ANTONIO PACHECO ZÁRATE*
“Escribe de tu pueblo, Toño. Habla de Juquila”, me dijo el poeta y escritor oaxaqueño César Rito, testigo de mis intentos de juntar palabras. Cuando me presenta dice: Es escritor. De Juquila, agrega.
Juquila, tierra de fe. Juquila, pura gente mala. Milagrosa la Virgencita.
Híjole, mano, ¿y qué digo de mi pueblo, César? ¿Miento? Si fuera poeta, como tú, escribiría un poema repleto de sentimientos y pensamientos cifrados, no se vayan a ofender mis paisanos. Porque así somos eh. Cuidadito y se ríen enfrente: ese cabrón se está riendo de mí. Cuidadito y hablan en voz baja: ese cabrón está hablando de mí. ¡Pásame la escopeta, Daría, pásamela pa´ matarlo, que de mi nadie se ríe ni habla mal! Pero Daría García, impetuosa como el viento, no le obedecía a nadie.
¿Los juquileños, dije? N´ombre, no somos tan distintos del resto. Pura mala fama que nos han creado. Entonces, ¿hablo nomás del Chorro Conejo? ¿Del Pedimento? ¿De la Virgen? ¿Yo que de no ser porque Dios es grande ya sería un ateo redomado?
¡Virgen de Juquila, dame el don de la escritura!
Mira, Poeta, te sigo contando como somos los juquileños. Nomás ten paciencia, no hagas feo pues. Antes que otra cosa, somos contradictorios, que no te asombre ni me corrijas cuando lo descubras; pero eso sí, no somos gente mala como de niño escuchaba decir: “En Juquila matan por todo”. ¡Qué va! Somos nobles de corazón, sinceros, amigos, desprendidos, amables, bondadosos. ¡Qué bueno que veniste, ñuño! te dicen cuando regresas de visita. Lo malo es que a nuestras virtudes las opacan la testarudez y la arrogancia que nos han caracterizado por siglos, y que confundimos con orgullo y dignidad del mismo modo que confundimos los verbos con los sustantivos y los conjugamos por igual, lo que a final de cuentas no importa porque hablamos muy rápido y nadie lo nota.
Sí, deveras eh, los juquileños hablamos de corridito, como las cotorras de tía María Serrano, con prisa para no dejar hablar a nuestro interlocutor y que este olvide pronto las tonterías que estamos diciendo y seguir diciendo más. Si desconocemos el significado de una palabra le damos el de otra con un sonido parecido. Y si al fin nos callamos es porque encontramos el modo de llamar la atención en silencio.
Nos intimida el pudiente y nos da seguridad tener enfrente a uno más jodido que nosotros, pero no por maldad; no, señor. Es por ignorancia. No nos enseñaron, ni queremos aprender, a ser un poco humildes. Y si no que lo digan nuestros pueblos vecinos. Durante siglos los agandallamos creyéndonos el pueblo catrín, el elegido, el ombligo del mundo. Hablo por mis antepasados porque llevo su sangre, y si no les parece que vengan y que me la extraigan, nomás que se acuerden que el que da y quita… ¡No nombres a la cosa mala! decía papa Trine.
¡Virgen de Juquila, paloma blanca, líbranos del mal, y lo que no puedas darnos a nosotros no se lo des tampoco a los demás!
Pero insisto, no éramos ni seguimos siendo así por maldad, sino por ignorantes, por el mero desquite natural, ancestral, del hermano mayor con el pequeño cuando otro lo enfurece. ¿Sabes por qué, poeta? Porque al Juquila de mis recuerdos la gente llegaba únicamente por devoción y amor a nuestra Virgen, pero deseando no encontrarnos, queriendo hallar un pueblo fantasma, pretendiendo un gerundio permanente: llegando, rezando, pidiendo y partiendo, que este pueblo es de gente mala. Llegaban y partían desconfiados, temerosos de recibir una bala perdida y de ser uno de los tantos que se decía que ahí caían como chicatanas.
¡Virgen de Juquila, concédenos ser tan humildes ante nuestros hermanos chatinos como lo somos frente al adinerado y el peregrino, o quítanos lo hipócritas!
“Comecuandohay” nos llamaban y nos llaman, porque decían y dicen que en Juquila se abusa de la fe del peregrino. Falso, no es cierto. Es cosa de los fuereños que llegaron a apoderarse del comercio y a hacer el negocio que los juquileños, por ignorancia y testarudez, nos negamos a hacer. O nos apendejamos, que negamos y apendejamos suena igual, y en juquileño si suena igual significa lo mismo.
Mira, mano, por ponerte un ejemplo: en mi pueblo no había tantos hoteles como hoy. La gente llegaba en los primeros días de diciembre a la fiesta de la Virgen y pedía posada en cualquier casa. Se alojaban en los corredores, en los patios, bajo los palos de guayaba y de anona. Y ningún juquileño se quejaba mucho de que una vez pasada la fiesta el pueblo oliera a caca y cal durante días. Ah, porque eso sí eh, dijera el juquileño —esa gente mala y comecuandohay—, aquellos peregrinos no llegaban nomás con su fe, también con sus culos. Y se cagaban en las barrancas si era de día y en cuanto lugar oscuro jallaban si era de noche. Y si el juquileño no jallaba al peregrino cagando, menos lo hallaba, pero si lo hallaba lo agarraba a pedradas. Aunque no para matarlo, hombre, nomás pa´ darle un susto y que se fuera a cagar más lejos.
Y cuando los peregrinos se iban, lo hacían diciendo: ¡Al fin nos vamos, matones! De no ser por nuestra Virgencita no volveríamos el otro año. Pero aquí estaremos primero Dios y la Virgen, y si ustedes nos dan posada.
¡Virgen de Juquila, protégenos con tu manto, no nos abandones ni permitas que nos gane la arrogancia! ¡Déjanos entender que también somos indios; y si no es mucho pedir, concédenos sentir orgullo!
Nosotros somos indígenas, que indios no, pero nos avergonzó por siglos. Hasta que nos invitaron a bailar en la Guelaguetza. Y entonces la Virgen nos hizo el milagro; nos nació un amor inmenso por la manta y los bordados. Pero pinche suerte; no teníamos qué ponernos. Juquila descubrió rojo de vergüenza que estaba desnudo. Y chingue su culo, que nos ponemos prestada la ropa del vecino. Sin permiso, claro, creyendo que en una de esas hasta nos lo agradecían.
Abuelo, le dije a Papa Trine una tarde al regresar de la secundaria, dice el maestro Marcelino que nosotros somos indígenas, como los de Yaite o los de Panix. ¡Pendejo está Marcelino! me dijo mi abuelo indignado, indio será él y lo serás tú, yo no. ¡Ay, abuelo! Pendejo estabas tú, por engreído, y pendejo yo por creerte. Marcelino, Marcelino, parece que no sabes que en Juquila las verdades se dicen como las mentiras, hablando bajito.
Marcelino es una institución: ¿Tú eres de Juquila? Qué va a ser, no te creo, has de ser de Panix o de San Juan, te dice el paisano juquileño. Sí, soy de Juquila, me dio clases y chingadazos Marcelino, ¿qué a ti no? porque si no te chingó Marcelino entonces el que no es de Juquila eres tú. Sí, también, entonces sí somos paisanos, tú ¿y familia de quién eres eh?
María Inés es otra institución. ¿Dónde estabas el día del desfile de la arrogancia, María Inés? Te hubieras parado ese veinticinco de julio a mitad del camino de los que marchaban sin pudor a su fiesta robada; que no nos bastó con que nos acusaran de hurtarle la vestimenta a Yaitepec para ir a bailar en la Guelaguetza chilenas hurtadas a Pinotepa, ahora también cargamos con la cuenta de un Santiaguito. Ay, María Inés, les hubieras gritado como nos gritabas a tus alumnos: ¡¿Es que tienen estiércol en la cabeza?!
Porque eso fue lo que hizo Juquila, Poeta. Para no ofrecer una disculpa histórica a Yaitepec, con quien trae pleito desde hace varios años, y no perderse de su fiesta anual, hizo su propia capilla del santo patrono de allá. Pero ni han de saber en mi pueblo lo que es una disculpa histórica, así que merecemos la disculpa por virtud de la ignorancia. Y digo yo, o vaya digo, como diría la inmortal tía Zenaida, si ya fuimos a traer la festividad de Yaite, ¿porque no de una vez vamos por los santos patronos de cuanto pueblo que nos rodea? De Amialtepec no es necesario. Pero ¿no estaría chingón que sembráramos los cuatro barrios y la colonia 3 de Mayo de capillas en honor a los santos de cada pueblo vecino? Que no quede camino o calle sin una feria diaria o donde persignarnos antes de que nos llegue la puta hora de irnos al hoyo, ese donde no hay más tierra que pelear que miserables tres metros.
No tardan en llamarnos Robasantos. Juquila, Juquila, Juquila, ya no tenemos remedio. ¡Virgen de Juquila, danos el remedio! Como no sea desquitarnos poniéndoles apodos a los que nos ataquen, que es lo que mejor sabemos hacer, no veo qué más nos quede. Porque en Juquila no sé para que nos bautizan y nos ponen nombre en el registro civil, si vamos a cargar con un apodo de por vida. Y entre más feo y ofensivo resulte, más gratificante será para el que lo haya puesto, y menos vergonzoso creerá que es el suyo. Por eso ya me refiero a ti como Poeta, amigo; no vaya a ser que se me adelante un cabrón juquileño.
Pendejo de su cabeza está ese, van a decir de mí, pura pendejada dice; y además, ¿cómo va a estar escribiendo, rezando y maldiciendo? Híjole, que ganas de hablar bien de mi pueblo. ¿Pero qué hago? ¿Digo nomás lo chulito para que no se enojen? ¡Que se enojen! que digan lo que quieran, que al fin y al cabo no soy más que el hijo de la atolera, y el hijo de la atolera no le debe nada a nadie de Juquila y se puede dar el lujo de decir lo que se le venga en gana. ¡Pásame mi escopeta, Daría! ¡Pásame mi escopeta que yo mato a ese cabrón! Que no, abuelo, que Daría García no le obedece a nadie, ni a las leyes naturales, y ahí sigue, tan viva como antes de que se muriera. Y si me matan pues que me maten, pues sí vaya, que me den un balazo en el pecho a media plaza como el que le dieron a Martín.
Poeta, ¿sabes por qué quiero ser escritor? Porque descubrí que ustedes tienen un privilegio: aunque los silencien o aunque por decisión propia no vuelvan a hablar, una vez pronunciadas sus palabras estas no callan jamás.
Hay que pedirle a la Virgen de Juquila, Poeta, que apague los pleitos que se han desatado en su nombre, que les quite la creencia a los arrogantes y nos devuelva la fe a nosotros los descreídos.
¡Virgen de Juquila, bajo tu amparo nos acogemos, en la vida y en la muerte ampáranos, gran señora!
* Antonio Pacheco, originario de Juquila, el sitio de la preregrinación, de su propuesta con la escritura, sostiene: Será necesario trabajar con el lenguaje, los personajes rurales o urbanos convierten la realidad en pasajes narrados; el propósito será ir al encuentro con el lector a través de lo cotidiano.