RENATA CERVETTO*
Si hay algo que Ruíz Martínez recuerda bien, es el gran esfuerzo físico que demanda llenar tinacos de agua. Al momento de descansar, se sentaba junto a su padre bajo un árbol mientras este repetía una frase que quedó grabada en su memoria: “Árbol que nace torcido jamás se endereza”. En aquel momento, el no entendía bien a qué se refería. Con el tiempo esta frase tomó cuerpo, logrando materializarse por medio del dibujo y la pintura. Es allí donde hoy en día Jaime Ruíz Martínez vuelca sus preguntas, ensaya sus respuestas y narra las historias que traman su propia cosmovisión.
¿Qué tienen en común la figura de un luchador olmeca, un fantasma y un Kraken flotando entre tinacos y pelotas de basquetbol? A simple vista, la selección puede sonar un tanto aleatoria. Al observar más detenidamente, atisbamos algunas frases que se deslizan como viñetas sin encontrar su enunciador. Poco a poco, intentamos deducir cual detectives las pistas que unen a estos personajes tan disímiles y a la vez, tan cercanos. La ausencia de espacios tridimensionales y la sencillez de cada grafismo recuerda un poco a aquella de los antiguos códices prehispánicos. Recordemos que su función era dar cuenta de una determinada coyuntura política, económica y social.
Hoy en día, las obras aquí presentes parecieran mantener un diálogo atemporal con aquellos documentos. Nos vienen a contar nuevas coyunturas, o cómo todas esas antiguas tradiciones e historias lograron camuflarse para sobrevivir. Los dibujos y pinturas de Ruíz Martínez dejan entrever las contradicciones y violencia inherentes a la herencia colonial que nos atraviesa. La selección de los personajes sintetiza la condición del diferente y rechazado en Gasparín, de torcido o enfermizo en Kraken; o el proveniente de culturas disímiles, con El Luchador Olmeca y el Chontal (del náhuatl chontalli, el extranjero). Todos apelan a esta subjetividad rural y urbana que Ruíz Martínez esboza de forma intrépida y sagaz en cada dibujo. Cohabitan, con cierta incomodidad, regiones denostadas por una economía barroca que heredaron muy a su pesar. Las piñas, que una vez simbolizaron el éxito de las expediciones coloniales, arrastran también la historia de un baile tradicional de Oaxaca y cómo este se readaptó para entretener a los turistas. Pelotas de básquet que repican en las pequeñas canchas de Sierra Juárez. Es allí donde la “comunalidad” se presenta como la única alternativa para salvarnos de un capitalismo salvaje.
Llegamos aquí a una última referencia, esta vez geográfica, que actúa cual bisagra para introducir al otro gran protagonista de esta historia: el tinaco. El municipio de Ayutla es donde se juegan los torneos locales de basquetbol, pero es también una de las tantas regiones aledañas a Oaxaca en donde se disputa la distribución y acceso al agua. El conflicto por el abastecimiento de este recurso natural se hace presente en cada dibujo por medio de tinacos y riñones, órgano encargado a la vez de purificar los líquidos en nuestro organismo. El tinaco se ubica cual tótem en un extremo de la sala, apelando al visitante a recorrerlo para descubrir un pseudo refugio en su interior.
Este objeto aparece, así como portador de vida, como el cuerpo que habitamos, con el cual seguimos resistiendo. Cuerpo torcido y expuesto, con sus órganos a la vista, pero las raíces bien plantadas. “Sujeto que nace mestizo jamás su karma endereza”. Aquella frase de antaño se convierte ahora en un rumor que cobra fuerza a medida que recorremos la sala. Como si de repente pudiéramos realmente escucharla, hasta no lograr despegarnos de su irrevocable profecía.
*Renata Cervetto, autora del texto de sala de la exposición Karma Mestizo, es Coordinadora en el área de Educación de MALBA, Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires.