Ya tendremos ocasión de discutir
con mayor exactitud
la naturaleza de la metáfora.
MIDDLETON MURRY, El estilo literario
Comienzo la escritura, ¿de dónde llegan las letras? De imágenes formadas sobre antiguas referencias (una palabra contiene música, pero también olores, sabores, colores y temperaturas que impactaron mis sentidos). Escribo con mi piel. La palabra escrita vuela sobre otra palabra, busca romper el silencio formado entre las cosas perdidas, unir con delicadas alas transparentes que se agitan sobre lo perdido a mil golpes por segundo.
“Escribo que escribo”, dijo Salvador Elizondo. Soy referencia de lo que permanece sin registro.
Jueves Santo. Frente a las letras salta la imagen de la Semana Santa que vivimos en la pandemia 2020. Este tiempo de calor que abate la ciudad me recuerda los días del no saber que registré en la pandemia; se había impuesto el Programa Nacional de la Sana Distancia el 23 de marzo, los días de ese abril, su calor, fueron otros.
¿Qué pasará?
De este recuerdo de los primeros días en la pandemia salto a la imagen de la infancia (la escritura tiene esa parte, nos libera del tiempo). Puedo ver al hombre encerrado en la iglesia de San Sebastián, en Tehuantepec; lleva el rostro cubierto con un paño negro, viste pantalón y camisa negros. Puedo distinguir que es un soldado, percibo un golpe seco de tambores y cadenas. Mi madre me llevó a ver el Centurión que velaba la imagen de Jesús, un día antes del Viacrucis.
Nada sabía yo del hecho de la representación, tenía pocos años. Dentro de la iglesia hacía calor; el calor y su opuesto, el ambiente frío, me hizo lector. Pero ¿qué fue lo que me hizo escritor? Comencé a leer en Tehuantepec, me enseño a juntar las letras mi hermana Guadalupe.
Sumar una letra a otra letra no resulta una actividad muy entretenida. ¿Por qué encuentro el escribir palpitante? La escritura está marcada por gestos, énfasis, alejamientos, olvidos. Encuentro que trabajar sobre los espacios de lo no dicho o escondido es lo que me lleva a escribir.
Si el editar es aclarar escribir es ocultar, elidir.
¿Qué digo cuando escribo ‘mango verde con sal y limón’? Hablo del tiempo del calor, del cementerio del barrio Santa María, Dolores. Allá fue sepultado mi padre, muerto a la edad de cincuenta y cuatro años. Abril es la temporada de mango verde en Tehuantepec, el panteón Dolores cuenta con árboles de mango.
Los domingos mi madre me hacía acompañarla a limpiar la tumba de mi padre.
¿Qué escribo cuando escribo? Encuentro que preguntarme respecto a esto forma un falso planteamiento; no se trata de saber el resultado del hecho, ni me interesa conocerlo porque bien sé que si junto las letras César dicen mi nombre. Lo que mejor convendría sería el preguntar ¿qué gesto busco recuperar cuando escribo?
Encuentro atrayente el soltar la mano, dejar que las palabras vuelen sin buscar intenciones, temas, objetivos. Propósitos. Sólo los tenedores de libros llevan un registro de lo cuantificable. Cuando escribo intento escuchar -sumergirme- en el sonido hueco que producen mis dedos al golpear el teclado; cuando lo hago escucho como pasos que se acercan.
“Escribo que escribo cuando escribo”, dice Elizondo. Las letras vuelan cargadas de atmósferas. Afuera está el calor, pero acá junto a la máquina que canta mientras camina hay una temperatura agradable.
“Escribo que escribo cuando escribo que escribo”, Salvador Elizondo.
En un momento más saldré al patio, en Tehuantepec.
Imagen de portada: DIEGO DÍAZ.