombre el silencio, como principio de toda ascensión y cambio. ¿Qué música se forma frente a las profundidades oceánicas si le integramos por pura curiosidad animales como perros, zopilotes, un armadillo? Gato, alacrán, gallinas, gallos, guajolotes. Un Martín pescador, un toro domado, un gallo de pelea, remolinos de aves verdes y anaranjadas. Un oso hormiguero, dos cacatúas, un aguilucho liberado; dos cerditos.
A un costado del palacio municipal del ahora Miahuatlán de Porfirio Díaz, antes fue San Andrés Miahuatlán, está escrito sobre el muro de lo que fuera el cine: “Prohibido amarrar su montura en el farol. Atentamente la H. Autoridad Municipal”.
Las imágenes de Oaxaca corren libres en el borde iluminado y silente de una copa de mezcal. Lámpara de bolsillo que nos alumbra al atravesar la oscuridad del mundo injusto. ¿Las almas caben en el interior de una copa de mezcal; los sitios, todos los sitios? Incolora es la puerta del silencio. Afuera del establecimiento, bien puede llamarse Farolito, ruge la multitud o guarda silencio la multitud compuesta por hombres y mujeres con ojos de lagarto, silentes y desconfiados. Una copa es necesaria, mil no bastan para reconciliar el tiempo en el pecho agitado del hombre que bebe porque busca reconciliarse con su amor. La condición primera de todo ascenso es la desconfianza, cierto delirio de persecución provocado por el encuentro de lo tantas veces buscado y tantas veces aplazado o perdido, el amor.
El movimiento de la multitud o el desplazamiento del silencio es un recurso cinematográfico efectivo, como bien lo saben ustedes y Akiro Kurosawa, quien, coincidentemente con la música de las cifras que nos ocupa, debutó en 1936.
El interés, la vigencia, requiere de las multitudes; lo saben los jueces y criminales de este país donde el tiempo corre de 19 a 21 copas de mezcal por día, sin importar el sol o la falta de sol o cualquier cosa que se le parezca. Lo supo Malcom Lowry; lo supo, también, el cónsul, Geoffrey Firmin.
Me encanta el infierno, se me hace tarde para llegar a él. En los grupos de apoyo de Alcohólicos Anónimos se asegura que el hombre toma porque le gusta tomar, no hay más. Nada de una infancia violentada, inenarrable, oscura (del pene pequeño o el temor a pescar la gonorrea); de un presente secuestrado o de un futuro imposible. Entre los asistentes a los grupos de apoyo doble A, existe una pregunta y una respuesta: ¿quién comprende al borracho? La respuesta es lógica, en esa lógica violenta de quien arriesga la propia vida en su gusto: “Otro borracho”.
Debo aclarar que todo esto lo llegué a saber por referencias librescas, desde luego, otra maldita coincidencia más en esta noche de la presentación de un autor y un libro tan queridos entre nosotros.
Un mundo lleno de solos. La soledad de la conflagración y el amor. Una historia de amor es contada para que quien la lee preste su corazón para que el autor encuentre ahí, en el pecho ajeno, descanso a su dolor expresado. El silencio de la soledad, esa música, ocupa todo el espacio.
Si la historia de amor es buena, luego de pasar por azarosas circunstancias el autor y su personaje principal tendrá motivos para empinar el codo, hacer el trabajo y volver a casa, esa es la consigna que guía la vida laboral de todo hombre de bien. En la oscuridad de la habitación decir salud por la atención y el silencio prestados inmerecidamente, esa música de las tinieblas.
San Martín por la Secundaria, Oaxaca, mayo, 2016.