En la tarde en el valle estallan los cohetes que celebran a la virgen de la Soledad, patrona de los marineros, los desesperados y los comerciantes. En la iglesia de la Soledad, este día de fiesta, Malcolm Lowry encontró la estructura para su novela, Bajo el volcán.
Vista desde la avenida Independencia, la construcción semeja una fortaleza de tres plantas; comienza con la esforzada escalera, los peldaños angostos que ascienden hasta la barda atrial y más allá a la portada que empotra con un muro de contención; tras el muro hecho de piedra cantera, se levanta la construcción conventual de las religiosas encargadas de cuidar a la virgen. Lowry necesitó angustia y madrugadas, vagancia y mezcal para observar aquello que está expuesto a la vista de todos: las escaleras suben, conducen al infierno.
En Oaxaca Lowry tiene pocos lectores; algunos, fanáticos del mezcal relacionan Bajo el volcán con la bebida; otros, simples extraviados, relacionan la obra del escritor inglés con Cuernavaca. Habrá que recorrer las calles de la ciudad cargados de desesperanza, angustia y soledad, habrá que habitar los delirios auditivos producidos por la madrugada y el mezcal de Oaxaca, “el mejor mezcal del mundo”, para observar que el sitio del infierno se encuentra en la parte alta.
Las lecturas llegan con su propia historia, narraré la de Bajo el Volcán. Con René Santiago, a mediados de los años ochentas, habitamos en infierno en su casa, la Casa Chata, donde el maestro abrió el Taller Azul, que se levanta entre los callejones del Muerto y del Sapo; justo en el inicio de los callejones -la Y- había un comercio. El establecimiento tienda que era atendida por una joven que, pasados los años, fue la célebre Doctora leticia Mendoza Toro, dirigente y rectora de la UABJO.
Será fácil imaginar que el comercio pertenecía a la familia Mendoza hacía años, que fue de su abuela quien abrió sus puertas y levantó clientela, que la ex rectora heredó la propiedad y a la clientela, ebrios consuetudinarios que recorrían el barrio del Peñasco en horas de la madrugada a tocar la puerta y pedir su “marracito” de mezcal, la ochava (en palabras cristianas puedo decir que uno de “diez”, media botella de Coca-Cola de 260 ml.).
Podremos imaginar, también, que con muchos días de mezcal Lowry buscaba salir del Centro, tomaba la avenida Independencia rumbo a Santa Rosa, que caía perdido por los delirios, la ansiedad; desde abajo podía ver arriba, la tienda de la familia Mendoza donde lo esperaba la segura dotación de mezcal.
Toda novela contiene datos autobiográficos, así lo confirma Stendhal y César Aira; puedo imaginar a Lowry, deseoso de salir del mezcal, tembloroso, la boca reseca, la mirada enturbiada, cierto de que no saldría de la resaca si no le alcanzaban con otra copa de lo mismo, mezcal (el término subrayado viene de la pluma de Lowry, en el poema En la cárcel de Oaxaca, traducción de Jaime García Terrés).
Los ebrios consuetudinarios mantienen rutinas estables que van del lugar donde duermen al sitio donde venden la bebida, y de regreso (Lowry dormía en el Hotel Francia). La rutina puede permanecer así por un mes o tres meses, un año o tres años sin despegarse del grupo de amigos, la banda teporocha.
Los críticos literarios ubican la novela Bajo el Volcán como la cima de la literatura inglesa y a su autor como el Príncipe de los ebrios. La novela fue considerada como la mejor obra del año en 1947, fecha de su lanzamiento editorial.
La primera traducción al español es de Raúl Ortiz y Ortiz, en 1964. Su personaje principal, el Cónsul Geoffrey Firmin, zozobra “en un pueblo donde Infierno y Paraíso se dan la mano” (Enciclopedia de la literatura de México) atraviesa la desesperación.
Este 18 de diciembre escucho a las faldas de Monte Albán las detonaciones de cohetería, celebran a la Virgen de la Soledad, patrona de Malcolm Lowry.