La argumentación política e ideológica de Mario Vargas Llosa en su libro La llamada de la tribu y de Enrique Krauze en El pueblo soy yo es impecable y debe profundizar el debate sobre la enfermedad ideológica llamada populismo o, en algunas latitudes, neopopulismo. Sin embargo, todo análisis debe ser integral, totalizador.
Si el populismo/neopopulismo es ineficiente porque desde Luis Napoleón Bonaparte sólo produce tiranos, esos dos ensayos nos dejan a la mitad: sí, en efecto, el liberalismo es más justo, es democrático, impide los caudillismos personales, garantiza la propiedad y la libertad. Pero los populismos antiguos y modernos se sostienen sobre las necesidades de bienestar de los ciudadanos que no atienden los liberalismos filosóficos.
De ahí el alegato de Norberto Bobbio en El futuro de la democracia y un poco antes de John Rawls en Teoría de la justicia y sobre todo en Liberalismo político. Los dos reconocen los valores filosóficos del liberalismo, pero lo ajustan a la idea de la justicia social: cómo el liberalismo ayuda a los que suelen quedarse al margen o abajo del desarrollo producido por la libertad, la propiedad y el individualismo.
Vargas Llosa marca con mucha precisión el itinerario ideológico de su liberalismo y comienza, casi como marcando su territorio, con Adam Smith, el primer teórico del mercado. Smith define en su explicación que el mercado se ajusta digamos que automáticamente por la intervención de una mano invisible. El populismo carece de esa mano invisible que ayude a estabilizar los abusos de los neoliberalismos capitalistas irracionales.
Ahí se localiza el problema terrenal, no filosófico, del liberalismo; y por esa dialéctica es fácil que analistas, politólogos, economistas y caudillos lleguen a la conclusión de que sin mano invisible los populismos serán lo que deban ser: modelos de dominación y explotación sociales por voluntad de una persona, el Caudillo, el Mesías (caso mexicano caracterizado por Krauze, y su texto El mesías tropical está incluido en El pueblo soy yo), el Dirigente, el Profeta.
Para explicar mejor la contradicción liberalismo/populismo habremos de referirnos al liberalismo filosófico en su forma perversa terrenal de neoliberalismo de mercado, aunque en el fondo se trata de dos concepciones diferentes. Pero se usa aquí el neoliberalismo económico para profundizar su contradicción con el populismo ideológico cristalizado como asistencialismo popular.
El caso de México es buen laboratorio politológico para entender la dinámica neoliberalismo/populismo. De 1835 a 1940, México ha tenido liderazgos populistas sin sistemas estrictamente populistas; Santa Anna, Juárez, Porfirio Díaz, Francisco I. Madero, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas. De 1940 al 2018 ha habido populismos sistémicos: el PRI en sus versiones política, populista o neoliberal. La existencia de una sociedad desigual ha obligado a los gobiernos neoliberales de mercado capitalista –De la Madrid, Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox (PAN), Felipe Calderón (PAN) y Enrique Peña Nieto– a diseñar políticas sociales populistas-asistencialistas.
A diferencia del sistema ideológico-económico de los EE. UU. donde el individualismo-codicia nutre las ambiciones de ascenso social de los pobres, en México el gobierno tiene que hacerse cargo de la atención a los marginados. La primera fundamentación racional del populista Andrés Manuel López Obrador explica un poco el caso mexicano: en el 2006, la tesis de López Obrador fue: “por el bien de todos, primero los pobres”. La explicación ayuda a exponer la dialéctica populismo/neoliberalismo; los pobres aumentaron con el neoliberalismo mexicano 1983-2006 y se convirtieron en una presión social que pudiera llevar a la ruptura conocida como “ventanas rotas”: protestas violentas; por tanto, el populismo lopezobradorista buscaba atender a los pobres sin afectar la acumulación de los ricos; el populismo debía tomar la conducción del poder no para liquidar a los ricos, ni para quitarles la riqueza, sino para controlar socialmente a los pobres para tranquilidad de los ricos.
El otro punto clave radica en que el neoliberalismo de mercado capitalista de México de 1983 a 2018 ahondó la desigualdad: PIB promedio anual de 2.2% en ese periodo (un tercio del 6% logrado en el periodo 1934-1982), 80% de la población con carencias sociales y sólo 20% sin ellas, 60% de marginalidad obrera y servicios sociales básicos –educación, vivienda, alimentación y salud– insuficientes para una demanda del 80% de la población.
López Obrador se montó sobre la ola de la marginación producida por el neoliberalismo de mercado en momentos en que es mayoritaria; ahí se localiza su tendencia voto de alrededor de 35% en las encuestas. Su propuesta no es socialista, de Estado absolutista o anti empresarial, sino sólo caudillista. El PRD –donde se forjó López Obrador al renunciar al PRI– nació del PRI y ganó el gobierno de la capital de México desde 1997 y la puede mantener varios sexenios más, pero sin cambiar el modelo capitalista sino sólo potenciando el populismo que convierte necesidades sociales en lealtades electorales.
El populismo en México es personalista, autoritario, destructor de modelos sociales de mercado; es la derivación popular del priísmo de economía mixta promotor de la acumulación privada de riqueza, aunque el PRI con políticas económicas más o menos responsables. El populismo caudillista gasta para construir lealtades y líderes y siempre termina en colapsos económicos y financieros.
Si el neoliberalismo produce pobres que engrosan las filas del neopopulismo, entonces falta por encontrar una tercera vía donde el liberalismo filosófico sea la base de la justicia social como objetivo. Vargas Llosa y Krauze se quedan en el liberalismo y Bobbio y Rawls han abierto las compuertas de encontrar un liberalismo con justicia social terrenal.
@carlosramirezh