Fotografía: REPORTE NIVEL UNO
El populismo no es una ideología formal, sino una coartada social al desviacionismo ideológico. Se nutre del razonamiento de la izquierda socialista, pero cambia del carril de la lucha de clases al de la conciliación forzada entre las clases. Y si bien tiene el objetivo de liderar sectores marginados de los beneficios del desarrollo, al final logra el aval de las clases acaparadoras porque el populismo tranquiliza a las masas en beneficio de las élites.
Cuando comenzó su lucha populista por la presidencia en el 2006, el lema de Andrés Manuel López Obrador –un priísta social que rompió con el partido en 1988 para seguir los pasos de Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del presidente mexicano Lázaro Cárdenas– fue muy simple: por el bien de todos, primero los pobres.
Su razonamiento no era socialista; ni siquiera social. López Obrador llegó a explicar que el crecimiento de la población empobrecida y marginada se iba a convertir en un factor de explosividad social; por tanto, el populismo buscaba programas asistencialistas para atender sus necesidades básicas. A diferencia de la lucha de clases en donde una trata de exterminar a la otra, el populismo lo presentó López Obrador como una forma de llevar ciertos beneficios a los pobres para que no se levantaran violentamente contra los ricos. Es decir, el populismo era, al final de cuentas, funcionalista a los ricos y sus riquezas.
El populismo de Chávez y Maduro se ha movido en esos escenarios: no modifica la correlación de clases, ni rompe con el patrón de acumulación de riqueza, ni lleva al proletariado al poder extinguiendo a la burguesía. En todo caso, el modelo populista venezolano fue marxista, aunque no en términos de comunismo ni lucha de clases, sino del Marx de El dieciocho brumario de Luis Bonaparte: un liderazgo paralelo al de las clases productivas en lucha y conflicto para llevar a Bonaparte a la presidencia y de ahí, ante el clamor de las masas, a la construcción del Segundo Imperio francés. Los populistas buscan el poder personal, no el poder proletario.
López Obrador es más hijo político de Luis Echeverría (1970-1976) y José López Portillo (1976-1882), que de Lázaro Cárdenas (1934-1940). Cárdenas se asumía como un socialista… sin lucha de clases. Sus preocupaciones sociales fueron llevarle bienestar a las masas campesinas, obreras y populares que el modelo económico de la Revolución Mexicana había olvidado, sin duda porque los jefes revolucionarios fueron combatientes y no diseñadores de políticas económicas.
Cárdenas asumió la presidencia en 1934, luego de un periodo de convulsiones políticas, revolucionarias y económicas en el largo periodo 1910-1934. En este cuarto de siglo el producto interno bruto promedio anual había sido de 0.8%. El saldo social de una revolución era de pobreza, penuria y exigencias. La acumulación de desigualdades a lo largo de veinticuatro años explicaba la pasividad social en función de la expectativa de bienestar de una revolución. Su populismo fue, por tanto, de justicia social.
El populismo de Echeverría y López Portillo no fue de modelo de desarrollo como Cárdenas, sino de uso del gasto público para generar empleo, salarios y bienestar. Al aumentar el gasto y mantener estable los ingresos, el déficit presupuestal aumentó sin control: 8% en el sexenio de Echeverría y 12% en el de López Portillo. El aumento del gasto incrementó la demanda y los empresarios prefirieron subir precios que la oferta de bienes y servicios. La inflación mexicana fue superior a la de 3% de los Estados Unidos y la consecuencia fue obvia: la devaluación. Sólo como dato: el precio del dólar pasó de 12.50 pesos mexicanos en 1975 a 19 mil pesos en este 2018, hoy con tres pesos menos por la reforma monetaria de 1992 que le quitó tres ceros al peso.
La crisis financiera en 1982 permitió la llegada a la burocracia mexicana de una generación de jóvenes economistas tecnócratas educados en universidades estadunidenses. Su propuesta fue neoliberal: Estado sin compromisos sociales, disminución de la inflación por el lado de salarios, PIB bajo y recorte de gasto social y reducción de las políticas sociales de la Revolución Mexicana a programas asistencialistas achicados. La economía neoliberal controló la inflación hoy a tasas promedio de 3% anual, contra la cifra de 160% en 1987. Pero el costo social fue alto: PIB promedio anual de 2.,2% en el periodo 1983-2018, 80% de la población con una o muchas carencias sociales y un salario mínimo oficial diario de 4 dólares.
López Obrador ha explotado la vertiente social de la Revolución Mexicana para ofrecer un programa económico de atención no productiva a las necesidades de los marginados. Como no puede aumentar el gasto sin aumentos fiscales y como éstos han sido frenados por los empresarios, entonces su oferta se basa en la reducción de salarios a la burocracia y en la disminución de la corrupción. Pero la suma de presupuestos sociales prometida requiere de muchos más recursos, por lo que el temor racional indica aumentos artificiales de circulante y por tanto presiones inflacionarias y devaluatorias.
Lo malo del modelo de López Obrador es que las propuestas del PRI y del PAN-PRD no ofertan una política económica con efectos sociales basadas en un nuevo modelo de desarrollo. El PRI y el PAN prometen mantener la misma política económica estabilizadora y por tanto de sus crecientes secuelas sociales negativas. López Obrador percibió esa deficiencia y por ello enarboló la bandera populista del bienestar artificial.
Ya lo dijimos aquí: el populismo es hijo rebelde del neoliberalismo. La condena al populismo debiera llevar a una nueva política económica promotora del desarrollo y del bienestar, producto de mecanismos sanos de redistribución de la riqueza, único antídoto contra el populismo.
@carlosramirezh