SAN ANDRÉS YAÁ, Villa Alta (sucedióenoaxaca.com).- Dice el dicho popular que la educación se mama en casa; y también en la comunidad, añade enfático Nathanael Lorenzo Hernández, director del Instituto Intercultural Calmécac.
El flautista y pedagogo musical que lleva seis años formando en la música tradicional a niñas, niños y jóvenes zapotecos del valle y de la sierra, mixes, chinantecos, sostiene que la interculturalidad de Oaxaca es lo que sostiene su música, por tanto, no puede estar al margen de la enseñanza artística.
“En Oaxaca se educa en casa, sí, pero también en sus pueblos y comunidades; en sus fiestas tradicionales, en su gastronomía única en cada localidad; en su música, en su danza, en el tequio, en la gozona, en sus diversas lenguas y en sus particulares formas de vestir”, expresa con vehemencia “el alma rebelde Nejapa de Madero”, como se define a sí mismo.
Para el ex integrante de la Orquesta Sinfónica de Oaxaca, quien renunció a su puesto como flautista para emprender un proyecto educativo musical sui generis, donde la diversidad cultural del estado se encuentra en la escala más alta, incluso por encima del solfeo y el instrumento, en el Calmécac no se forman músicos, sino personas, ciudadanía, seres humanos que aman su tierra y sus raíces.
“Los chamakos (sic)”, como suele referirse el maestro Nathanael a su alumnado, se preparan en trabajo en equipo, ecología, comunalidad, interculturalidad, salud, gastronomía, y en otros temas, de manera práctica y cotidianamente, conservando siempre su identidad.
En su reciente participación en las fiestas del Santuario de la Cruz Verde en San Andrés Yaá, pequeño poblado perteneciente a la sierra norte, distrito de Villa Alta, tuve la oportunidad de acompañar a la banda filarmónica del Instituto Intercultural Calmécac desde su partida en Nejapa de Madero, donde se encuentra su sede actualmente, hasta su retorno.
La noche previa a la salida, entregó a cada integrante una playera nueva y un bote de plástico para portar su agua durante el viaje, con el sello “100% Calmécac”, y dio instrucciones precisas para cada etapa del mismo.
Con el apoyo de Julia, percusionista originaria de San Pedro Quiatoni, y Mariana, organizó la administración de tiempos y recursos antes de darle al grupo las buenas noches.
A la mañana siguiente, a las 5 del horario “normal” ya se encontraban preparados integrantes y algunas madres de familia acompañantes, con su cobija, portatraje, mochila e instrumento, para iniciar la travesía.
El viaje inició en la sierra sur, continuó por el valle de Mitla para luego ascender a la sierra norte. Al paso por Ayutla el desayuno fue café y tamales mixes, con breve recorrido por la población cuyos caminos y callejones, y edificios públicos, ostentan su nomenclatura en lengua mixe..
Habitualmente en Ayutla, la banda visita al escritor mixe Federico Villanueva Damián, y su “Granero de palabras”, una pequeña biblioteca en lenguas indígenas, pero esta ocasión el tiempo no lo permitió.
“Para mí, asistir con los chamakos a una gozona es una clase de geografía, de gastronomía, de ecología, de relaciones públicas, de organización comunitaria, de música, en fin, todo lo que aprendemos en 5 días de fiesta no nos lo da ninguna universidad del mundo”, comenta el maestro Nathanael.
“La banda conoce su estado porque lo recorre frecuentemente cuando salimos a cumplir compromisos en las fiestas tradicionales. Conocen sus carreteras, su flora, su fauna, sus lenguas, su comida tan diversa, y sobre todo, aprenden a convivir con personas diferentes, a integrarse a sus costumbres y ser agradecidos con los mayores. Y también a ser disciplinados en algo que es una regla en el Instituto: no tomar refrescos embotellados, ni frituras y menos alcohol”, agrega.
Además, aprenden a resistir cinco días tocando en ocasiones hasta las dos o tres de la mañana y a levantarse a las seis para llevar las mañanitas a la iglesia; a tender su petate y sus cobijas para dormir y a recoger todo al día siguiente; a bañarse con agua fría en un manantial, cuando no hay baños con regadera; y a bailar son y jarabe, mientras les llega su turno para tocar.
A lo largo de seis años de actividad, la banda filarmónica del Calmécac ha ofrecido lo mismo conciertos en foros como el teatro Macedonio Alcalá en la capital oaxaqueña, o la Sala Elisa Carrillo en la Casa del Lago de la Ciudad de México, que en corredores de alguna pequeña agencia, en canchas de basquetbol, en caminos empinados y pedregosos, en los comedores comunitarios y hasta en las cocinas para quienes preparan los alimentos durante una festividad.
En cualquiera de los escenarios donde se presentan tocan con la misma entrega y disciplina, lo que les ha valido el reconocimiento generalizado.
Su participación en la fiesta de San Andrés Yaá fue patrocinada por don Pedro Matías Solano y familia, radicados en Los Ángeles. El migrante expresa que es “un sueño realizado” llevar al Calmécac a su comunidad de origen que agradeció el gesto bailando sin cesar.
“El alma rebelde de Nejapa” manifiesta su rebeldía aplicando un modelo educativo que rompe moldes académicos y urbanos, e incluso se rebela contra la composición usual de la banda de alientos tradicional, con composiciones y arreglos que agregan caracoles, yembés, sonajas, y otros instrumentos.
Una de la principales lecciones de su estancia en San Andrés Yaá fue desterrar de su ámbito el uso de botellitas desechables de agua, luego del anuncio de la prohibición del plástico de uso único en el estado, adoptando el único uso de su vaso personal con tapadera.
“Esencialmente lo que me importa es que quienes integran el Calmécac aprendan que vale más una hora de solfeo que una hora de alcohol; que vale más una hora de instrumento que una hora con el teléfono en las redes sociales; que vale más una hora menos de sueño que una hora en las drogas, que vale más su esfuerzo porque la comunidad se los retribuye y ellos están preparados para la vida, dentro o fuera de la música” sintetiza.
“¿Sale caro financiar una banda filarmónica? Sí. Pero mas caro le sale a una comunidad tener ciudadanos drogadictos, alcohólicos o violentos”, concluye parafraseando a Don Benito Juárez.