DIEGO COSÍO
¿Me preguntas si soy supersticioso? Tendría que contarte una anécdota para responder a esa pregunta.
Voy a empezar diciendo que durante casi quince años manejé una casa de citas. Esa es la palabra que se utiliza para no tener que decir prostíbulo, aunque de hecho yo siempre lo llamaba el negocio.
Pues bueno… resulta que allá por los años ochenta, mi primo fue electo Presidente Municipal de Oaxaca. Siempre habíamos sido muy cercanos y él sabía que yo necesitaba dinero. Sin embargo, no podía contratarme debido a nuestro parentesco… así que le pareció muy sencillo darme una concesión municipal para establecer una casa de citas.
Al principio lo vi como una mala idea. Mucha gente me conocía y no quería tener que encontrármelos cuando fueran a consumir al negocio… pero finalmente deduje que esa situación iba a ser tan vergonzosa tanto para mí como para ellos, además no tenía esposa ni hijos y realmente necesitaba la lana, así que lo hice. Fui al banco, pedí un préstamo, renté una casa cerca del centro e inicié operaciones.
Desde el primer día me asocié con un hombre que había trabajado muchos años en una casa de citas de la Ciudad de México. Lo conocía de hacía tiempo. Incluso puso algo de su dinero para iniciar el negocio a cambio de obtener un porcentaje de las ganancias. Se llamaba Ramón.
Uno piensa que lo complicado es atraer clientes, pero no es así. Básicamente el concepto se vende solo. Abres una casa de citas y al día siguiente tienes a dos o tres amigos del arrendador que quieren estrenar el lugar. Lo difícil es hacer que esos clientes vuelvan a ir y sobre todo reclutar mujeres que estén interesadas en prostituirse.
En ese entonces no existía el internet… no existían ni las computadoras, así que uno debía poner anuncios en el periódico. Sin embargo, no podías ser muy específico, porque corrías el riesgo de hacer enojar a alguna señora santurrona que se iba a dedicar a hacerte la vida imposible.
El anuncio debía ser sutil, pero lo suficientemente claro como para que los hombres supieran lo que era… y algunas mujeres consideraran la posibilidad de entrarle a chambear. Al final decidimos poner en la sección de clasificados del periódico la silueta de una mujer y promocionar el negocio como masajes ejecutivos. Incluso hicimos tarjetas con ese mismo formato que dábamos a los clientes para que las repartieran entre sus amigos.
En fin… y aquí es donde mi historia va a empezar a contestar tu pregunta, los primeros meses nos fue del carajo, vivíamos al día. Sólo pudimos conseguir a dos muchachas para que trabajaran… y por otro lado, había ocasiones en que no teníamos ni un cliente. Un día Ramón me dijo que debíamos hacer algo radical para mejorar la situación.
Fuimos a un negocio que estaba en el interior de la Central de Abastos. Vendían artículos de brujería. El puesto olía a incienso y estaba muy oscuro, pues sólo lo alumbraba la luz de las velas que se exhibían en el mostrador. Ahí compramos amoniaco, ajos, una imagen de la Santa Muerte y veladoras.
La dueña del puesto era una señora de unos sesenta años con el cabello revuelto y una túnica que parecía hindú. Conocía a Ramón y estuvieron platicando un rato. Él le pedía que le diera algo a cambio de una deuda. Al final, la anciana pareció ceder y nos pidió que entráramos al otro cuarto de su puesto. Uno que no veían los que pasaban por el pasillo del mercado.
Así lo hicimos. Al igual que el mostrador, el cuarto estaba alumbrado solamente por la luz de unas veladoras de distintos colores. Había cráneos colgados en las paredes, imágenes de santos y huevos de codorniz flotando en frascos de vinagre. La anciana y Ramón se sentaron en unas sillas que había alrededor de una pequeña mesa cuadrada y ella empezó a leerle el tarot. Le dijo que cuidara su corazón, porque probablemente le iba a fallar. Después me preguntó si quería que me leyera las cartas y respondí que no. Nunca había creído en esas cosas de brujería.
La anciana se levantó de la silla y sacó algo de su cajón. Era en una botella negra de aerosol. Lo único que se veía en el exterior era un pentagrama invertido de color blanco. Palabras más o palabras menos, esto fue lo que nos dijo:
» Utilicen esto siempre que una de las muchachas haga su primer servicio del día. Primero rocíen una cruz en los billetes que reciba… luego díganle que se dé una vuelta y rocíenla en forma de una letra “S”. Otra cosa importante es que todos los días, cuando abran el negocio, rocíen este spray en la puerta en forma de cruz. Eso garantizará la seguridad de las muchachas y la prosperidad del negocio. Nunca olviden hacerlo, o las consecuencias pueden ser terribles. Este es el producto más valioso que tengo y sólo se los doy porque tengo una deuda contigo Ramoncito. Después de esto, puedes considerarla saldada.
Ramón salió muy feliz de ahí y desde entonces cumplía puntualmente las instrucciones de la anciana. Rociaba el aerosol todas las mañanas, encendía una vela para la Santa Muerte, trapeaba los pisos con amoniaco, ponía ajo en la caja registradora, arrojaba a la calle el líquido sobrante de las botellas de cerveza que los clientes no se terminaban y jugaba solitario con una baraja inglesa en el mostrador de la recepción.
Tal vez el hecho de ser una de las únicas tres casas de citas en la ciudad influyó en lo que sucedió a continuación… también pudo haber sido que ya llevábamos tres meses funcionando, o quizás contribuyó el hecho de que mi primo el Presidente Municipal nos recomendó con todos sus amigos… pero lo único que puedo asegurar es que un par de semanas después de que Ramón empezara con todos esos rituales, los clientes empezaron a llegar… y cada vez más muchachas se acercaban pidiendo trabajo porque habían visto los anuncios o alguna tarjeta.
Nos empezó a ir muy bien. De repente ganábamos muchísimo dinero. En pocos meses, nos volvimos la casa de citas más importante de Oaxaca. Nos cambiamos a un edificio más grande en la misma cuadra y colocamos un foco morado en la puerta. Esa era nuestra seña característica. Empezaron a llamar al lugar “Foco Morado”. Teníamos tan buenos ingresos que constantemente nos hacía falta reclutar a más mujeres para que trabajaran en el negocio, así que Ramón iba cada dos semanas a ver amigos suyos a Chiapas o la Ciudad de México y siempre regresaba con muchachas nuevas.
Lo que te voy a contar sucedió justamente durante uno de esos viajes. Aún recuerdo que era jueves. Ramón se fue desde temprano a Chiapas y regresaría hasta el lunes. Una mujer había llamado ese mismo día porque le interesaba el trabajo. Quedé de reunirme con ella en un restaurante de Cinco Señores. A las dos de la tarde, me dirigí hacia allá. Cuando entré al lugar, sólo había una mesa ocupada por una mujer, así que me acerque y le pregunté si era ella quien había llamado. Me respondió que sí.
Era una de las mujeres más hermosas que había visto en mi vida. Delgada, alta, cabello castaño… parecía actriz de cine. Me platicó que se llamaba Mariana y acababa de llegar a Oaxaca. Al parecer, su marido había fallecido hacía unos meses y necesitaba dinero para mantener a su hija. Inmediatamente le dije que sería bienvenida en nuestra casa de citas. Me dijo que tenía un poco de miedo porque nunca se había dedicado a eso y le explique que en nuestro negocio no obligábamos a las mujeres a hacer nada que no quisieran.
Al final aceptó y se presentó a trabajar al día siguiente… ese viernes que nunca olvidaré. Llegó como a las dos de la tarde. Le dije que podía cambiarse en una de las habitaciones. Salió un rato después, con un vestido escotado y unas zapatillas rojas. Se sentó en uno de los sillones de la recepción y estuvo platicando con Carolina… una muchacha que ya llevaba varios meses trabajando con nosotros.
Salí a la puerta y encendí el foco. Esa era la señal de que ya habíamos abierto. Trapeé el piso con amoniaco, encendí la veladora de la Santa Muerte, cambié el ajo de la caja registradora y me puse a jugar solitario en el mostrador de la recepción. Si has estado poniendo atención a mi relato, notarás que olvidé el más importante de los rituales. No rocié el aerosol… y no creas que fue un accidente. Ahora, muchos años después, puedo admitir que fue un acto deliberado. Estaba harto de esas malditas supersticiones y decidí jugar un poco con la suerte… sólo para ver qué pasaba.
Unos veinte minutos después sonó el timbre y entró el primer cliente. Era un hombre moreno y robusto. Cojeaba de una pierna. Se sentó en el sillón y pidió una cerveza. La bebió con calma. Tenía un ojo bizco y un tic en la boca que trataba de disimular gesticulando.
Dejó la botella sobre la mesa y encendió un cigarro. Le dio un par de fumadas y luego lo apagó con el zapato. Miró alrededor y finalmente me dijo que quería pasar a un servicio de media hora con Mariana.
Ella se levantó de donde estaba y le dio la mano al hombre. Subieron juntos las escaleras y unos segundos después bajó a darme el dinero que había recibido del cliente. Cuando me entregó los billetes, pensé en sacar el aerosol y rociarlo como había indicado la anciana de la Central de Abastos… pero simplemente no lo hice.
Seguí jugando solitario en el mostrador. Cuando faltaban cinco minutos para que se cumpliera la media hora, escuché un grito proveniente de una de las habitaciones de arriba. Dejé las cartas en el mostrador y subí corriendo. Abrí la puerta del cuarto y lo primero que vi fue a Mariana sentada al borde la cama, con los ojos abiertos, la cara salpicada de semen y el cuello degollado. Aquella imagen no se podía ver sin sentir que a uno se le enfriaba la sangre en las venas.
El tipo estaba sentado frente a la cama con los ojos desorbitados y ese continuo tic en la boca. De pronto me miró, o así pareció… es difícil saberlo con una persona que padece un estrabismo tan agudo.
» Me enamoré de ella y no puedo permitir que otros la tengan. Nunca había destruido algo tan hermoso.
Después de decir eso encendió un cigarro y permaneció ahí sentado. Salí al balcón y vomité. No sé cuánto tiempo pasó hasta que llegó la policía, pero cuando llegaron, se armó un escándalo. Fue una noticia bastante conocida en Oaxaca, pues resulta que el tipo llevaba toda la mañana yendo a casas de citas, eligiendo a una muchacha y matándola en la habitación. Antes de llegar a mi negocio, ya había ido a los otros dos prostíbulos más conocidos de la ciudad. El “Foco Morado” fue la última parada de su recorrido. Lo condenaron a casi ochenta años de cárcel y tuve que cerrar el negocio un par de meses hasta que se tranquilizaran las cosas. Esa misma noche recibí una llamada en la cual me informaban que Ramón había muerto de un paro cardiaco en Tuxtla Gutiérrez.
Pocos días después fui a buscar a la señora que habíamos conocido en la Central de Abastos, pero su puesto ya no estaba. Me dijeron otros comerciantes del mismo pasillo que se había regresado a su pueblo, pero nadie sabía cómo se llamaba dicho pueblo o donde quedaba.
Lo curioso de esa botella de aerosol es que me duró algunos años. Se terminó justamente el día en que decidí venderle la concesión de la casa de citas a otra persona y seguir adelante con mi vida.
Me fui de Oaxaca y desde entonces no he vuelto. Todos estos años he venido cargando la culpa por lo que sucedió ese viernes. Nunca le había contado esta historia a nadie. Sin embargo, ahora soy viejo y vivo en este asilo. Nunca me casé ni tuve hijos. Todos mis familiares están muertos. Lo único que me queda son mis recuerdos y estoy dispuesto a compartirlos con personas amables como tú que tienen la paciencia de escucharme.
En cuanto lo que me preguntaste en un principio… realmente no sé si soy supersticioso, pero pregúntame si algún día después de ese viernes olvidé usar el aerosol… y la respuesta es no… quiero pensar que eso contesta tu pregunta.