En los primeros días del año vengo a contarles de un viaje a Juchitán, de la conversación que tuve con unos amigos en un puesto de mariscos, a orillas de carretera. Los amigos llevan por nombre Martín y Roberto (uno es blanco, el otro moreno), son funcionarios municipales, jóvenes que a sus escasos años fueron tocados ya por la desdicha, pero que mantienen el valor necesario para prodigar amistad; cuando llegué con ellos -pasadas las cinco de la tarde- en el negocio me informaron que se habían terminado los caracoles, solicité entonces ostiones con camarón, vaso mediano.
En el texto titulado “El narrador”, retomado infinidad de veces, Walter Benjamin (Berlín, 1882-Port Bou, 1940) menciona que el arte de narrar se encuentra en decadencia. A inicios del año nuevo retomo las lecturas dejadas por vacaciones, en los últimos días de diciembre. La mañana del lunes remuevo libros, sacudo. Encuentro a Virginia Woolf (Londres, 1882-Lewels, 1941), Horas en una biblioteca, “Foster posee el arte de decir las cosas que permanecen en la memoria”. Encuentro que tengo dos autores marcados por el mismo final, el suicidio.
El hecho fortuito, encontrarme la mañana del lunes del nuevo año, fecha del reinicio de actividades con dos autores suicidas que vivieron el mismo periodo en Europa, me intrigó, busqué más coincidencias, las encontré; comparto:
Benjamín dice: “El arte de la narración está tocando a su fin, por la pérdida de intercambiar experiencias en nuestro diario vivir”; “la experiencia se transmite de boca en boca”. “Al mundo sedentario lo guían historias de viajes y aventuras”.
La Woolf menciona: “Muy posiblemente, así como hemos sugerido es cierto que la ficción pasa por aprietos, se debe a que nadie la ha sujetado con fuerza y la ha definido con severidad”[1].
Estoy en el segundo proyecto de novela, más que proyecto el material ya está terminado, en proceso de revisión; busco lecturas, elementos que me confirmen al “arte de narrar” -opiniones que lleguen desde la crítica que hacen sobre la narración los propios autores.
Con Benjamin y Woolf inicio mi propio ejercicio narrativo, comparto:
El pan amarillo sabe a sal, me deja en la lengua el recuerdo del humo, la cocina humilde, el lento hervor de los frijoles en la olla de barro; la sal deja en la boca la promesa de una comida futura. Si abro el pan, toco su materia interna, agrego queso, lo acompaño con un pocillo de café, puedo palpar, desde la memoria, la alegría: las mañanas de la infancia en casa de mis padres, allá, en barrio Santa María, en Tehuantepec. ¿Cómo saber que la propuesta narrativa que traigo será la más indicada para tomar la atención del lector?
En la carretera, mientras se reponían del desvelo de las fiestas decembrinas, Martín y Roberto recordaron viejos poemas, recordaron las anécdotas que rodearon a la escritura; lo dice Benjamin, el lector espera contar a su manera la historia, pero esa tradición ya se perdió; en Oaxaca, la corta distancia que separa un pueblo del otro, el breve recorrido de una población a otra, provoca que la gente se entere de los pormenores del texto, les levantan una biografía y, en ese acto, levantar una biografía a una historia de la ficción, está el carácter de lo verosímil, la confianza en el narrador, “el arte de narrar”. Ocupar con el pensamiento expresado en letras un espacio en la memoria de otra persona, será el sueño de todo autor.
Porque es hasta cuando alguien refiere a sus cercanos sobre cierta escritura, cuando el texto vuelve a la tradición oral popular, a la vida diaria, cuando se funda la literatura. “No hay literatura sin lectores”, dicen los maestros. (Acepto y sostengo: no habrá literatura sin gente que regrese la escritura a su espacio cotidiano en anécdotas que refieren a esas letras cargadas de vida propia, historias de las que los lectores den testimonio).
Esto lo supieron los autores de las tradiciones clásicas, lo saben los escritores de las tradiciones contemporáneas -ingleses, franceses, rusos. Y lo practican mis amigos de Juchitán, Martín y Roberto, quienes, mientras comen mariscos a orillas del camino una tarde de cruda, se cuentan lecturas y, al hacerlo, fervorosos suben a su cuenta de Face el breve poema para que otros amigos, desconocidos para el autor, lean y, a su vez, compartan el material con sus respectivas amistades.
Buena tarde, generosos lectores. Feliz año nuevo.
[1] Virginia Woolf, Horas en una biblioteca, El Aleph Editores, p. 231.