Situaré esta intervención en dos aspectos del libro Los Pinos salados, Memoria de una ruina triste, de Alejandro Espinoza:
- Identidad y
- Narración y espectáculo.
Al inicio del texto hay una advertencia, el libro pertenece a un proyecto de arte documental. El libro inicia con una fotografía de una zona de precaristas, invasores de un lote cercado por una malla. La finalidad del proyecto, se nos informa, tiene como base crear un registro por diversos medios, fotografías, video, notas, muestrario, “que puedan dar cuenta de un ejercicio de deriva por distintas calles de la ciudad de Mexicali”.
¿Dónde inicia la deriva? En la búsqueda de una identidad, lo que nos remite “a dos universos discursivos: el de la lógica y el de la metafísica” (Raúl Dorra, Hablar de Literatura, FCE, México, D:F., 2000). A partir del proyecto de arte conceptual Espinoza plantea una defensa de Mexicali, al mostrar esa parte de la nación que contiene la duda: ¿dónde inicia, dónde termina la nación? La frontera es el punto que hace a la nación y el resto del macizo continental forma la tierra del otro.
Mexicali como el purgatorio donde la naturaleza se confirma volátil y endémica, vigencia y término, decadencia. O la nación entera como el territorio de la ruina, lo que nos hace mexicanos. Sueños truncados, destino incierto.
Esta situación cambiante de la naturaleza endémica funciona para aludir a dos espacios concretos: el lote baldío y los edificios abandonados. La urbanidad voraz. Lo marginal como narrativa de la memoria, narrativa y el espectáculo de lo excluido.
En Los pinos salados, Alejandro Espinoza no sólo pone su interés en lo sociológico del registro, la memoria, también hace su interés en la contemplación estética al describir los sucesos de cambio de una pasión, Mexicali. Narrar es dar cuenta de una transformación, un desarrollo de secuencias que nos lleva a la evocación sostenida por efecto del riesgo: cada punto de su avance es una nueva incertidumbre. Así nos muestra a la ciudad de Mexicali, Alejandro la describe como el paño que contiene su amor y, al expresarlo, compromete su acción futura con el espacio. (Mexicali es, en cierta medida, un lugar y una cultura que pasa desapercibida en el imaginario postmoderno (…), cuya belleza reside, exclusivamente, en la mitrada imaginativa del espectador.)
La solución formal del libro constituye un juego axial (simultaneidad-sucesividad) que ubica a la voz narrativa en el principio del principio, la infancia. Narrar es dar cuenta de una transformación. La infancia es la patria de la lengua. Ahí se hermana Alejandro con el lector, todos poseemos la capacidad de asombro o la pérdida de esa capacidad.
Esta es mi primera visita a Mexicali, pero en mi memoria ya existía información sobre los pinos salados. Pasé mi niñez en un puerto pesquero del sur del Pacífico mexicano, donde los pinos salados formaban la defensa de la pequeña ciudad, Salina Cruz, contra el viento fuerte que lograba rachas de 140 km por hora. En Salina Cruz aprendí la canción del viento fuerte, y del amoroso pino.
En lo que hoy forma la agencia municipal denominada Bahía La Ventosa, hacia 1521, fue el sitio donde se levantó el puerto astillero que diera lugar al descubrimiento de la baja y la alta California y el Mar de Cortés.
Alejandro logra, a través de la evocación narrativa, hermanarnos en este presente a partir de sitios que parecieran hoy tan distantes, Baja California y Oaxaca. Hace patria, y no mata un chilango. Lo hace posible con la escritura y lo confirma con el material del proyecto de arte conceptual, el testimonio de la ruina.
Pareciera de cuento pero el Mexicali de Los pinos salados ya estaba en mi corazón desde la infancia. Tan presente como Benito Juárez y los hombres con ojos de lagarto.
GRACIAS
*Texto leído en la presentación del libro Los pinos salados de Alejandro Espinoza, el pasado 16 de abril en la ciudad de Mexicali.