OAXACA, Oax. (sucedióenoaxaca.com).- En Oaxaca, los días de diciembre, se puede observar la delgada línea entre fiesta y vida cotidiana, industria del turismo y expresión artística, el trabajo de las manos. Por las calles se encuentra el caminante con los protagonistas del arte y la cultura.
Mediodía, fin de semana, Bar Jardín -mesas redondas con cubierta de mármol, sillas negras de metal con rojo asiento circular-. A lo lejos camina Francisco Limón, el legendario impresor, propietario de La Máquina (5 de Mayo, Centro), en las manos sostiene un bidón de diez litros que a los costados lleva siete letras: Peligro, y la silueta de la calavera.
–Voy por ácido –dice a manera de saludo. Pone el bidón sobre la mesa, luego lo baja a un asiento.
-¿Cuántos años tiene ya La Máquina?
-Un bebé de tres años en un nuevo país.
-¿Trabajas con los mejores artistas de la gráfica?
-No lo sé– dice y pregunta mientras observa que su interlocutor escribe sus respuestas en un cuaderno. – ¿Qué haces?
-Una entrevista.
-No me gustan las entrevistas, escriben cosas que nunca dije.
-Calma, no te va a doler, relájate.
Se acerca el mesero y Limón pide un jugo de naranja, pequeño.
Francisco Limón entrega sus respuestas con voz pausada, a su lado pasan vendedores ambulantes, artesanos que ofrecen sus productos. Hay una multitud que camina en el día claro. Todo ocurre bajo la luz de un día de diciembre. A su espalda se distingue el atrio de catedral, los cerros de San Felipe.
“Estoy metido en el monstruo, no sé nada; mira, me encontré un cartel de las luchas”. Muestra una cartulina arrancada de algún muro: Lucha Libre, reza el anuncio con letras grandes.
En las calles de la ciudad dio inicio ya el maratón Guadalupe-Reyes, “trabajaremos hasta el jueves de la próxima semana, luego tomaremos vacaciones”.
–La Máquina es una preferencia, un gusto por la vida– dice Limón, sentado, con la mirada inquieta.
-¿Hasta dónde piensas llegar con tu trabajo?
–No lo sé, lo veo como una aportación a Oaxaca, La Máquina tiene más de 100 años dando guerra, está entera, este trabajo lo hago como una aportación a las nuevas generaciones, otros tomarán el proyecto, mis asistentes, quizá; esperemos que lleguen muchos artistas de muchos lados, que hagan muchas cosas.
En el zócalo de Oaxaca, frente al quiosco, resuena la música de marimba, quizá el “Dios nunca muere”.
Francisco Limón queda con sus pensamientos, los comparte:
-Los talleres son espacios donde se hacen amigos, un taller de litografía implica piedras, prensas más grandes, un proceso donde el artista por fuerza tiene que frecuentar un taller para cuajar su trabajo de la gráfica. Los artistas van con quien les ofrece confianza, no es que sea una cuestión de grupos o de amigos, no; llega gente de todos lados, luego nos volvemos amigos; no lo sé… Pero sí, me gusta trabajar con amigos– dice y mira al vacío.
Termina su jugo de naranja, habla a manera de despedida súbita:
-Ya me voy, tengo que ir por el ácido, tengo trabajo.
Levanta el bidón de la silla, se despide con un abrazo, marcha entre la gente que camina rumbo al Palacio de Gobierno, al mercado 20 de Noviembre.