Eran las ocho de la noche cuando Valentín y Carmen salieron del hospital. Ya estaban encendidas las luces de los faroles de la Fuente de las Ocho Regiones y en el cielo se veía una luz anaranjada.
– ¿Y ahora qué? – preguntó Carmen.
– Pues te regresas al pueblo. Yo me quedo hasta que se cure Lalo.
– Quiero estar con mi hijo.
– Tenemos otros tres y también debes estar con ellos.
Valentín y Carmen no conocen la ciudad. Van a la farmacia de la esquina y le preguntan a la empleada si sabe dónde pueden conseguir transporte para su pueblo. Ella les dice que vayan al centro. Señala con la mano hacia el sur cuando le preguntan cómo llegar.
No saben tomar camiones así que se van caminando por todo calzada Porfirio Díaz, avenida Juárez y luego Las Casas hasta que una comerciante del mercado 20 de Noviembre les indica donde tomar el transporte.
Son las diez de la noche y Valentín sale caminando de la estación de camionetas. Apenas el día anterior aprovechó que la tarde estaba nublada para marcar los surcos de su parcela. Su hijo Lalo lo acompañó. Se sentó en un árbol cercano mientras veía a su padre conducir el arado por el campo. Había un matorral junto a donde estaba sentado. En algún punto salió una serpiente de cascabel y mordió al muchacho en la pierna. El padre corrió a donde estaba su hijo, le hizo una pequeña incisión en la pierna con una navaja y trató de succionarle el veneno. Después sacó un pañuelo de su bolsillo y le aplicó un torniquete para detener la circulación.
La ambulancia tardó hasta la mañana del día siguiente en llegar a la casa. Lalo había estado vomitando toda la noche y su herida estaba muy inflamada. Fueron casi diez de horas de viaje hasta el Hospital Civil de Oaxaca de Juárez. En cuanto llegaron el muchacho fue ingresado a urgencias y el doctor recomendó a los padres que estuvieran al pendiente por cualquier cosa.
Valentín va caminando por Amapolas y pasa frente a las cafeterías de esa calle. Están cerradas y sólo las luces de los faroles alumbran las banquetas. Pasa frente a una y ve a una pareja de vagabundos acostados afuera. Son un hombre y una mujer. Se tapan con un cobertor pero se alcanza a distinguir que están teniendo sexo. Valentín hace como que no los mira y sigue caminando. Saca un cigarro y lo va fumando mientras se dirige al hospital.
Cuando llega, se acerca a la recepcionista y le pregunta cómo va su hijo. Ella le dice que aún sigue en el quirófano y que debe sentarse a esperar para que le informen como ha salido.
Se sienta en una de las bancas de la recepción. Unos minutos después entran varias personas al lugar. Llevan ollas con café y canastas con pan dulce. Le ofrecen a la gente que está esperando. Valentín le da un sorbo al café. Está tibio y tiene demasiada azúcar, pero aun así lo bebe. Al darle la primera mordida al pan dulce, se da cuenta de que no comió en todo el día. Ese pan hace que se le abra el apetito. Unos minutos después, se queda dormido en la silla. Lo despierta la recepcionista, quien le dice que ya puede pasar.
Lo guían por un largo pasillo alumbrado con focos blancos hasta un consultorio. Entra y la luz del sol entra por la ventana. El escritorio está lleno de expedientes. Un doctor los revisa y cuando ve a Valentín le hace una seña de que tome asiento.
– Señor González, buenos días.
– ¿Cómo está mi hijo?
El doctor coloca el expediente que está revisando sobre la mesa y pone sus anteojos en uno de los bolsillos de su bata.
– Se hizo lo que se pudo, señor González, pero lamentablemente su hijo ya se encontraba en un estado bastante delicado cuando llegó. Falleció hace un par de horas.
– ¿Y cuándo va a poder salir del hospital? Tiene escuela mañana y debemos regresarnos al pueblo.
El doctor mira fijamente a Valentín. No es la primera vez que sucede eso, de hecho es una reacción muy común cuando uno da a conocer ese tipo de noticias.
–Lo siento, señor González. De verdad se hizo lo que se pudo.
Valentín siente de repente un gran cansancio. No tiene fuerzas ni siquiera para mirar al doctor.
– Discúlpeme por tratar este tema, señor González, pero lo que menos tenemos aquí es tiempo, así que debo decirlo cuanto antes. ¿Cómo quiere que procedamos con el cadáver de su hijo? ¿Desea que lo llevemos a alguna funeraria?
– Yo no tengo dinero para eso.
– Entiendo… sin embargo, podemos hacer algo, y espero que no lo ofenda la idea, pero podría donar el cuerpo al anfiteatro de la Universidad.
– ¿Qué es eso que acaba de decir?
– Es una especie de panteón.
– ¿Y lo van a enterrar?
– Se podría decir… supongo que sí… en algún punto.
– ¿Y cómo se le hace para eso?
– Tiene que dar su consentimiento por escrito y pagar una cuota para el acta de defunción y demás trámites administrativos.
Son las tres de la tarde y Valentín sale del hospital con el acta de defunción de su hijo. Ha gastado el último dinero que le quedaba pagando esos trámites de los que habló el doctor. Se sienta en una banca junto a la Fuente de las Ocho Regiones pensando cómo le hará para conseguir el dinero que necesita para regresar a su pueblo.
Se queda dos horas pensando. A las cinco de la tarde se levanta de la banca, camina hacia la calle, se para junto al semáforo y extiende su gorra. La gente pasa y después de unos veinte minutos, alguien le da cinco pesos.
Recuerda cuando su hijo y él iban a recoger mandarinas. Se sentaban en una piedra que estaba a la sombra de un árbol y las comían. Solían competir para ver quién podía escupir las semillas más lejos. Fueron buenos momentos que nunca volverán.
Al principio, empiezan a brotar algunas lágrimas de sus ojos, pero unos minutos después Valentín llora desconsoladamente mientras extiende su gorra.
Algunas personas que pasan en sus automóviles se burlan del limosnero que no para de llorar, pero otros se compadecen y le dan algunas monedas.
Con algo de suerte, para el final del día, Valentín conseguirá suficiente dinero para su boleto de regreso y quizás una botella de mezcal para el camino.
2 comentarios
Valentín: tal vez no leas este mensaje, pero quiero decirte que te acompaño. Imagino lo que aún deberás pasar cuando te encuentres con Carmen y te vea regresar solo. Lo que pensarán los niños cuando vean que pasan los días y la silla de tu hijo sigue vacía.
Volverás a tu milpa y en cada matorral te brincara el corazón imaginando la cascabel.
Cuando vuelvan a Oaxaca regresen al Hospital, a la gran fuente de las Regiones y en especial a La Escuela de Medicina, ahí encontrarás el espíritu de tu hijo que abonará con su aliento a los futuros médicos. Un abrazo para toda tu familia. Yo también los recordaré cuando regrese a Oaxaca y le llevaré una flor en su nombre.
estmado valentin asi es la humanidad , solamente un corazon endurecido por las amargas experiencias de la maestra vida. en especial la experiencia personal moldeada en el yunque del dolor. es lo que nos hace valorar el sufrimiento ajeno,creeme qu entiendo tu herida y la comprendo solamente le pido al creador que conforte tu alma para continuar luchando recuerda que de la debilidad humana nace la fuerza espiritual… un abrazo-…..y que dos este contigo y tu familia…