Para Eusebio Ruvalcaba
Tarde de símbolos, la luz delante del acordeón entona canciones de pérdida y amor (extrañeza). Hierve en la lumbre el agua para el café, ajusto en descendente la flama para que el café hervido no se derrame en la hornilla. Entre el café y la flama está escrito el destino. Me niego a derramar la bebida para acercarme al conocimiento. Mis riñones trabajan al ritmo del acordeón, bebo mezcales en esta tarde de Muertos, una mano se alza, dice adiós. El acordeón canta a la tarde. Las hormigas trepan al mingitorio para leer la escritura de su cielo.
-Escucha, alguien habla en la ventana, ¿escuchas?
-Duerme, es la fiebre que te atormenta.
El zancudo canta la vieja canción del amor de los padres. El sol poniente dialoga con Monte Albán mientras la abeja inspirada recoge entre sus patas las últimas partículas de luz. Mi padre sale al patio con la camisa abierta, enciende su cigarro. ¿Sabrá ya que en otra tarde volverá con la ofrenda de Muertos? La luz paciente barre el patio con su escoba de tostones mientras emerge del humo la voz de mi padre que se despide.
-¿Escuchas? Parece que un caballo salió a galope.
Nada puede ser más desolador que un bar atestado en fin de semana de quincena. Quizá la vuelta de la campesina a la aldea con los hombros repletos de polvo y cansancio, como campos con cielo cargado de presagios. Desde la barra del bar saldrá el domingo a iluminar la mañana. Todo esto puede apreciarlo un inglés, un serbio, un croata, el musulmán. De los gargajos inflamados de los ebrios saldrán los niños a colmar los columpios. Ya vendrán a casa los ebrios con los bolsillos cargados de monedas para levantar la dicha de todos.
-Mezcal, sirve mezcal blanco.
-Ya Luis, suficiente, ve a tu casa a recibir a tus muertos.
En la infancia me arrullaron con el cuento de la cola de lagartija que se corta y renace. De todas esas historias yo preparo brebajes con los que riego puntual esta esperanza.
-¿Probaste el mezcal con alacranes?
-No, sólo llegué a probar el mezcal con cedrón y culebras, me lo ofreció una mujer una tarde en Xoxo.
-¿Qué harán en vacaciones los soldados?
– Los soldados andan con la camisa desabotonada sin saber cómo comportarse entre tanta gente que ríe.
– María, recojo mi cabeza sobre tu hombro como lo haría quien atraviesa la borrasca y trata de escuchar tu respiración para guiarse entre el cielo que se derrumba.
– En el jardín siempre cantan los pájaros, canta la luz entre círculos que rebotan como monedas que escapan de los bolsillos agujerados, de los tostones que cargaba mi padre.
– Yo permanezco separado de todo porque sólo contemplo.
Ayuda de todos, los que van a sentarse con el cuchillo a destazar el toro negro. Los que vuelven de la guerra, los que ingresan a la habitación del amor tendrán que comer tuétano de la pata del toro. Para tener la fuerza, guerrear bastante, amar hasta que suba el alba.
-Parece que en la banqueta alguien gime, cuenta una historia.
La noche de la petición de boda yo le había jurado amor, pero no contaba con la voluntad adversa de los dioses. Ella me pidió antes del encuentro con su padre, “huyamos”, yo me porté como un pescador honesto, “te pido”, dije. Ella quería recorrer puertos y ciudades, “vámonos”, repetía entre mis cabellos. Afuera cesó por un instante la música del bar. Yo quería levantar familia, iniciar la vida sin amenazas. Ella puso la espina en la carne del pescado, para que yo callara.
– Ven despierta, mira como baila la luz del aceite en la mesa, parecen finados que vuelven por sus pasos.
Cuando llego a casa sale a recibirme la perra (todo ocurre en un orden doméstico). Mueve la cola, se agita, caracolea como un caballo. Pienso en mezcal, la detenida transparencia, la empresa y sus angustias tensa como un cordón de burbujas en el borde mientras el nudo de la garganta sube.