El antepenúltimo recuerdo que tengo de Tuxtepec es este: la luz de un congal, la oscuridad que permite respirar los cuerpos en el congal, yo estoy bailando con una mujer mientras un amigo bebe cerveza acodado en la barra, lo embarga la tristeza grande que unta la separación amorosa al cuerpo. Ella dice, “que venga, puedo con los dos”. El amigo triste llega hasta nosotros, lo invitamos a bailar. Ella pregunta con inocencia y maldad: “¿Qué chiche prefieres, la izquierda o la derecha?” Ella ríe, baila, solidaria con el triste, ofrece sus senos a dos hombres ebrios.
En el último recuerdo que tengo de Tuxtepec aparece una premiación literaria en el parque público del lugar, la gente y sus poetas festejan la poesía.
El viaje más reciente que hice a Tuxtepec fue ayer por la tarde, cuando abrí el poemario de Antonio Ávila-Galán, La ciudad en que morimos todos.
Rolando Rosas Galicia, ese espléndido poeta, señala en el prólogo, entre muchas otras cosas: “… el uso particular de un vocabulario”. Ciertamente, por estos tiempos el proceso creativo de los poetas en este país se aleja de los territorios donde se retuerce un uso particular del lenguaje. Dice Rosas Galicia, “poemas humedecidos por las aguas del lago, del río, del mar; que es el mar de los soledosos, de aquellos que regresan”.
Heriberto Yépez en su libro Todo es otro (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2002) tiene un ensayo que titula Del retorno maléfico de la metafísica, ahí menciona: “Siempre he creído esa tesis que afirma que el lenguaje empieza a desarrollarse en el niño cuando éste empieza a sentir que se fractura la unidad entre él y el mundo. El lenguaje le sirve entonces para poder llamar a las cosas cuando se da cuenta que son diferentes entidades que él. Por eso la primera palabra que decimos es mamá, porque ella es la primera entidad que vemos separarse de nosotros”.
Dice Ávila-Galán en su Duele no dejarse ir (pág. 74): Duele no dejarse ir./El momento exacto/es un asombroso caer/en el instante efímero. Páginas adelante (76, A mitad del alma) tiene este acierto: Se desnuda la sed del mar/en esta pasión de puta. Con su La ciudad en que morimos todos, el poeta del Sotavento confirma lo que ya sabíamos, Ávila-Galán es maestro que construye poesía y lenguaje.
¿Por qué digo esto? ¿Por qué señalo del vocabulario particular entre la manada de poetas? Corren tiempos difíciles para las artes en Oaxaca, aunque los burócratas afirman lo contrario amparados en su mal gusto, esa sensibilidad rabona y electorera, mafiosa, de nuevo rico; ante el mal gusto de los gobernantes necesitaremos ahora más que nunca a los maestros en las artes para dejar claro y de una vez por todas que Oaxaca merece ser contada y cantada (con un vocabulario propio y no el oficialista); todo esto por una simple razón: aquí vivimos.
Guiados por el marchante los jóvenes tratan de hacer pueblo a nuestras ciudades. En La ciudad en que morimos todos, el poeta nombra las cosas con el vocabulario de un sitio importante para Oaxaca, Tuxtepec. Aquí no hay oropeles que se levanten sobre un pasado milenario, propio de la visión de Televisa, donde hay indios buenos que callan y otorgan.
En estos poemas aparece la ciudad, con sus contradicciones, como unidad del alma del hombre actual, de su poesía. No hay “cuna de la espiritualidad”, como si eso se alcanzara de una vez y para siempre con un buen fajo de billetes; no hay espacio para el arquetipo del indio ladino, folclor y renta. Aquí hay conflicto humano, como lo existe en cualquier sitio de la tierra, que se supera porque se hace pensamiento y palabra, vocabulario.
Algo tendrá Tuxtepec, la única ciudad industrial del estado, que otorga a partir de la conciencia de clase la voz que la poesía requiere en este tiempo de conflicto, agravio. Leo (pág. 100): Ahora de pronto/José/habla de cenizas/de un miedo a la alegría/calles y barrios sin poetas/experiencias/en este sigilo de sueño.
Los políticos, los funcionarios quieren reducir el territorio a pura geografía turística, curiosidad; ahogados por sus incompetencias enseñan a ser a las nuevas generaciones mano de obra barata, maquiladores de sensiblerías. El arte oaxaqueño está más allá del bisne, de la mera curiosidad para turistas; otorga pan, si, pero a precio del alma, la dignidad.
Retomo el ensayo de Yépez antes citado: “El lenguaje llama. Su finalidad última será llamar de vuelta todo. Si el lenguaje nombra es porque efectivamente reúne”. Esto lo sabe bien Ávila-Galán, lo confirma en cada página de La ciudad en que morimos todos. Podría decir aquí que con este libro de poemas se confirma que el vocabulario de los poetas oaxaqueños pasa por la resistencia.
Nos llega la voz de la Cuenca, esa parte de la entidad que siempre consideramos ajena surgida en medio de la visión basada del menor esfuerzo mental de los políticos y sus huestes, los comerciantes. Ávila-Galán levanta la mano y dice, ¡Tuxtepec, presente! Nombra lugares, gente, espejos de donde surge nuestro rostro.
Amigos todos:
Esta tarde arranca el viaje por manos y pechos de un libro de poesía, que no es mucho ni es poco, es la trayectoria de un vocabulario hecho con instantes de vida. Llegarán buenas noticias de este viaje, lo puedo asegurar.
San Martín por la Secundaria, Oaxaca, agosto 30, 2016.
2 comentarios
Excelente nota, gracias César Rito Salinas.
Hace unos meses hice una poesía que igual arranca muy similar al inicio de este texto: la pareja que baila. Un ebrio cerca… En fin. me ha encantado este episodio de azar objetivo de grata casualidad. Felicidades.