Remedios Varo (1908-1963) fue una pintora surrealista de origen español y nacionalizada mexicana, que vivió y participó de coyunturas históricas que marcarían con hierro candente el siglo XX, no sólo por simpatizar y contribuir con la causa republicana española, sino por prodigar para nosotros una veta invaluable de arte pictórico que sigue dialogando con el presente, como espejo de nuestra condición bifurcada, hecha de contrapartes que son sueño y pesadilla, fugacidad y permanencia, deseo y expiación.
En los cuadros de Remedios Varo predominan los personajes femeninos extirpados de su universo onírico. En muchos sentidos es ella misma ataviada con máscaras y disfraces para habitar una realidad que le resultaba insuficiente. Cuadros donde estalla una incesante pregunta ontológica: ¿quién es la mujer que reside en mí? Hablamos de una iconografía donde emerge la mujer lechuza, la mujer algarabía, la mujer navegante de sus misterios eróticos, la mujer maga que escribe sus visiones sobre un pentagrama hecho de aire, mujer antifaz cuyo rostro oculto no deja de reflejar las tensiones del alma.
Como la propia pintora decía, su obra establece interconexiones entre diferentes planos de la realidad: la materia y el espíritu, el mundo animal, el mundo humano y vegetal. Los paisajes de sus cuadros suelen estar impregnados de soledad y silencio, con retazos de ciudades dormidas, calles desiertas, castillos y escalinatas abrumadas por el eco del misterio. Lo inerte puede cobrar vida, la alquimia y las ciencias ocultas se vuelcan en los lienzos para trasmutar en latigazos semánticos. Es precisamente su cuadro “La ciencia inútil o el alquimista”, pintado en 1955, el que sirve como como puente y paradigma para nombrar este libro de Guadalupe Ángela.
Los cuadros surrealistas de Remedios Varo están aderezados, invariablemente, por nubes oscuras como telón del inconsciente. Hay en ellos una soledad cósmica, un arcano de su condición de mujer ante el espejo de la existencia.
Para Octavio Paz, el surrealismo fue un movimiento que se proponía encarnar en la historia y transformar el mundo con las armas de la imaginación y la poesía. Su propósito fue subversivo: abolir esta realidad que una civilización vacilante nos ha impuesto como la sola y única verdadera. Porque la poesía, como quería Novalis, es la religión natural del hombre.
El surrealismo gusta de hacer aparecer lo insólito, desplazando al objeto ordinario de su mundo habitual, de ahí la consabida frase: “El encuentro de una máquina de coser y un paraguas en la mesa de disección.” Se trata, entonces, de ver con los ojos de la realidad pero también ver con los ojos de la imaginación. En su Segundo Manifiesto, los surrealistas planteaban que la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, lo pasado y lo futuro, lo comunicable y lo incomunicable, lo alto y lo bajo debían dejar de ser percibidos como contradictorios.
Para explicar un cuadro muchas veces acudimos a la metáfora, que nos permite sopesar y fundir dos realidades distintas, proveerlas de significados compartidos. Así, el cuadro y el poema, aunque establecen tesituras diferentes, se hermanan en un mismo misterio: el del lenguaje poético. Al contemplar un cuadro –dice nuevamente Paz– no asistimos a la revelación de un secreto: participamos en el secreto que es toda revelación.
Así como los cuadros de Remedios Varo trazan los misterios del ser femenino a través de una pintura hecha de prodigios, también los poemas de “La alquimista”, de Guadalupe Ángela, navegan en la partitura de sus preguntas esenciales como mujer inmersa en un laberinto de palabras, fantasmas y deseos.
No deja de ser evocadora, en el terreno de la magia y la ciencia arcaica, la figura del alquimista: mago poseedor de secretos, oficiante de la trasmutación de los metales, alterador de la naturaleza de las cosas para erguirlas en portentos. De igual manera opera el misterio del lenguaje poético, donde la metáfora trasmuta los sentidos, hermana significados y naturalezas contrarias para fundirlas en el plomo y oro que encarnan cada poema. El poeta es un alquimista, y su magia consiste en hacernos ver la esencia de lo cotidiano a través del crisol de su caducidad humana.
Dice Paul Claudel: se escribe para saber quiénes somos y qué hacemos en el mundo. El poeta es el gran esclarecedor: oh, poeta, tú nada explicas, pero gracias a ti todas las cosas se vuelven explicables.
Para mí resulta fascinante la manera en cómo dialogan dos hechos estéticos divergentes pero a la vez complementarios: la pintura y la poesía. Cómo establecen un flujo comunicante para consignar el enigma de las cosas. Marea de interpretaciones, reinvención de mundos a través de los destellos de un cuadro, creación de artefactos verbales que, finalmente, se independizan para adquirir una existencia propia impregnada de las hebras femeninas de la autora.
Percibo en los poemas de “La alquimista” un cierto oleaje narrativo: los poemas cuentan historias, describen hechos y personajes de los cuadros de Remedios Varo, pero a la vez significan un retorno a la propia experiencia vital de Guadalupe Ángela: la poeta se asume también como personaje; en estas páginas están sus objetos cotidianos, la memoria incisiva de la niña que fue, su perplejidad ante el espejo roto del ser:
Abajo había otra mujer igual a mí,
Barría el camino;
En cuanto lo hacía
Caían más hojas,
Barría y barría.
Me reconocí en su sabor amargo.
***
Yo había dejado el hospital
Donde me habían curado
Las heridas que se abrieron
Cuando intenté caminar
Sobre la barda de la infancia.
Guadalupe Ángela es la poeta más constante y comprometida de mi generación: comprometida, quiero decir, con esa religión natural del hombre, de la que hablaba Novalis. Celebro este nuevo libro, como hay que celebrar “Conchas donde guarda la jacaranda sus semillas”, el “Poemario de las vírgenes” y “Cartas a Santiago”, que son otros de sus libros donde se condensa su poder de maga y alquimista del lenguaje.
“Me reconcilié con la que he sido”, dice uno de los versos finales de este libro. En ese acto de reconciliación hay una cópula sensible, creativa e imaginativa: un urdir lazos, una semántica de voces femeninas que son poesía, que son trazos, figuras y sueños, que son una forma de resignificar lo que somos en el mar del tiempo, la vida y la muerte.