Debiera ser sólo árbol para sus azahares, hojas verdes para ser bebidas en infusión que calmen los nervios, según mandan los viejos. O sólo hojas que utilizan los vagos para entonar canciones dulces a nuestro oído. Árbol para flor y medicina del hombre, no más. Hojas también para una canción que alegre los corazones; pero está allí en el patio, y se entera de que sufrimos. Y uno sale a la noche y se encuentra con el árbol –el olor profundo de la flor marca la derrota. Árbol remedio para nuestros males cargado con hojas de música, que reconocen los oídos; la soga bastará para adentrarnos más en su savia.
Protesta
Escribir poemas sobre las vacas atrapadas en una balacera a la entrada del pueblo, allá por la vulcanizadora Reyes, resultó peliagudo. Las vacas contra las balas (“Pero los símbolos se obstinan en renacer de sí mismos”, dice Monterroso). Los gorriones, el halcón, el águila huyeron a la entrada de Nochixtlán –llegué a ver los casquillos. Las balas hacen agujeros enormes en el muro, donde cabe un puño o un corazón. Un contingente protestaba contra el gobierno, la Policía Federal tiró balazos -nadie recuerda a la vaca pinta que volvía a los corrales. Todos guardaron en la cabeza la imagen del helicóptero impactado por el cohete –pólvora contra tecnología hacen la imagen memorable, como en el cine. La tarde vuela con ojos de trueno: gorrión-halcón-águila, llegué a ver los casquillos junto a la mierda de las vacas.
Alcaraván
Era tal esa larga espera que le dio tiempo a la ansiedad de trepar a mi mesa con sus cortas patas peludas. Para poner resistencia a mi ansiedad, ya rondaba la taquicardia con su suave golpe de alas sobre mi pecho, decidí escribir un poema. Para olvidar lo nuestro, matar el tiempo. El poema quedó redondo, y cumplió a cabalidad con matar el tiempo. Pero resultó tan poema que se metía con mucha gente. Esta característica del poema, meterse donde no debe con tanta gente, provocó mi ansiedad. Para calmar esa terca ansiedad decidí escribir este poema mientas acude usted a nuestra cita, señora.
De lunes a viernes
Sólo supo que se llamaba Joselín, dijo. Que apenas la conocía. Que la encontró en un parque. Que le sonrió y que ella agachó la cabeza. Que esa mañana le pidió un encuentro sexual porque no se le ocurrió otra cosa, porque no sabía qué hacer con su tanto tiempo. Que ella aceptó porque tampoco sabía qué hacer con el tiempo suyo, dijo. De lunes a viernes en este país nadie sabe qué hacer con el tiempo. Todos buscan empleo. Que aquel día en la luz de la mañana el cuchillo le habló claro. Que necesitaba conocer su corazón. Que pretendió su sangre, todo esto lo repetía como loro. Uno bien sabe poco, dijo. Porque pasa su tiempo en el parque, es su rutina, dijo. Porque salía a la calle a buscar trabajo. Porque la mujer de enfrente sonrió, dijo. Porque la verdad duele harto la muela cuando uno sabe bien poco y la tarde se deja llevar por las sabias palabras del acero.