El Hecho
La naturaleza humana hace hasta lo impensable frente lo adverso para lograr su sobrevivencia; a tres meses del sismo que azotó Oaxaca, el Istmo de Tehuantepec, un grupo de amigos profesionales en la expresión artística nos reunimos en Juchitán para realizar una acción que compartiera ánimo y valor a la población afectada.
Fuimos a sumarnos a la comunidad entre ruinas, nos convocó la poesía porque la poesía nace con la adversidad. Participaron pintores, músicos, fotógrafos, grafiteros, poetas, editores de video. La línea que unía el trabajo era la expresión callejera. Ante la emergencia no serán suficientes todas las manos.
Así, en tres días de trabajo en las primeras fechas del pasado diciembre levantamos el registro de este documento visual que titulamos “El nuevo mapa de Juchitán”. Ustedes verán a continuación muros caídos, grietas, ruinas, la imagen del hombre y su pala, su soledad ante la desgracia; mujeres mayores desesperadas que buscan la religión, una iglesia derruida, un santo sin iglesia. Calles entre ruinas. Un mercado, los puestos de un mercado, una cabeza de res que nos mira y nos llama desde los ojos de la muerte para guiarnos entre la esperanza. El hombre levanta su grafitti para buscar amparo; niños que buscan colores, la música de una flauta de carrizo para imaginar su patio y su casa, su escuela derrumbada por el terremoto.
El planteamiento
El sismo y sus efectos mostró que las formas tradicionales de producción artística estaban agotadas, que la sensibilidad y su expresión deben pasar por lo comunitario, social. No habrá grandes artistas si hay una tierra donde priva la impunidad y la pobreza, el marginado. En territorios como el de Oaxaca el lenguaje y sus productos, la poesía, el arte callejero, el gobierno mismo, pasan por fenómenos del lenguaje.
El daño fue inmenso, el primer afectado fue el lenguaje. El gobierno institucionalizó nuevos vocablos, palabras como “afectado”, “censo”, “beneficiario” fueron aceptadas por la comunidad zapoteca a una velocidad inusitada, sorprendente. En los pueblos del Istmo de Tehuantepec durante años la policía municipal persiguió a los jóvenes que cargaban botes de aerosol en sus mochilas; con el sismo el gobierno utilizó los botes de aerosol para señalar a las viviendas ya censadas. A tres meses del sismo las formas tradicionales del arte no hacían el trabajo de acompañamiento a la comunidad. Los artistas son guías, hermanos mayores, gente en que la población confía; y estaban inmovilizados. Seguían metidos en pugnas ególatras, ambiciones.
En Juchitán, cuando todos pensamos que ya había pasado lo peor, el sismo y sus más de 20 mil réplicas, 8 mil viviendas afectadas, llegó la lluvia; cuando se extendieron los todos para guarecerse llegó el viento fuerte. Cuando la gente se acostumbró a la nueva realidad, polvo y hambre, escombros, llegó el crimen organizado y su secuela de muertos. Apareció el pueblo entre los diez municipios más violentos del país.
Cuando gobierno y población pensaban que ya estaba en marcha la recuperación, una reconstrucción planificada, apareció el crimen intelectualizado que anticipan peores días de violencia (la semana pasada a un kilómetro del Centro de Operaciones Conjuntas, arrojaran el cuerpo de una estudiante, contenido en una maleta).
Mientras se mantenga la producción y difusión de carpetas artísticas que muestren hechos del arte callejero, mientras se integre a la comunidad en las artes, se acorte el tiempo de arte entre la expresión artística y la comunidad, habrá esperanza de un cambio.
*Texto leído durante la proyección de “El mapa de Juchitán” en el Centro Cultural Reforma, el pasado martes 03 de julio.