FRANCISCO J. SÁNCHEZ
A Beatriz Eugenia y José Aarón
Cuando murió Don Agustín Hernández López, los nietos fueron a la escuela dos horas después de que el médico declarará con toda autoridad que, en la segunda calle de Trujano, a dos cuadras del mercado “Benito Juárez Maza”, yacía un cuerpo sin vida.
Lo raro para los hijos de sus hijas eran las caras largas de los tíos y las tías, cuando observaban las cuatro grandes velas encendidas en los candeleros dorados prestados, que asemejaban delgados árboles amarillos enterrados en el piso del cuarto.
En el exterior, un moño negro en la puerta de esa casa daba fe pública que Doña Eustolia Martínez Patiño alcanzaba el grado de viuda y como tal, le asistía el derecho a recibir las condolencias a nombre de la familia Hernández Martínez.
Ese hecho fue el único motivo en más de 50 años de comerciar en el Mercado “20 de Noviembre”, para que la dueña de “La Victoria” cerrara por primera vez su caseta de huaraches y zapatos. La segunda ocasión fue 25 años después, cuando murió, y en esa ocasión, le tocó a su yerno presionar el arco de cierre de cuatro candados a la misma caseta.
Esa era la ley de los mercados públicos: ningún día del año se cerraba. Las navidades y los años nuevos abrían los comedores, los negocios de frutas, verduras y carnes y por supuesto, también las “puestos” de las tradicionales aguas o las nieves regionales.
Pero también había principios de negocios como si fueran mandamientos. Por ejemplo, la palabra era la más preciada garantía de respeto y dignidad. Si algo se comprometía era prácticamente una promesa cumplida. Si algo se afirmaba era una verdad que se sostenía. Y si algo se debía, se pagaba. No había lo que hoy llaman rarezas humanas.
En ese sentido, la viuda siempre apelaba, sin decirlo, a un derecho bien ganado en toda su vida: la buena opinión de su persona. Primero, como buena católica, conocida en los templos de San Juan de Dios y la Compañía de Jesús y segundo, por el vínculo de sus valores a los mandatos de su religión: no robarás, no mentirás, no desearás…
Así, un papel de estraza o papel madera, que lo mismo servía para envolver “tortillas de máquina” que carne de res o granos, para ella tenía tanto o más valor que un cheque bancario, cuando el portador se apersonaba con la firma al calce de Don Agustín.
En resumen, la didáctica de Doña Eustolia Martínez Viuda de Hernández, la dueña de la huarachería “La Victoria”, siempre fue así, incluso hasta el día de su muerte: aplicar el binomio, Dios y ella.