La gente sueña con migrar; para detenerlos existen los comisarios en el camino que se reproducen como hojas en el árbol.
Los espejos
¿En dónde, en qué parte del cerebro se vuelve difícil la expresión de los recuerdos? Hay vergüenza. La tarde se cuela con el viento hasta los recuerdos antes de los deberes de la escuela, los hombros se derrumban con la tristeza que llega de un lugar inubicable. Yo soy triste, a veces canto. Recuerdo. La bola en el aire es lenta en la tarde. ¿Quizá esa lentitud de los cuerpos que viajan contra viento será el inicio de toda la tristeza? La pelota lenta en su viaje sobre flecos y chongos que corren por el jardín izquierdo. ¿Esa fue la primera vez que observé el rostro transpirado de una mujer? En la hora de la reconciliación, la hora del cigarro vuelvo a ver el pequeño puerto pesquero de la adolescencia y a las mujeres que corren tras la pelota con los pantalones recortados hasta los muslos, por la barda perimetral de la refinería petrolera, en el partido de softbol en un pequeño puerto pesquero del Pacífico mexicano.
Un libro en Mexicali
El árbol en el baldío de la ciudad atraviesa como un navío el océano de fuego, con su propia tripulación de locos desempleados. El espectáculo lo forma el indigente entre las ramas del pino salado, identidad y masa. De lo que se trata es de atravesar el cristal sin alterar el espacio, algo mágico. Nombrar lo endémico de la tierra. El pino salado se niega a morir, resulta inmune al fuego. Contiene mujeres y hombres sin familia. ¿Quién será el dueño de lo abandonado? ¿Qué angustia sufre un hombre que sólo cuenta con una rama para protegerse de todo mal en esta vida? El amor sigue la extraña cartografía de los baldíos, dice Alejandro Espinoza. Los indigentes cuelgan de las ramas del pino como páginas humedecidas del diario, puestas a secar luego de la acción de los bomberos entre el siniestro. El pino salado sabe de la difusión de la pobreza. Casa del indigente. El entorno resulta la geografía de los enamorados que buscan huir de sus mayores. La basura que arrojas en la calle llega a las ramas del pino salado, sirve de soporte para los amores furtivos. Las lenguas de fuego del desierto arden en las hojas del pino salado, hacen que surjan los demonios del fondo de la tierra. En la frontera es cool tomar fotos a los indigentes, aplaca la conciencia social, te convierte en justiciero hecho a la medida de la mirada de todos. Del árbol salado descendió el hombre. ¿El indigente como el primer Adán sobre la arena? Las ramas del pino salado purifican el aire del desierto, le restan velocidades tóxicas. Mira sus hojas donde cuelga la sal. El lote baldío es el sitio de nadie, lugar de encuentro del amor perseguido. El zapato abandonado que narra del futuro en la tierra baldía. En la bitácora inmobiliaria reposa el sueño de diseñadores siniestros (todo esto lo escribí cuando nada sabíamos del temblor y sus desgracias, ahora lo retomo como recurso de ramas rotas para encender el fuego).
El nombre
Dame tu nombre, quiero volar sobre las cosas. Con el nombre de las cosas seremos sin peso, como niños en el patio llegaremos a cualquier sitio con tan sólo nombrarlo. Las palabras no son exactas sin el nombre claro de las cosas, el aire que media entre ellas trae todas las intenciones. Requerimos el aire para nombrar, recobrar salud. En la adolescencia mi madre ante mi mala salud me llevó al templo de la oración para que las ancianas me quitaran el espanto. Con oración sacaron de mi espalda el alma de un ebrio, corría entre mi cabeza y mis hombros –pecho y espalda-, ahí habitaba. Ahora ando sin rumbo, perdido, sin el aire de mi cabeza, extravié al borracho que gobernaba el camino. Dame tu nombre, quiero marcharme lejos.
Excesos
Encuentra un libro donde aparezca escrito lo que se busca en la vida, que traiga dibujitos. ¿Qué se hace con los brazos? La cama es grande. O pequeña y estrecha. Hay una hora en que los brazos sobran. Las piernas, las rodillas. El codo del brazo derecho. La pierna izquierda no se atreve a montar la cadera del mundo. Las nalgas no entran en la cama, brincan sobre los espejos. El tobillo sobra por exceso de espacio, brinca en el aire que circula entre la cama y el baño.
El puerto
El puerto lleva demasiado rojo en su sol y su viento. En las azoteas, los muros, en el anuncio de los bancos. Por todas partes aparece el rojo iracundo de los peces que abren sus branquias al respirar, sus ojos encendidos fuera del agua. En el marco de la ventana anda el viento sobre el rojo. En el mercado las mujeres llevan la pañoleta roja. El puerto trae rojo encendido en su sol y su viento, corre un aire de sangre. En las azoteas vuelan pantaletas rojas sobre invisibles piolas que las atan con fuerza a este mundo; el rojo vuela entre los anuncios preventivos contra incendio.
Músicos
A migrar lo aprendí de los músicos que fueron a la guerra mataron gente. Los músicos no son hombres blandos, son señores de la madrugada que aman a una mujer y no se miden consecuencias para expresar su amor. Cargan cuchillo y pistola entre las ropas como cualquier delincuente. Fuman cigarro de hoja. Asaltan la madrugada para arrebatar los sonidos del alba. Todo se lo entregan a la amada, envuelto firmemente entre sonidos de la guitarra. Los músicos en la ciudad son emigrados, llegan del pueblo pero nunca abandonan la ansiedad y el desvelo, la vida pensativa y triste. Buscan el sonido del pueblo de su infancia, su mar, el río que ingresa lentamente en la canción. Dan la vida por encontrar ese sonido, cuando lo encuentran se lo regalan a una mujer que aman. Los músicos abandonan todo por una canción. No los confundas, los músicos sacan sus fierros, hacen la guerra. Matan por nada, o se hacen morir por el alcohol y la droga en una calle, un mugriento cuarto de hotel.