JORGE MAGARIÑO
SANTA MARÍA XADANI, Oax. (sucedióenoaxaca.com).- Mariá Sanchi tiende su brazo izquierdo por encima del aire caliente que inunda este mediodía. Con profunda seriedad enuncia los daños que el terremoto dejó en su casa, hace ya tres meses.
“Estamos haciendo algunas reparaciones, pero nuestro dinerito no alcanza. No nos tocó folio ni ayuda de ningún tipo que viniera del gobierno. Lo que ahora está pescando mi marido no dará para mucho; lo que puedo sacar con la venta de mis totopos, pues sirve para dar de comer a mis hijos. Sí, tuve diez, tres mujeres y siete varones. Los mayores pues ya trabajan y dan algo a la casa. Pero no alcanza”.
Por la línea recta de su brazo se alinean, dolidas, las palabras del futuro: “un pariente de mi marido nos dijo que podemos ir a Tepic, allá comenzó la zafra y los paisanos están cortando caña, nos puede ir bien, juntaremos algo para terminar de arreglar nuestra casa. Ya son tres meses viviendo ahí”.
Ahora es su brazo derecho el que tensa su extensión para señalar al sitio en que yergue su humildad una choza con tres pequeños muros construidos con parales entretejidos y la techumbre de palma, el conjunto ocupa apenas una superficie de 20 metros cuadrados. En el interior se hallan el horno y el fogón. Ahí, apenas hace un mes recomenzó a elaborar sus totopos, de la primera hornada sacó un par de docenas para darle a la gente de Tepotzotlán que le regaló la olla enorme, donde la masa redondeada deshidrata su vigor, fortalece la esperanza.
En el interior de ese lugar se encuentra una mesa y unas sillas, donde se reúne la familia para compartir el alimento que llega “con el favor de Dios”, dice María Sanchi. Horas más tarde, cuando la luz se pierde detrás del cerro de Xadani, se retira la mesa y se tiende una lona para que hombres y mujeres reposen en la hora nocturna. La casa golpeada y la choza viven al pie del cerro.
No sabemos si nos vamos todos o si se van sólo mi marido y los hijos mayores. Pero hay que ir a buscar ese dinero que hace falta. Y si es a Tepic, pues allá iremos, si eso es lo que Dios dispone para nuestra vida.
Mariá Sanchi mira de nuevo la pared dañada, las grietas que reclaman atención para poder regresar a morar en esa casa. Voltea a ver a dos de sus hijos que la han seguido: la niña, vestida de “un azul de imposibles olvidos” -como dijo el poeta Nazario Chacón-; el niño, soñando despierto desde su inocente desnudez.