“Hablan porque tienen boca”, mi madre así lo decía, mi madre se fue antes del temblor, abandonó la casa, se fue al crucero y esperó un camión que la llevara lejos.
La desgracia, conozco la desgracia, la padezco en silencio como mis vecinos, como mis amigos de la escuela. Yo no juego con muñecas. Sólo tengo a mis hermanos, ellos me ayudan cuando se va mi madre. Como pude terminé la primaria, comencé la secundaria; la noche del temblor comencé a escribir en este cuaderno que compró mi madre.
“Hablan porque tienen boca”, mi madre así lo decía. En la escritura no hay gestos que puedan anticipar las intenciones del que habla, sólo puedo imaginar. Ella no es mala, no sé su paradero, se fue antes que temblara, esa noche del jueves, como a las diez; sólo se enoja y no sabe qué hacer más que salir a la carretera; levantar la sonrisa, subir a los camiones y amanecer en otra ciudad con otra gente.
“Hablan porque tienen boca”, me contó que su madre, mi abuela, así le dijo un día. La abuela hablaba en zapoteco, mi madre le entendía pero no lo hablaba porque no quería que se le enredara la lengua; yo ni lo entiendo ni lo hablo. Cuando la gente me habla en zapoteco hago como que les entiendo pero me gusta más hablar con las rayas azules del cuaderno.
“Hablan porque tienen boca”, a veces me pregunto qué quiere decir mi madre con esa frase. Ella quería decir que la gente era más boca abierta, mensa (cuando escribo veo a la gente, imagino su rostro. Habito en un pueblo de mensos). La gente critica. “Hablan porque tienen boca”, muchas cosas se pueden decir en zapoteco pero cuando se dicen en español esas palabras pronunciadas por la misma persona dicen otra cosa, ocultan la intención. “Hablan porque tienen boca”, no es que se quisiera decir no seas pendejo, cállate. No. “Hablan porque tienen boca”, me lo dijo mi madre, esas palabras se refieren más bien a los que tienen un hoyo en la cabeza; o “boca abierta”, los que comen mosca.
Cabeza hueca. Imagino un pueblo de cabezas huecas, de los que “hablan porque tienen boca”. La más grande cabeza hueca sería la presidenta municipal, los policías, el cura. El director de la escuela sería un respetable cabeza hueca. La doctora estaría primera en la lista, que siempre receta inyecciones. Los compañeros de clase tendrían la cabeza hueca; boca abierta, a todos los seguirían las moscas como a perros muertos, gatos envenenados.
“No seas pendeja, pide, agarra”, dice mi madre. También me decía mosca muerta. Ahora que ella no está con nosotros yo juego con sus palabras, las palabras que me decía.
Con el temblor la casa se destruyó por completo; la maestra me dice habla correctamente. ¿Qué es hablar bien? No lo sé, yo ando con la boca cerrada. Yo sólo escribo de las cosas que dicen dos mujeres. Sólo recuerdo la voz de mi madre; la de mi maestra. Imito, imagino cómo hablarían ellas para tal o cual situación. No sé muchas cosas, por eso escribo. Escribo. Escribe y lee, me dice la maestra. Mi madre no escribía, sólo cantaba las canciones de la radio. Cantaba y se enfadaba, esas eran sus expresiones constantes; echaba madres, cantaba o viceversa.
Un día le hablé de la maestra, de lo que ella me enseñaba, del cuaderno donde escribo las cosas que ella y la maestra me dicen; “esa pendeja”, dijo y le tiró una patada al perro.
“Hablan porque tienen boca”, en la calle pasan policías, gente del gobierno, del ejército; regalan cosas, agua, galletas. Yo agarro lo que me dan, digo que tengo mi abuela enferma, la madre paralítica. La gente me da cosas porque creen que las niñas no dicen mentiras.
“Hablan porque tienen boca”, dice mi madre y me recuerda que lo que pasa en la calle pertenece a la calle, “en casa cierra bien tu puerta”, me dijo.
Mi madre regresa de sus viajes con dinero, cosas para la casa, comida, una mesa, un ventilador. Un día Na’ Talia, la vecina, le preguntó por qué nos dejaba solos, por qué nos abandonaba. “Son hijos no son pendejos”, dijo y cerró la puerta.
“Hablan porque tienen boca”, ¿no será que eso se dice a las personas que son envidiosas? La envidia es una costra que brota en el brazo. Ella sabe que yo me quedó con mis hermanos, que busco comida, no soy pendeja, pido fiado; ella pasa a pagar cuando vuelve, llega y entra en la tienda con una sonrisa, dice alegre “vengo a ponerme a mano”.
Me gusta cuando ella pasa a cubrir la cuenta, lo hace con una sonrisa, agita su cabello crespo, largo, bonito y repite “a mano”.