Benito Juárez y la invocación al pueblo son un coctel políticamente peligroso. La fascinación del presidente electo López Obrador por el Benemérito no puede ocultar la intentona del oaxaqueño en 1867 para instaurar la dictadura presidencial… clamando al pueblo.
Luego de haber provocado dos solicitudes legislativas de renuncia por su afianzamiento al poder y de haber vencido y fusilado a Maximiliano, Juárez reestableció los poderes federales en Ciudad de México en 1867 y convocó a nuevas elecciones ante las presiones en su contra por carecer de legitimidad electoral. Con astucia, Juárez injertó en la convocatoria electoral un plebiscito simultáneo para reconfigurar el Estado y su sistema semiparlamentario y crear un sistema presidencialista absolutista.
Siempre en nombre del pueblo, Juárez se saltó el procedimiento de reforma constitucional que debía pasar por el congreso y se lanzó a apelar por el apoyo directo del pueblo, porque “con el pueblo, todo; sin el pueblo, nada”. La propuesta de Juárez quería liquidar el dominio del legislativo que nació con las diputaciones provinciales en la Constitución de Cádiz de 1812 y mantenidas por las constituciones federales de 1824 y 1857.
La trampa de Juárez fue apelar al pueblo y darle la vuelta al Congreso en materia de reformas constitucionales; las principales reformas incluidas en el plebiscito fueron: reformar o adicionar la Constitución desde el ejecutivo, restablecimiento del Senado como contrapeso a los diputados, derecho de veto del presidente y entrega del informe por escrito y disminuir el poder de la comisión permanente. El sistema político juarista pasaría del predominio legislativo como estructura de control del ejecutivo a un presidencialismo absolutista.
La clave de la iniciativa de Juárez consistía en consultar directamente al pueblo sobre reformas constitucionales, cuando la propia Constitución de 1857 contenía procedimientos estrictos. De manera mañosa, Juárez quiso esconder su propuesta de presidencialismo absolutista en una convocatoria electoral que tenía casi ganada por su papel de héroe civil en contra del invasor francés y por encima del héroe militar Porfirio Díaz que también quería ser presidente. Al votar por el héroe civil, el pueblo tendría que votar a favor de reformas escondidas en la convocatoria electoral.
Ahí se exhibió el Juárez del poder centralizado en la presidencia. Pero en lugar de respetar a un Congreso como representante de la soberanía popular y único reformador de la Constitución por mandato de la propia Carta magna, Juárez trasladó ilegalmente al pueblo vía un plebiscito el poder reformador constitucional. Cuando el plebiscito reformador amañado fue apabullado por legisladores, prensa liberal y sobre todo gobernadores, Juárez dijo que “el gobierno ha obrado de buena fe” y que su intención había sido que “el pueblo decida”.
La derrota de Juárez en su lucha por el presidencialismo absolutista se completó el 8 de diciembre de 1857 cuando se vio obligado a regresarle al congreso las facultades extraordinarias que había solicitado en 1861 para gobernar sin legislativo con el argumento de que se trataba un gobierno sin sede física por las guerras civiles. “Si en el uso de ellas (las facultades extraordinarias) he cometido errores, os pido vuestra indulgencia, en el concepto de que en todos mis actos no he tenido más móvil que el interés nacional y la salvación de nuestra querida patria”.
A partir de este ejemplo de Juárez, el presidente López Obrador ha invocado al pueblo y no a las instituciones en reformas que revierten los controles políticos y legales al absolutismo presidencial priísta que se nutrió de los ejemplos de Antonio López de Santa Anna, Juárez y Díaz. El modelo de las consultas lopezobradoristas responden más al modelo Juárez de 1867 que a la democracia participativa moderna: saltarse los procedimientos legales, por ejemplo, en el caso del aeropuerto; y viene un asunto que tiene que ver directamente con Juárez: la revocación del mandato a mediados de sexenio, no para evaluar resultados presidenciales, sino para poner al presidente de la república en la boleta electoral y volver a someter al legislativo a la figura dominante del ejecutivo.
La invocación de López Obrador a Juárez no tiene que ver con el héroe que derrotó al conservadurismo, la iglesia y el invasor, sino con el que construyó el presidencialismo absolutista y redentor a partir del modelo de Santa Anna de que el poder real estuviera en un solo hombre.
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Política para dummies: Parafraseando a los historiadores, la política es el conocimiento de la historia para no cometer los mismos errores.
@carlosramirezh
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