Mejor pues que renuncie quien no pueda
unir a su horizonte la subjetividad de su época.
LAKAN
Por estos días anuncian nuevas publicaciones editoriales, que celebramos con entusiasmo; obligan a una revisión de las letras en la ciudad.
Toda escritura denota el tiempo de un pueblo, desde el lenguaje muestra la búsqueda como colectivo, el fervor que despierta la geografía, los desánimos; para los latinos, la palabra “autor” tendrá el mismo origen que “tutor” -el que valida a quien no tiene edad para hacerse responsable de sus hechos, sus dichos (Agamben, Lo que queda de Auschwitz); dice Brushwood, México en su novela (1966), “la novela se presta para abarcar parte de la realidad de una nación”.
Tenemos pues un recuento de nombres y fechas, citas del desarrollo literario y de la crítica literaria; pretendo con esos materiales buscar un orden, ponerlos sobre la mesa de las letras en Oaxaca.
No fue el comercio, como pretenden algunos libreros, quienes fomentaron el desarrollo de las letras en la ciudad, fue el hambre, el miedo, la injusticia. Desde el periodismo se mostró (y se muestra) el tiempo y la realidad de Oaxaca; su alma. Carlos María de Bustamante (Antequera, Oaxaca, 4 de nov. 1774-Ciudad de México, 21 de septiembre de 1848), fundó El Diario de México en 1805, independentista en el Virreinato de la Nueva España, tras la promulgación de Cádiz (1812) fue de los primeros en hacer uso de la libertad de imprenta. La presencia de Bustamante muestra, ni duda cabe, la visión del periodismo desde Oaxaca en La Nueva España.
La saga de periodistas nacidos en estas tierras resulta larga, opositora y gobiernista; va desde los hermanos Flores Magón y Andrés Henestrosa hasta Jacobo Dalevuelta; de Carlos Ramírez, Macario Matus a Elisa Ruiz (se anuncia ya su libro de entrevistas, Aproximaciones a la desmesura del alma).
Hasta el momento nadie acierta a dar una definición de “literatura”, “novela”, son convenciones, nos dicen, acuerdos, corrientes de pensamiento generadas entre entre amigos, sostienen otros; llegan noticias de las capitales culturales, intentan obligarnos a “abarcar parte de la realidad” (la nuestra) con sus soluciones literarias.
En Londres, hasta el siglo XVI, el periodismo era incluido como parte de las “bellas letras”, no existía la diferencia entre poesía y periodismo, por ejemplo; entraron los intereses, las escuelas, las revistas, los colegios y el mundo escrito tomó mil caminos. A inicios del siglo XX, desde Leningrado, bajo el asedio del ejército alemán, llegaron noticias de un grupo de filólogos que hacían estudios específicos sobre sus novelistas; como burla a su solemnidad los bautizaron como “los formalistas rusos”.
Antes Mijaíl Bajtín (Orel, 1895-Moscú 1975) había puesto en boga el concepto de cronotopo: la conexión esencial de las relaciones temporales y espaciales asimiladas artísticamente en la literatura (Teoría Estética de la novela); “el espacio y el tiempo se unen en un solo concepto y a partir de esa condensación se generan los diferentes temas literarios que se han ido dando a lo largo de la historia”.
No hay novela sin teoría de la novela (Juan José Saer), Víctor Shklovski (San Petersburgo, 1893-Moscú, 1984), uno de los fundadores del formalismo ruso, en su autobiografía La tercera fábrica (1926) tiene este inicio:
Hablo con la voz enronquecida por el silencio y los folletines. Comenzaré con un fragmento que hace tiempo está sobre la mesa. Como en una película, cuando le pegan al comienzo un negativo velado o un comienzo de otra cinta.
Shklovski puso en movimiento el concepto de “extrañamiento” en literatura: “El propósito del arte es el de impartir la sensación de las cosas como son percibidas y no como son sabidas (o concebidas) … dicho de otra forma el arte presenta a los objetos desde otra óptica”.
Shklovski estuvo acompañado por Boris Tomashevski (San Petersburgo 29 de noviembre, 1890-San Petersburgo, 24 de agosto de 1954), quien planteó la Teoría de la Crítica Literaria: “lo que en una época era dominante sería desplazado por formas marginales o se vería reestructurado a partir del contacto y la tensión con estas formas marginales”; mientras, en Europa, autores y lectores pensaban que las obras eran generadas por musas, ángeles inasibles, la inspiración.
Pasaron en las capitales de la cultura dos guerras llamadas “Mundiales”; en América apareció Macedonio Fernández (Buenos Aires, Argentina, 1 de junio de 1874-10 de febrero de 1952), amigo del padre de Borges, amigo de Borges, quien lo amó hasta el plagio; planteó: “la literatura del futuro”, Museo de la novela de la eterna (1938). Macedonio, quizá sin saberlo, realizó su novela desde la teoría de la crítica literaria; prólogos, esbozos, apuntes para escenas futuras, personajes entrevistos; “ya otro vendrá a escribir la novela”, dijo.
Lo retoma Ricardo Piglia (Adrogué, provincia de Buenos Aires, Argentina, 1941-Buenos Aires, 6 de enero de 2017): “todos somos Macedonio”; de todas estas corrientes literarias sostengo que la literatura puede abarcar el alma humana porque no habla de un pueblo, alude al género humano y, al hacerlo mediante el proceso de disposición de materiales refiere a todos los pueblos.
Lo supo Platón, que puso a las ideas en el aire, pedía un solo cielo para todos los hombres, todas las naciones; lo supo Aristóteles, que elaboró las normas del quehacer de narrar, su Poética, para todas las obras hay condiciones estables desde donde pueden ser juzgadas. Piglia dice como Onetti de la novela de no ficción escrita desde el no saber, en La ciudad ausente (1992), “ficción distópica narrativa, novela de anticipación, relato policial”; como Macedonio pide un “máquina de narrar”, habla del monopolio de la ficción que sostiene el Estado.
Los pueblos del sur de México también demandan una “máquina de traducir”, para llevar sus desgracias a los espacios literarios, hacerlos belleza; la pregunta emerge con fuerza, surge de sí misma: ¿desde dónde narrar si quien narra, por sufrir carencia y marginación, racismo está excluido del centro, si su mismo nombre no cuenta con “tutores” que abalen su escritura? Tomachevski marca desde la crítica literaria el mecanismo para superar convenciones; la literatura es un cuerpo que requiere relevos para permanecer.
Para Oaxaca, la historia del periodismo está ahí como desde el tiempo de la Colonia, actuante y rebelde.
El periodismo se vislumbra como relevo del canon literario local; ya se anuncian las nuevas editoriales, a la manera de lo afirmado por Tomashevski, llegarán las formas escriturales que en otro tiempo fueron marginales; el periodismo volverá a ser el encargado de mostrar 2el alma oaxaqueña”.