Relato inusitado
“Siempre escribo contra algo”, dijo en entrevista Enrique Vila Matas; recordé la declaración antes de llegar al puente vencido de Tequisistlán, frente a la zona de reductores de velocidad en la carretera a Juchitán.
___ A ver qué sale –dijo Adelma, la compañera de viaje, sin despegar su atención del camino.
___ Calma –sólo alcancé a responder antes que la piedra impactara el parabrisas de la camioneta en que transportamos las despensas reunidas en el centro de acopio de Oaxaca.
Mi pierna derecha mandó imprimir el pedal del acelerador, nunca detuvimos la marcha. Pasamos los topes hechos la raya. En la recta conocida como El Salado miré el rostro pálido de Adelma, la mirada de terror que traía. Esto no intenta formar un relato moral pero la realidad se presenta con variadas esquinas, hicimos el viaje para atender el llamado de ayuda que hacía la gente puesta en desgracia por el sismo, estuvimos a punto de ser asaltados, en el momento del miedo y la desesperación, al voltear a verla, encontré un camino que nunca hubiera pensado que recorrería.
Llegamos con bien aunque con algunos agujeros en el parabrisas
___ ¿Quieres bailar? –preguntó Adelma al finalizar la entrega de las despensas.
Cuando volvimos a la ciudad ella me dijo al despedirnos, “podría ser”.
El sismo del 7 de septiembre trajo emergencia y desesperación, incremento del delito; yo puedo decir que trajo también el olor de la mujer frente al crimen que se fija en el recuerdo de quien lo percibe como la fragancia del tiempo inesperado.
“Escribimos desde la ruina”, dijo Vila Matas; la emergencia enfrentada había desembocado en el amor.
Camino a Tehuantepec, el hombre con sombrero. Totolapam, Camarón , Nejapa, Jalapa –hay una iglesia antigua bajo las aguas-, Tehuantepec; Pepe y Lolita. El olor de la transpiración hace el movimiento pero no se fija en los recuerdos del viaje. La transpiración hecha durante el momento del terror hace el relato inusitado. Podría ser cierto, una y mil veces hice el viaje al Istmo de Tehuantepec por carretera, los mismos pueblos y el mismo olor de abandono, rancio, en el camino a las ruinas de Guiengola. Todo se repite en el relato, siempre estuvieron las ruinas y siempre la gente se levantó entre lo adverso (la transpiración como el elemento que fija la acción que reconstruye).
___ ¿Podrías detener el auto?, necesito orinar –dijo Adelma
El cuerpo tiene mil formas de intervenir el paisaje, cuando ella volvió a la camioneta en la tierra seca quedó un surco hondo, humedecido como nido de las hormigas arrieras que pude ver por el espejo lateral de la portezuela. Ya para entonces en el camino sonaba el disco de El Negro laido, Por cobardía. La música conserva el misterio de la materia que flota sobre las piedras y no permite el derrumbe. ¿Por qué la desgracia arrastra un sonido cotidiano? De alguna forma todos podemos levantar la mirada ante la adversidad; desde el aire caliente se levantan las posibilidades de reconstruir vida. Aunque ciertamente para atender el llamado de ayuda habíamos aplicado muchas horas de trabajo animados por un espíritu solidario; la amenaza de asalto en carretera alteró el resultado de nuestra expectativa.
___ Dicen que asaltan –señaló Adelma y estiró en el asiento el vuelo de su falda.
En el cielo había nubes que anunciaban el aguacero pero en nuestro corazón calentaba el ánimo solidario.
___ Te amo –dijo Adelma una tarde de aguacero en la ciudad.
Sus palabras sonaban desgastadas o todo me parecía ya a emergencia, grito largo entre las ruinas.
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