ÁNGEL ARISTARCO ANTONIO*
A Chevita Ambrosio Antonio
Mi cuerpo se agitaba en aquella oscuridad tan pesada y solitaria. No sabía qué hacer, mi mente estaba en blanco. Busqué una salida. Alargué los brazos con ansias de toparme con algo. Grité, pero sólo el eco de mi voz escuchaba. Intenté caminar, sin embargo los huesos de mi cuerpo no respondían. Mi corazón latía como el de un animal perseguido por el cazador y sus perros. Mis ideas parecían estrellarse unas contra otras. Pensé: “¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí? ¿Hacia dónde voy?”.
No me quedaba en un sólo lugar: arrastraba los pies de este a oeste. Gritaba una y otra vez. Nadie me oía; mis palabras parecían imperceptibles. Seguía vagando, dando tumbos en diferentes direcciones. Hilos de sangre corrían desde las plantas de mis pies hasta mi coronilla. Sentía cerca una luz, quería hallarla de cualquier modo: no me importaba si era el reflejo de la luna o el naciente día. Mi único anhelo era encontrar ese punto de luz para guiarme hacia una salida.
Mi poca fuerza me obligó a darme golpes en la cara para reencontrarme en ese sitio. Deseaba saber qué era ese lugar. Al poco rato se oyó una voz: la escuché tan débil, era igual a una canción desentonada, entrecortada; no supe qué me decía. Di media vuelta con rapidez alargando los brazos con brusquedad para tocar algo. No había nada. Esperé un momento, otra vez el susurro se oyó provocándome terror. Mis fuerzas se desvanecieron. Me desesperé con los latidos de mi corazón y el sonido ahogado de mi respiración. Esperé callada y sentada. Aquel lugar se llenaba de melodías y voces que excitaban la sangre de mi cuerpo. Seguía esperando en medio de la nada, jugando con mi imaginación. Las voces me dieron a entender que ese aposento fue habitado por otros seres tiempos atrás.
Reincorporé el paso. De nuevo escuché la voz y me dejé dominar por ella; entró a mis oídos y empezó a sacudirme por completo. No conversaba conmigo, sino con alguien que vive dentro de mí. Aguardé. Quería escucharla otra vez. Sólo el eco se esparcía. Ordené mis pensamientos. Entendí que la voz me llamaba para que fuera a ver esta luz. Mi cuerpo temblaba, me invadía el cosquilleo provocado por el eco.
El tiempo pasaba y mi cuerpo seguía en ese pequeño universo. Era un espacio con infinitas tiras de cables alrededor. Yo estaba unida a ese mundo, pero debía abandonarlo para llegar a otro similar, donde el aire, el fuego, el agua y la tierra seguían siendo el principio de la vida: me lo decía la voz. Luego escuché un grito: al taparme los oídos mis manos no pudieron sostenerse, cayeron. La voz insistía, me obligaba avanzar. Pude llegar al reflejo de ese atisbo de luz: era la salida. Una fuerza me empujó hacia ella. Entonces lo supe, las voces eran de los que me esperaban con ansias. Bañada en sangre caí en manos de alguien, quien dijo palabras armonizadoras para mi alma: “Nabe’s mzinla. Lazo’a nzo xni naye naban, may lûd” [Bienvenida. Eres el fruto de la tierra].
Ángel Aristarco Alonso. Santo Domingo de Morelos, Oaxaca. Hablante del zapoteco de la sierra sur de Oaxaca. Cuenta con Licenciatura en educación. En el año 2014 ganó el Premio Centro de las Artes de San Agustín, en la categoría Narrativa. Es autor del libro de cuentos Za ndayu’ xni Mientras Agoniza la Luz, edición bilingüe en zapoteco y español (Editorial Avispero, 2020), y el poemario bilingüe Xaja nsa’ lazo’ mend Vuelo de ensueños (editorial Pez en el árbol, 2022).