Mateo Herrera llega a su casa un viernes por la noche. Vive en la calle de Proletariado Mexicano, cerca del Módulo Azul. Es Oficial Administrativo en el Juzgado Octavo de Distrito que está en la Colonia Reforma. La carga de trabajo es inmensa. Se supone que su horario es de nueve de la mañana a seis de la tarde, pero casi todos los días tiene que quedarse hasta las once o doce de la noche.
Las luces exteriores de su casa están encendidas. Abre la puerta y el interior está oscuro. Sube a su habitación y grita el nombre de su esposa, pero ella no responde. Baja a la cocina y hay una hoja de papel pegada en el refrigerador. Dice lo siguiente: “Salí con mis amigas. Dejé comida en el microondas. Regreso tarde. No me esperes despierto. Te amo”. Mateo cena y se va a dormir. En algún punto de la madrugada, percibe que Mariana abre la puerta de la habitación, se quita la ropa y entra en la cama.
Mateo despierta antes que su mujer. Aunque sea sábado, debe ir unas horas al Juzgado para terminar con los asuntos pendientes de la semana. Sale de bañarse y comienza a vestirse con la ropa que el mismo colocó en el sillón de su habitación la noche anterior.
El bolso de su mujer está encima de sus pantalones. Vacila un momento pero decide revisarlo. No le toma mucho tiempo encontrar el empaque abierto de un condón. Siente el impulso de despertar a Mariana, tomarla del cabello y estrellar su cabeza contra la pared. Pero se le hace tarde para llegar al juzgado, así que respira hondo, vuelve a poner el empaque dentro del bolso, termina de vestirse y sale de su casa.
Los pendientes de la oficina son más complicados de lo que pensó. Sale hasta las cinco de la tarde. Para esa hora ya está más tranquilo. Piensa que lo mejor es confrontar a su esposa sin violencia física y probablemente pedirle el divorcio. Cuando llega a su casa, la puerta está abierta. Lo primero que ve al entrar es a Mariana sentada en la sala, platicando con Armando y Lucía. Él es el mejor amigo de Mateo desde la Universidad y ella su esposa. Algunos sábados se reúnen para jugar cartas.
– ¿Dónde estabas mi amor? Nada más faltas tú para empezar el juego – le dice Mariana.
Mateo le explica que tuvo mucho trabajo, saluda a Armando y a Lucía. Va a la cocina, se sirve un whisky con agua mineral. Se lo bebe de un trago. Se sirve otro y se sienta con ellos. Es una mesa rectangular con cuatro lugares. Él y Armando están en un lado. Lucía y Mariana están en el otro.
Juegan Texas Hold’em. Después de una hora, Mateo ha bebido siete vasos de whisky. No ha ganado ni una ronda. Empieza a sentir el efecto del alcohol. Armando le reparte su mano y ni siquiera la mira. La mantiene boca abajo. Va a la cocina, se sirve otro whisky, regresa a la mesa y mira fijamente a su mujer.
– ¿Cómo pudiste? – le dice.
Mariana se pone nerviosa ante la pregunta.
– ¿De qué hablas amor?
Mateo decide blofear un poco.
– Ya me dijeron donde estuviste ayer. Lo sé todo.
Mariana se queda callada. Mira a Armando.
– Discúlpame, hermano. Por favor. Ella fue la que empezó – dice Armando.
– ¿Cómo te atreves a decir eso, maldito patán? – le grita Mariana. – Tú fuiste el que se me propuso en un principio.
Lucía mira fijamente a su esposo.
– ¿Te cogiste a Mariana? – le pregunta.
– Por favor, mi amor. No es lo que crees.
– Contéstame cabrón. ¿Sí o no?
– Sí.
Lucía empieza a llorar.
– ¿Qué clase de hombre le hace eso a su mejor amigo? ¿Qué no tienes dignidad? – le dice a Armando. – ¿Y tú, puta de mierda, no sabes respetar? – esta vez se dirige a Mariana.
– ¿Cómo me llamaste?
– Como lo que eres. Una puta barata.
– ¿Ahora yo soy la puta? ¿Por qué no le platicas a tu esposo como te coges a su primo?
Armando aprieta los dientes y mira a Lucía con desprecio.
– ¿Es cierto eso?
– Sí… y coge mejor que tú.
Armando permanece inmóvil en su asiento, asimilando lo que acaba de escuchar. Parece como si fuera a decir algo, pero no lo hace. Apoya los brazos en la mesa, baja la cabeza y se tapa los ojos. Empieza a llorar.
Mariana se toca la frente. Tiene la mirada desenfocada. Está por desmayarse.
Lucía solloza y las lágrimas hacen que se le corra el maquillaje.
Mateo piensa en el revólver que guarda en uno de los cajones de la alacena. Enciende un cigarro y le da un buen trago al whisky. Se toma unos segundos para meditar cuidadosamente sus opciones. Lo que decida hacer a continuación será crucial para las vidas de todos.