A Julio Torri
Si tomo un lápiz nuevo, sin uso y me pongo a escribir acudo para lograrlo al hecho mágico ¿Cómo pueden salir palabras nuevas de un objeto tan rígido?
Si levanto en el parque un cabo de lápiz agradezco a la suerte que permitió toparme con el desarrollo tecnológico para iniciar la escritura.
La vida está llena de encuentros, sorpresas. En realidad no escribo, escriben fuerzas superiores a mis fuerzas, la presión atmosférica, cierta temperatura, la altura sobre el nivel del mar, la cantidad de oxígeno que circula en mi sangre, la libre circulación del aire. Todo esto forma un asunto de carácter esotérico.
Amo a mis hermanos. De niño me decían retrasado mental porque permanecía durante horas con la boca abierta mirando el aire. Resulta desmedido preguntarse sobre el origen de las cosas.
La madre de mi primera mujer me dijo un día, “haga algo, barra, trapee; sólo permanece ahí sentado”. Sobra decir que aquella mujer me botó, aún permanece con su madre.
Quien escribe no pertenece a ninguna clase social, no se gana la comida; ni siquiera es lumpen, desempleado. Vive del aire, del milagro del aire. Mal visto por políticos y criminales, militares; la mafia. No inspira confianza. Siempre anda en contra, opositor.
En la edad adulta escribo, insisto en la contemplación del aire; nunca aprendí a cerrar la boca, como un pez que avanza en el agua clara, como la luna que nadie mira y todas las noches asoma a vernos.
Nadie me espera. Una mañana, con Ford Madox Ford descubrí el amor al origen, la familia. Otra tarde con Robert Walser aprendí a olvidar mi tierra, mi familia; el lugar donde nacieron mis padres.
Desde la adolescencia relaciono lectura y escritura con la palabra pescado.