JOSUÉ SALVADOR VÁSQUEZ ARELLANES
Título original: Roma
Año: 2018
Duración: 135 min.
País: México
Dirección: Alfonso Cuarón
El Plato Fuerte
⋆ ⋆ ⋆ ⋆ ⋆ Deje todo y corra a verla
ROMA, así, sin tanto adjetivo calificativo o descalificativo, quizá sólo el de proverbial, pues aunque “los caminos del cine no deberían conducir (exclusivamente) a Roma”, todas las charlas en torno a cine (se quiera o no) en estas últimas semanas o meses, casi siempre conducen a ella: ya sea como fenómeno fílmico que no sólo está marcando un precedente en el modelo de exhibición actual, sino como una pieza que tendrá que probar con el devenir del tiempo, si logra persistir al último límite del arte: la memoria; que como ya sabemos, es de donde Roma manó.
Cuando Carlos Fuentes le preguntó a Luis Buñuel sobre “cómo se puede armonizar la libertad (creativa) con la tecnología en el cine”, éste segundo le respondió con una metáfora que parecía utópica: “Será alcanzada cuando usted o yo podamos tomar una píldora, apagar las luces, sentarnos frente a una pared desnuda, y proyectar sobre ella, directamente desde nuestra miradas, la película que pase por nuestras cabezas”. Pero quizá Buñuel, como un visionario del cine, no había proferido una simple metáfora, sino una profecía en la que Alfonso Cuarón sería una especie de Juan Bautista o el primer profeta de ella.
Todo el aprendizaje adquirido a lo largo de su filmografía y sólo con los avances y autonomías de producción y de grabación como los de hoy, es que Cuarón puede proyectar casi literalmente desde sus ojos (y cumplir con aquella profecía buñuelesca) un recuerdo extraído desde su memoria más personal, mostrándolo con la precisión y paciencia monástica de los detalles, con una claridad en blanco y negro digital que evita el recuerdo granulado o ensoñado, así como cualquier folclorismo. Todo un universo finito que gira en torno a algo que ya sólo existe en el plano metafísico del recuerdo, pasado que se evoca desde el presente, y que arroja atisbos sobrios de nostalgia vivificada en el que el creador y el espectador, en algún momento, quieran o no, se reconocen.
Uno puede intentar ser ajeno al efecto Roma, pero en cualquiera de sus acepciones nadie es ajeno al efecto Yalitza Aparicio, pues aunque su personaje Cleo se encuentra en la encrucijada abnegada y subordinada del clasismo [más evidente en otras películas actuales: véase Locamente millonarios o cualquier comedia romántica mexicana], no es esto lo que definen su rol y carácter dentro del filme, ni el cumplir las más burguesas y caprichosas nimiedades; sino ser el único personaje en un imparable ir y venir, no importa si dentro de la casa (como pate de su condición de muchacha dirán algunos), o en medio de las olas del mar a pesar de no saber nadar (que es donde se supone está fuera de esa condición); pero siempre en constante y casi perpetua acción, ante una realidad que a 47 años de distancia, parece ser la misma.
Y así como el contraste visual es posible gracias a un blanco y negro con escala de grises, los contrastes de Cleo son potenciales gracias a su contraparte femenina en la película, su patrona Sofía (Mariana de Tavira), quien a pesar de su posición social no deja tampoco de ser mujer, y aunque no lo exprese, encuentra en Cleo no sólo a una ayudante, sino a otra mujer, una compañera de batallas en un mundo en el que los hombres creen que irse o llegar es así de fácil; colocándolas a ambas entre los más claro y oscuro (con escala de grises de por medio) de sus vidas, como cuando una Cleo recién menospreciada percibe el acoso hacia Sofía recién separada, y que aún sin decirse nada, se dicen todo con la mirada.
Roma cuenta con alta calidad técnica una trama que no parece extraordinaria (melodramática dirán algunos), pero es en esa imperfección donde radica su poder, pues la vida parece ser así: intrascendente hasta que la contamos, tomando en cuenta que la memoria exige un reto de saber seleccionar qué contar y cómo contarlo, con una trampa de filtrar algo que no sabíamos que recordábamos hasta que lo contamos.
Nadie niega la maestría de Cuarón: poder retratar a México con un solo travelling (Cleo y Adela corriendo a la tortería), de sus elaboradísimos planos secuencias como el del Halconazo o la del hospital, o de sus pacientes paneos para dimensionar todo un espacio interior (Cleo ordenando las habitaciones), o de su percepción de redondez con un avión que empieza abajo y termina arriba. Pero es la escena de Las Olas (así le llamo yo), la que nos termina inundando de un poder y sentimiento del que el cine también es capaz de provocar, y que en Roma adquiere toda la magnificencia al ser la suma de todo lo anterior que hemos visto; siendo esta otra palabra una forma más de describir Roma, así sin tanto adjetivo calificativo o descalificativo: AMOR.
https://www.youtube.com/watch?v=ZSI2VLwPFWw
El Postre
Y aunque no es un descubrimiento, pero sí una curiosidad visual, aquí una galería de fotogramas de Roma en la que la constante son las flores.
La Gula
Y como leemos en la parte final de Roma, la película está dedica a Libo (Liboria Rodríguez), la nana de la infancia de Alfonso Cuarón y que además es originaria de Tepalmeme, Oaxaca; quien tuvo un cameo en su película Y tu mamá también (2001). Aquí el video:
La Gula
Y cómo el tema del trabajo doméstico en el cine no es exclusivo de Roma, aquí una lista películas que la crítica de cine Fernanda Solórzano y el crítico de cine Leonardo García Tsao comentaron en el programa de televisión Encuadre en relación a este tema:
La ceremonia (1995), Dir. Claude Chabrol.
Señora beba – Cama adentro (2004). Dir. Jorge Gaggero.
La nana (2009), Sebastián Silva.
Workers (2013). Dir. José Luis Valle.
El ombligo de Guie’Dani (2018), Dir. Xavi Sala.
La Camarista (2018), Dira. Lila Avilés.
El Sirviente (1963), Dir. Joshep Losey.
#BoneAppétit
*Cinefágo: El que tiene el hábito de comer y devorar cine.